Avalancha de inmigración en África
Una joven abogada termina la carrera y hace un máster. En
el evento de clausura del máster, su mentor les anima a ir a trabajar a
cualquier país del África Subsahariana porque África, dice, es un continente de
posibilidades económicas y de promoción para los europeos, para los
occidentales. Está claro que no para los africanos.
Esto quiere decir que un nutrido grupo de jóvenes
abogados de éste y otros másters desembarcará en Africa en breve, están
desembarcando ya, cada día. No, no los veremos sentados sobre la valla de
Melilla, no terminarán en CIEs, no cruzarán en patera, no acabarán en el fondo
del mar golpeados por pelotas de goma, no los hostigará la policía
marroquí. Llegarán en vuelos regulares,
aterrizarán en los aeropuertos de Dakar, de Niamey, de Malabo, con su maleta,
su bisoñez y su joven ambición. Gestionarán
los despachos legales de empresas españolas, dedicadas a la pesca, a la
minería, al turismo… cuyos ingresos irán
a parar a Europa o a paraísos fiscales. Esta ola de inmigración no es
calificada como ilegal, no sale en los
periódicos, no alarma a la población, no obliga a tomar medidas policiales ni
es objeto de devoluciones en caliente. Pero así es como continúa el antiguo
expolio del bello continente africano. Así ha sido desde que en el siglo XVI se
comenzara a comerciar con esclavos y en el XIX
el reparto colonial europeo globalizara el robo. Así ha sido, así sigue
siendo. Así continuará al menos una generación más. Mientras los jóvenes
europeos se preparan para trabajar en alguna exótica ciudad de África, los jóvenes africanos mueren en el Estrecho o son
perseguidos y encerrados: es la diferencia cualitativa entre la juventud de
ambos continentes, lo que supone emigrar para los unos y para los otros.
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