ESPEJOS
Los rostros sacan al exterior toda la gama de
sentimientos humanos: frustración, felicidad, miedo, paz, codicia, rabia,
angustia, alivio. Hay rostros contraídos de continuo por una mueca de desprecio
o de sarcasmo, de suficiencia, de soberbia. También tranquilos rostros llenos
de calma, mirarlos es tener la sensación de haber llegado a casa. Sobre las
caras de los niños aún está casi todo
por escribir, bellos rostros impecables sobre los cuales la vida aún no ha
tenido tiempo de dejar su huella. Nuestras emociones van marcando nuestra
fisonomía, nuestra vida se va
escribiendo sobre nuestro rostro con
cada gesto, cada arruga.
Y entonces interviene la factoría del borrado industrial.
Mujeres-monstruo de Frankenstein que quieren la cara de
Scarlett Johansson y el culo de Kim Kardashian. ¿Y el cerebro de quién? Poco
importa, éste es un accesorio si no inútil desde luego sí prescindible.
El rostro es la parte de nuestro cuerpo donde reside la
identidad y sin embargo la industria de la imagen conduce a miles de hombres y
mujeres a querer cambiar su identidad por juventud y belleza, dorians grey
vulgarizados, banales y transitorios. Rostros intercambiables como cabezas de
muñecas. Caras con pretensiones de belleza pero cuya falta de naturalidad provoca
una leve repulsión. La perfección no es humana, sólo es posible en un
laboratorio y en una cadena de montaje. La belleza, dominio de los poetas,
convertida en material de mercado.
El nuevo espejo mágico es el selfie que manda tal mensaje
de insatisfacción sobre las pseudo- reinas, madrastras sólo de sí mismas, que
ha hecho incrementar las operaciones de
estética en un 15%. De nuevo gana la banca, hagan juego, señoras.
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