COLORES
Las niñas y los niños son
divididos por un severísimo código de colores desde que nacen. Al bebé niña se
le asigna el rosa pastel y al bebé niño el azul suave. A partir de ahí y
conforme van creciendo van siendo uniformados por la gama de un pantón cargado
de contenido político. A las niñas les toca el rosa chicle, el rosa algodón de
azúcar, el rosa pastel de fresa, como mucho el fucsia, el violeta, o ya, en un
alarde de atrevimiento, el azul turquesa, colores domésticos y confortables que
les transmiten los valores que deben encarnar. Son tonos que inspiran suavidad,
dulzura, delicadeza, calma, inacción y un poco de tontuna también. A los niños
en cambio les toca el azul oscuro que evoca el mar, el verde bosque, el ocre
del desierto, el gris metálico. Son colores que les impelen a salir, a viajar,
a descubrir mundo. Es el cromatismo del ejército, de la exploración, de la
conquista. Estos tonos connotan fuerza, agresividad, resolución,
atrevimiento. Contienen toda una épica de superación mientras que los de las
niñas invitan a la permanencia en el ámbito doméstico. Y encima se dice, como
si fuera cosa de ellas: “hay que ver las nenas, que sólo quieren vestirse de
rosa”. Pues claro que sólo quieren vestirse de rosa: se están adaptando a la
norma. Mucho carácter habría que tener para, con cinco o siete años, poner el
sistema en cuestión.
Tanto una gama como la otra
están en ropa, juguetes, dibujos animados, perfumes, revistas, zapatos,
material escolar, material deportivo, en absolutamente todos los elementos del
marketing dirigido a la infancia. No he conocido código más rígido que el que
asignado a niños y niñas y que ellos y ellas integran como propio hasta tal
punto que un niño prefiere quedarse sin patinar antes que ponerse unos patines
de color rosa. Con los colores se les confiere su papel en la sociedad y los
bandos no son permeables. En todo caso, antes se pondría una niña una camiseta
de camuflaje que un niño un pantalón rosa, ella puede querer aspirar al
superior mundo masculino pero él jamás querrá rebajarse al doméstico mundo
femenino sin sentirse minusvalorado. Nada se deja al azar, nada es casual y
mucho menos neutro, los colores tampoco.