CASO ALVES: ELLA SOLO QUIERE QUE LA CREAS
La entrada en prisión del futbolista Dani Alves acusado de violación ha provocado un enorme impacto mediático. Es normal, tiene todos los ingredientes para ser una pieza informativa de consumo masivo, puro fast food periodístico: famoso, sexo, violencia, cárcel. Con esos cuatro elementos se construyen un altísimo porcentaje de productos televisivos desde que la realidad (convertida en tele-realidad, ese oxímoron) empezó a ser considerada una fuente de entretenimiento.
Por eso es muy fácil perderse en la broza mediática, atenta a cualquier tontería (uno de los titulares nos informa de que Dani Alves ha perdido el apetito) y descentrar el foco de este caso. Un hombre ha violado a una joven y surgen todas las preguntas clásicas en torno a este tema desde que existe el patriarcado o, lo que es lo mismo, desde que el mundo es mundo:
Qué necesidad tenía de hacer algo así este hombre joven, guapo y famoso que podría haber seducido a cualquier mujer. La violación no se produce porque los hombres tengan pene, se produce porque los hombres tienen el poder y algunos hacen un uso abusivo. No existe necesidad de sexo sino necesidad de ejercer un poder que consideran que les pertenece: el de someter a una mujer donde y cuando quieran, una prerrogativa que se les ha concedido por ser varones y a la que algunos no están dispuestos a renunciar. No en vano, un grupo autodenominado “El retorno de los reyes”, que reivindica más derechos para los hombres y menos para las mujeres, pedía la despenalización de la violación. La violencia de género y en particular la agresión sexual sigue siendo hoy lo que ha sido siempre: un mecanismo para someter a las mujeres a través del miedo, para que no salgamos solas, para que vigilemos a qué horas salimos, por dónde andamos, en qué estado y con qué ropa. El objetivo es que todas seamos menos libres,
Por qué violar a una mujer cuando puede satisfacer esa necesidad yendo a un burdel. El puticlub no es donde los hombres desfogan, es donde los agresores entrenan. La prostitución es una escuela de violencia contra las mujeres, el lugar donde se celebra una masculinidad basada en la superioridad de los hombres y en el desprecio hacia las mujeres disfrazado de aséptico y libre intercambio económico. Pero no olvidemos que la actividad de la prostitución es tan libre como libertad le dejen a una mujer la desestructuración familiar, la exclusión social, la vulnerabilidad económica, las guerras, el tráfico de personas, la migración y el aislamiento. No todo lo que se acepta es aceptable. Nada que atente contra la dignidad humana debería ser aceptado.
A lo mejor ella iba provocando y la relación fue consentida. Efectivamente, esta es la primera coartada de todo violador. Y, cómo no (para qué renunciar a un clásico que funciona), también lo ha sido en el caso de Dani Alves; aunque tan consentida no habrá sido cuando el futbolista ha tenido que cambiar su versión de los hechos hasta en tres ocasiones. Las mujeres siempre son susceptibles de estar inventándose la agresión por interés económico o cualquier otro interés. Los agresores son victimizados y las víctimas culpabilizadas, algo que no ocurre en otro tipo de delitos.
Ella lo que quiere es arruinarle la vida. No, ella lo que quiere es recuperar la suya. Para evitar esa culpabilización de que hablamos en el párrafo anterior, las mujeres suelen renunciar a reclamar una indemnización que les corresponde por ley (toda persona tiene derecho a ser resarcida por el daño sufrido). También ha ocurrido en este caso. Ni dinero, ni fama: ella solo quiere que la crean. Como ocurre en la serie “Creedme” (“Unbelievable”) en la que una joven inestable mentalmente, víctima de un violador en serie, es convencida por unos investigadores negligentes para que declare que no ha sufrido agresión y solo busca notoriedad. Como resultado toda su comunidad le da la espalda a la muchacha.
Repetimos: La mujer que ha sido agredida por este futbolista solo quiere que la creamos. Por ello ha renunciado a la indemnización económica que pudiera resultar de una condena. La única reparación que pide es el derecho a ser creída. Renunciar a la indemnización para no perder credibilidad es algo que no sucede si te roban el bolso o te queman el coche. Solo si te violan. Porque si te violan y no te creen sobre ti caen dos condenas: una por mentirosa y otra por golfa. Hay un prejuicio social que dice que las mujeres se lo buscan, que acusan en falso, que el hombre es la víctima.
Una violación puede llegar a ser incapacitante por las secuelas psicológicas que se arrastran: estrés postraumático, depresión, fobias. Sin embargo, el miedo a no ser creída es tan paralizante, que se renuncia a toda compensación desde el principio. Ella solo quiere que la creas, que te creas su dolor, su rabia, su asco, que te creas que ha sido golpeada y violada y teme ser acusada de ir provocando, de habérselo buscado.
Ellas renuncian a un derecho para no ser juzgadas siendo víctimas.
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