viernes, 12 de abril de 2019

LA CAPA Y LA PLUMA


La capa y la pluma

Qué tendrá el obispo Cañizares contra el Orgullo Gay si con esa magnífica capa roja de cinco metros quedaría maravilloso en lo alto de cualquier carroza con todo ese bello despliegue carmesí flotando al viento detrás de él. Viéndolo caminar envuelto en ese esplendor rojo brillante, mientras dos  monaguillos le sujetan la capa, una no puede sino pensar que es imposible que él no se imagine a sí misma de reina de las drags, sentada mayestáticamente en su trono, la brillante capa rojo pasión  extendida a sus pies mientras se balancea con complacencia  y canturrea entre dientes "¿a quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga?".


lunes, 1 de abril de 2019

MATERIAL DELEZNABLE


MATERIAL DELEZNABLE

El adjetivo “deleznable” aplicado a materiales significa: inconsistente, de poca duración o resistencia. Que se rompe, se disgrega o se deshace fácilmente.

El ser humano es puritito material deleznable.  Cualquiera que haya pasado por una experiencia de participación en un grupo político, a cualquier nivel (partido, club, peña, sociedad, asociación, colectivo, círculo, ateneo, cenáculo, junta, casino, federación, liga, alianza, cofradía, comunidad) es posible que piense, como pienso yo, que las personas en política suelen tener comportamientos deleznables. Es así. El que participando en política no haya vivido decepciones, que me escriba un privado, que colecciono unicornios.

No es algo exclusivo de la política, sucede en todos los grupos humanos: entre los amigos, en el trabajo, en la familia incluso. Nos decepcionamos unos a otros, nos traicionamos entre nosotros y a nuestras ideas, podemos ser lo mejor pero también, en muchas ocasiones, somos desleales, egocéntricos, despóticos, cobardes, egoístas, tiránicos, interesados. Somos deleznables, despreciables, inconsistentes. A la política, por supuesto, también llevamos este tipo de comportamientos. Cuando están en juego puestos de poder, estas conductas se intensifican. Esa es la razón por la cual el personal escupe por un colmillo de la política tan a menudo. No suele faltar motivo para esta decepción.

Como solemos tener, en general, un concepto bastante elevado de nosotros mismos como individuos, lo más fácil, una vez que conoces la política más o menos de cerca, es decir: no le voto a nadie, ningún partido me representa, me quedo en mi casa, no pienso ir a votar. A esta afirmación, dicha en voz alta, sigue una reflexión, nunca enunciada, del tipo: “ningún partido me representa porque nadie es tan trabajador, tan honesto, tan solidario y tan honrado como yo”.  Esta reflexión alcanza cotas de paroxismo entre los votantes de izquierda, mucho más politizados, en términos generales, que los votantes de derecha. Las envidias y las luchas internas entre familias o facciones nunca faltan, haciendo tristemente verdad aquello de: “cuerpo a tierra, que vienen los nuestros”. La indignación frente a los comportamientos de los correligionarios es infinitamente más profunda (por ser más dolorosa) que frente a los de los adversarios políticos. Esa indignación está justificada y es la que aleja al votante de izquierdas de las urnas. Pero esa misma indignación que (creemos que) nos eleva sobre los demás también puede ser una trampa de egocentrismo e inmadurez porque nos hace creernos mejores que el resto, nos hace enrocarnos en nuestro modo único de percibir la sociedad y nos impide ver el conjunto.

Los tigres no hacen política porque son animales que actúan en solitario. Pero los primates humanos somos seres gregarios, seres sociales que nos necesitamos los unos a los otros, por tanto, toda forma de relacionarnos entre nosotros es una expresión política. Es por ello que, a menos que tengamos decidido hacernos ermitaños o subirnos a una columna en el desierto como Simeón el Estilita, necesitamos la política para ordenarnos en sociedad.

El juego de la política no es opcional, de él no nos podemos salir, nos pongamos como nos pongamos. Podemos decidir estar más cerca o más lejos de la acción pero eso es todo, porque se van a seguir haciendo leyes que nos van a afectar, se van a seguir dictando reales decretos y firmando edictos, con o sin nuestra matización mediante el voto.

Como ya hemos comentado, las personas de izquierdas son las más dadas a quedarse en casa y castigar con su disidencia al partido que les ha decepcionado. Yo creo que ese es un comportamiento inmaduro pero sobre todo y por encima de todo, en este momento de avance salvaje de la derecha mundial, me parece un comportamiento irresponsable. Si al día siguiente de las elecciones vemos que Vox ha avanzado, que consigue escaños, que gobierna  en coalición con PP y C’s, quienes se hayan quedado en casa tan ufanos, mirándose el ombligo de la pureza ideológica, tendrán su parte de responsabilidad en el avance de los cavernícolas del trifachito.

Debemos parar a esa ultraderecha que ahora nos amenaza desde tres frentes porque, de lo contrario, lo que nos esperará al día siguiente de las elecciones será ultranacionalismo, autoritarismo, racismo, clasismo, negación del cambio climático,  afición desaforada a la bandera, devoción por las armas, liquidación de lo público, negación del cambio climático, defensa desacomplejada del machismo y mucho, mucho patrioterismo porque el patrioterismo es el refugio último de los canallas.

¿Tenemos unos partidos que dan pena? Puede ¿La política es decepcionante? Desde luego ¿Conocemos otra forma, no armada, de cambiar esto? Yo no, pero si se os ocurre alguna, os recuerdo que colecciono unicornios.