No es que a estas alturas vaya yo a esperar coherencia de la troupe que nos gobierna, pero en fin, me da risa oír hablar de solidaridad impositiva a un tipo como Montoro cuyo bufete se ha lucrado de manera indecente en los años que lleva en el gobierno, multiplicando por seis su facturación, así, de golpe, como si nada, todo muy legal. Un sujeto que montó desde su ministerio una hermosa lavandería, a la que llamó “proceso de regularización extraordinaria” (estos tahúres hacen trampas hasta con el lenguaje) que sirvió para reflotar las fortunas en negro de los miembros de su gobierno y allegados y que encima se atreve a blandir un dedo acusador contra todos los que no son de su cuerda, cobardemente y amagando sin dar. No sé bien qué me molesta más, si lo ladrón o lo cínico, o si en realidad es que ambas cosas superpuestas no suman la repugnancia sino que la multiplican. Es como oír hablar de patria a ese siniestro traficante de armas que es Morenés. Su patria no es la mía: mi patria son las personas, la suya el capital. Y encima hay que callarse porque desde la semana pasada nos va tan bien que no nos podemos quejar. Resulta insoportable escuchar consejos de malos pagadores. Señores, ustedes no pueden dar lecciones de moral porque son unos patibularios, por muy trajeados que vayan. El juez Ruz ha sentenciado que está probada la existencia de una caja B dentro de su partido. El propio Bárcenas pensaba que con sus declaraciones el gobierno colapsaría, quién cómo él para saber el calado de la bomba que estaba dejando caer. El juez Silva dijo que si contaba lo que sabía, la sociedad no lo soportaría. Y sin embargo no ha pasado nada, nada, nada. Porque nos gobierna un grupo de políticos delincuentes apoyados por una judicatura partidista y de cuyo márquetin se encargan unos medios de comunicación que son la puritita voz de su amo. Es todo tan deleznable que da la sensación de estar asistiendo al desmoronamiento por saturación de un sistema descompuesto. Al lento caminar de un elefante que está muerto.
lunes, 30 de marzo de 2015
CONSEJOS DE MAL PAGADOR
CONSEJOS DE MAL PAGADOR
No es que a estas alturas vaya yo a esperar coherencia de la troupe que nos gobierna, pero en fin, me da risa oír hablar de solidaridad impositiva a un tipo como Montoro cuyo bufete se ha lucrado de manera indecente en los años que lleva en el gobierno, multiplicando por seis su facturación, así, de golpe, como si nada, todo muy legal. Un sujeto que montó desde su ministerio una hermosa lavandería, a la que llamó “proceso de regularización extraordinaria” (estos tahúres hacen trampas hasta con el lenguaje) que sirvió para reflotar las fortunas en negro de los miembros de su gobierno y allegados y que encima se atreve a blandir un dedo acusador contra todos los que no son de su cuerda, cobardemente y amagando sin dar. No sé bien qué me molesta más, si lo ladrón o lo cínico, o si en realidad es que ambas cosas superpuestas no suman la repugnancia sino que la multiplican. Es como oír hablar de patria a ese siniestro traficante de armas que es Morenés. Su patria no es la mía: mi patria son las personas, la suya el capital. Y encima hay que callarse porque desde la semana pasada nos va tan bien que no nos podemos quejar. Resulta insoportable escuchar consejos de malos pagadores. Señores, ustedes no pueden dar lecciones de moral porque son unos patibularios, por muy trajeados que vayan. El juez Ruz ha sentenciado que está probada la existencia de una caja B dentro de su partido. El propio Bárcenas pensaba que con sus declaraciones el gobierno colapsaría, quién cómo él para saber el calado de la bomba que estaba dejando caer. El juez Silva dijo que si contaba lo que sabía, la sociedad no lo soportaría. Y sin embargo no ha pasado nada, nada, nada. Porque nos gobierna un grupo de políticos delincuentes apoyados por una judicatura partidista y de cuyo márquetin se encargan unos medios de comunicación que son la puritita voz de su amo. Es todo tan deleznable que da la sensación de estar asistiendo al desmoronamiento por saturación de un sistema descompuesto. Al lento caminar de un elefante que está muerto.
No es que a estas alturas vaya yo a esperar coherencia de la troupe que nos gobierna, pero en fin, me da risa oír hablar de solidaridad impositiva a un tipo como Montoro cuyo bufete se ha lucrado de manera indecente en los años que lleva en el gobierno, multiplicando por seis su facturación, así, de golpe, como si nada, todo muy legal. Un sujeto que montó desde su ministerio una hermosa lavandería, a la que llamó “proceso de regularización extraordinaria” (estos tahúres hacen trampas hasta con el lenguaje) que sirvió para reflotar las fortunas en negro de los miembros de su gobierno y allegados y que encima se atreve a blandir un dedo acusador contra todos los que no son de su cuerda, cobardemente y amagando sin dar. No sé bien qué me molesta más, si lo ladrón o lo cínico, o si en realidad es que ambas cosas superpuestas no suman la repugnancia sino que la multiplican. Es como oír hablar de patria a ese siniestro traficante de armas que es Morenés. Su patria no es la mía: mi patria son las personas, la suya el capital. Y encima hay que callarse porque desde la semana pasada nos va tan bien que no nos podemos quejar. Resulta insoportable escuchar consejos de malos pagadores. Señores, ustedes no pueden dar lecciones de moral porque son unos patibularios, por muy trajeados que vayan. El juez Ruz ha sentenciado que está probada la existencia de una caja B dentro de su partido. El propio Bárcenas pensaba que con sus declaraciones el gobierno colapsaría, quién cómo él para saber el calado de la bomba que estaba dejando caer. El juez Silva dijo que si contaba lo que sabía, la sociedad no lo soportaría. Y sin embargo no ha pasado nada, nada, nada. Porque nos gobierna un grupo de políticos delincuentes apoyados por una judicatura partidista y de cuyo márquetin se encargan unos medios de comunicación que son la puritita voz de su amo. Es todo tan deleznable que da la sensación de estar asistiendo al desmoronamiento por saturación de un sistema descompuesto. Al lento caminar de un elefante que está muerto.
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