UNA DE CORRUPCIÓN
Estoy bastante descorazonada a la vista de los últimos
acontecimientos políticos. Con todo el fango (utilizo esta palabra para que
veáis lo fina que soy) que rezuma el partido del gobierno, desde Génova
renovada en negro hasta nuestro alegre convecino Martínez Pujalte, que mira por
dónde, quién se lo iba a esperar, es otro chorizo, todo este fango a la vista,
digo, y la gente les volverá a votar. Primero nos costó creer que eso de la
corrupción generalizada fuera algo que tuviera que ver con nosotros, pensábamos
que era sólo cosa de países tercermundistas. Y ahora que la corrupción tiene
una sección fija en el telediario como el tiempo o los deportes, tampoco parece
que esto esté siendo demasiado pedagógico. Oigo comentarios por la calle que me
hacen echarme a temblar porque comprendo que es muy posible que nos queden
algún par de décadas más de comprensión ciudadana hacia la corrupción
institucional, algo que, como es bien sabido, la sostiene y alimenta. Oigo
cosas del tipo:
- “esto
de la corrupción existe desde los tiempos de los romanos”, mensaje cifrado que
viene a significar: nos aguantamos porque esto ha sido y será siempre así y no
se puede hacer nada. Mentira, sí que se puede, de momento podemos callarnos
estas tonterías que le hacen el caldo gordo al statu quo.
- También
he oído: “bueno, es que si un político que está haciendo su trabajo va y se
lleva unos cuantos millones, pues es lo normal”. Mentira, eso no puede ser
normal más que en Chicago, años veinte. A menos, claro, que queramos vivir en
este sistema que privilegia a los ladrones con la comprensión de los
desposeídos.
- Y
por supuesto no ha faltado: “si tú estuvieras ahí, harías lo mismo”. Mentira y
gorda. A mí no me metáis, porque yo no lo haría. Ni tú tampoco. Pero el que lo
dice seguramente sí, lo que pasa en ese caso es que se tiene que aguantar
porque está jugando a su propio juego de listillos y pringados, sólo que le ha
tocado ser un pringado.
- “No
hay ningún político honrado”. Mentira también. Conozco gente honrada hasta el
extremo que trabaja en política. Es más, vivo con uno. Así que no admito que se
emplee este fatalismo que nos hace creernos que estamos predestinados a la
corrupción y que no hay escapatoria. Porque sí la hay. Y pasa por la madurez de
la ciudadanía para denunciar situaciones corruptas. Pero si nos creemos que no
hay solución, simplemente nos encogemos de hombros y dejamos que todo siga
igual.
Qué porte
magnífico tienen Rato, Bárcenas, Matas, al entrar y salir de la cárcel. No nos
dan miedo ninguno. Y deberían, porque esos miserables son culpables de haber
generado ríos de miseria, hospitales con sábanas agujereadas donde sólo te dan
agua si te la prescribe el médico (sic), gente sin casas, escuelas sin maestros
sustitutos, centros sociales cerrados… Y sin embargo un puñado de inmigrantes
cruzando la valla de Melilla y los medios de comunicación quieren hacernos
creer que estamos siendo invadidos por hordas salvajes. Los pobres dan miedo,
como si contaminaran con su sola presencia. Los ricos, aunque sean unos
ladrones convictos y confesos, no. Será porque creemos que tanto la riqueza
como la pobreza se contagian
No hay comentarios:
Publicar un comentario