LAS
TRADWIVES QUE NOS GOBIERNAN
Las
tradwives, sobre las que ya hemos escrito en nuestros artículos en un par de
ocasiones, avanzan al mismo paso que la ola ultraderechista de la que se nutren.
Recordemos
que tradwife es la contracción de traditional wife (en plural wives)
término inglés que significa esposa tradicional. Una mujer que ha decidido
dedicar su vida al cuidado de su marido y de sus hijos y que, en el reparto de
roles, ha aceptado que todo el poder lo deben seguir ostentando los hombres.
Las
tradwives rechazan la igualdad en todos los aspectos de la vida y no quieren
para las demás lo que ellas sí tienen en el plano público (el privado ya es
otra cosa), animando desde sus redes a las mujeres a regresar al hogar mientras
ellas se proyectan en el plano público con su discurso al tiempo que lo
monetizan.
Un buen
ejemplo histórico de este comportamiento sería Pilar Primo de Rivera que
instaba a las mujeres a ser esposas y madres y a permanecer en el anonimato del
hogar mientras ella medraba en política, si bien por detrás de los hombres,
haciendo de capataz y administrando un poder masculino aplastante. Las mujeres que lideraban la Sección Femenina
de la Falange durante el franquismo eran mujeres políticas, en muchos casos independientes
y sin hijos ni marido. La Sección Femenina se creó precisamente para adoctrinar
y mantener bajo control a las mujeres en la España franquista.
Con el
mismo objetivo surgió en la Alemania nazi la revista Frauen Warte (la guardia
de las mujeres) que promovía las labores reproductivas y domésticas como única
ocupación para las mujeres, resumido en dos palabras según su directora Scholtz-Klink: la cuna y el cucharón. Eran la
escuadra femenina del poder fascista, como lo son actualmente las tradwives en EE.
UU., defensoras a ultranza del trumpismo, y que propugnan el supremacismo
blanco, la sumisión femenina y la reclusión en el hogar.
La
opresión necesita que una mínima cuota de poder le sea asignada a un pequeño
número entre los oprimidos para mantener la gobernabilidad. Ocurría así en los
campos de exterminio donde los Sonderkommandos, un grupo elegido entre los
propios presos, se encargaban de hacer llegar el poder hasta el último rincón.
Como decía Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese
cómplices entre los propios oprimidos”.
La
familia tradicional basada en la autoridad del padre y la sumisión de la madre
es el modelo que imponían los fascismos en el pasado, cuya estabilidad económica
dependía en gran parte del trabajo femenino no remunerado, y el que siguen
proponiendo los postfascismos, una estructura jerárquica que se traslada a
escala a toda la sociedad y en el que las mujeres de nuestro tiempo,
emancipadas y trabajadoras, son invitadas por otras mujeres a regresar a la
cocina y a la crianza.
En la actualidad tenemos a Giorgia Meloni que en cuanto llegó
al poder cargó contra las familias diversas o la propia Isabel Díaz Ayuso con
su cruzada en contra del derecho aborto, haciendo uso del poder y renegando de
un feminismo sin el cual no estarían gobernando. Ahí están también Marine Le
Pen en Francia y a Alice Weidel de AfD en Alemania, instrumentalizando su
condición, como si ser mujer ya te convirtiera en feminista, al tiempo que
proponen medidas retrógradas.
El ejemplo más reciente de este modelo es el de Sanae
Takaichi, primera mujer en convertirse en primera ministra de Japón y cuyo
referente es Margaret Thatcher. Entre sus propuestas, aparte del belicismo y el
ultranacionalismo, destacan sus medidas en contra de la igualdad: rechazo a que
las mujeres alcancen el trono imperial, defensa de la obligatoriedad de que la esposa
adopte el apellido del esposo y por supuesto el rechazo del matrimonio
homosexual.
Sin el
avance terco y tenaz del feminismo, ellas no hubieran llegado a esa posición
puesto que el poder estaba vetado a las mujeres, ni siquiera tenían derecho al
voto. Ellas se han servido de un
feminismo del que abominan para llegar al poder. De la misma manera, los
partidos postfascistas alcanzan la legitimidad en las urnas emanada de una
democracia a la que desprecian.
Visto
en la distancia, las tradwives nos parecían unas frikis con delantal que se
limitaban a hornear cupcakes, pero, por si a alguien le quedaba alguna duda de
que lo personal es político, ahora nos gobiernan con un discurso antiigualitario
con el que nos quieren convencer de que hay demasiada democracia y
demasiado feminismo.
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