RIVERITA DE LA MONCLOA
Albert Rivera es un torero muy
español y mucho español. Se toma el gentilicio como si ser español fuera, qué
sé yo, como ser bombero, como ser astronauta, una especie de profesión de
riesgo y prestigio. Al parecer, lo mejor que puede uno ser en esta vida es
español, la españolidad te da un plus, aunque seas Jack el Destripador, aunque
seas el líder de un partido corrupto que ha dejado a ese mismo país al que
exaltas, en los puros huesos. Renunciar a esa españolidad te deja fuera del
canon de excelencia y te convierte en proscrito cuando no en delincuente. Lo
hemos visto en la puesta en marcha de la Plataforma Ciudadana para “recuperar
el orgullo de sentirse español” (luego llaman populistas a los otros), una
plataforma que daría risa si no fuera porque todos ellos se lo toman muy en
serio, vamos, más en serio que un infarto. La que más risa da, porque es la que
más en serio se lo toma, es Marta Sánchez que llora de emoción entonando el
himno con letra de su invención y voz trémula. Llora porque ama a España; ¿la
ama tanto como para pagar impuestos aquí? No, tanto no, pero se emociona
cantando, que equivale casi a lo mismo.
La moción de censura que ha
dejado al PP de nuestros pecados fuera de juego, ha pillado a Rivera con el pie
cambiado. Las encuestas, luciendo peineta y mantilla, le tiraban besos desde la
barrera y ya estaba él esperando al toro a porta gayola, una rodilla en tierra,
persignándose, muy seguro de que su faena le sacaría a hombros de la plaza para
colocarle a plomo en la Moncloa. Y de pronto, qué cosas, hete aquí que el toro
llega por detrás, le desbarata el lance y ya no hay manera de componer la
figura.
Pero claro, si hay que elegir
entre apoyar a un partido de ladrones o a un partido que pacta con
nacionalistas (como si este pacto no hubiera sido una constante en nuestra
historia reciente) por supuesto mejor los ladrones, que son ladrones pero mucho
españoles, y esto es lo que cuenta. Y a partir de ahí se construye el discurso
de las dos derechas, la vieja y la renovada, que caminan de la mano: que si Pedro
Sánchez es un presidente al que no han votado los ciudadanos. Cierto, cierto,
ni a él ni a ninguno porque al presidente lo elige la cámara; tenemos lo que se
llama “una democracia representativa”, que parece que el personal se entera
sólo de lo que quiere. Que si Sánchez es un sinvergüenza, que se ha aliado con
nacionalistas (como si ellos no lo fueran; ellos, los de la exaltación de la
patria, escupiendo por un colmillo del nacionalismo…), con comunistas
bolivarianos y hasta con Darth Vader… Una concejala del Pp llamando “rata” a
Pedro Sánchez; Francisco Bernabé tildándole de “vil traidor”; la histeria está alcanzando niveles de ópera
bufa.
Ahora en serio: el discurso de
Rivera durante la moción de censura daba un poquito de grima. Un discurso
vacío, con cuatro o cinco ideas de Perogrullo repetidas en bucle, reclamando
unas elecciones que las matemáticas parlamentarias hacían inútiles y poniendo
en valor una y otra vez la españolidad, como si ésta fuera un mérito y no un
accidente geográfico. El problema que tiene el ver españoles por todas partes
es que también ves “no españoles”, y estos, evidentemente, no son de fiar. Lo
que late en el fondo de su discurso, en lo que no dice, es un patrioterismo
excluyente con tufo fascistoide que, de verdad, da algo de miedo. Me gustaría
recordarle a Rivera que al país lo amamos trabajando por el bienestar de todos,
también de los que no piensan como nosotros, y que robar a manos llenas y
envolverte en una bandera rojigualda bien grande, es cínico y doloso. Que al
país lo amamos contribuyendo a su sanidad, no vendiéndola; contribuyendo a la
educación, no malbaratándola; cuidando de las pensiones, no congelándolas;
fomentando leyes de igualdad de género, no ignorándolas; generando diálogo entre
comunidades, no enfrentándolas…
En fin, maestro, una mala
tarde la tiene cualquiera. Más suerte en la próxima.
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