Un cuento moderno
En los cuentos de mi infancia solía haber un monstruo que
exigía el tributo anual de un determinado número de doncellas. Los soldados del
territorio sometido eran los encargados de llevar a cabo esa recaudación de
sangre. Las familias intentaban ocultar a sus hijas. La ignominia continuaba
hasta que un héroe se atrevía a enfrentarse al monstruo. En nuestros días, el
monstruo que nos somete lo que exige no son doncellas sino balances saneados.
También es un tributo de sangre porque cómo llamaremos si no al hecho de que
para llegar a las cifras exigidas haya una cantidad de pobreza infantil que nos
sitúa en la antesala del Tercer Mundo, un paro juvenil que compromete el futuro
de nuestros jóvenes y el nuestro de paso, un índice de suicidios cuyo
porcentaje no se da para no alarmar a la población.
Antes de este timo del euro, cuando un país necesitaba
ser más competitivo en el mercado, devaluaba moneda. Ahora no podemos porque le
hemos legado graciosamente esa potestad al BCE de manera que podríamos
convertir nuestra Fábrica Nacional de Moneda y Timbre en un after y nadie
notaría la diferencia. Para presentar el balance saneado que nuestro monstruo
nos exige en lugar de devaluar moneda, se devalúa el mercado laboral, se
privatiza a lo bestia y se desmonta un sistema público que garantizaba el
bienestar de la ciudadanía y que ahora se contempla por los neocon como: a) un
tinglado comunista que hay que desbaratar y b) una jugosa fuente de ingresos
para los amiguetes del poder. Somos los
hermanos Marx quemando el vagón para alimentar la caldera del tren que nos
lleva a un futuro de pesadilla. El expolio que se está dando ahora en Europa es
llevado a cabo por sus dirigentes con una alegría que causa sonrojo. Al menos,
en el cuento infantil el tributo de sangre se entregaba llorando. Nosotros no
tenemos ni ese consuelo.
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