¿POR QUÉ MUEREN LAS MUJERES?
Cuando opinamos lo hacemos pensando que las ideas que nos
surgen son originales y únicas, que las generamos nosotros a partir de la
información de que nos dotamos. Sin embargo creo que es muy difícil que
nuestras opiniones se despeguen del magma cultural en que estamos inmersos. Hay
innumerables transmisores culturales que no detectamos y que terminan por
conformar nuestros pensamientos, opiniones y finalmente nuestro comportamiento:
La bofetada que le da a Glenn Ford a una bella, bellísima
Rita Hayworth en Gilda, debe pertenecer cinematográficamente a la escuela de
Eisenstein y su concepto de cine-puño (en este caso, casi literalmente) porque
una vez olvidado el argumento de la película en todas las mentes permanece
grabada esa imagen que nos dice que él, el agresor, es un hombre serio y formal
y que ella es una casquivana así que, qué importa por qué le ha pegado, seguro
que se lo merecía. Al mismo tiempo confiere a la violencia contra la mujer una
enorme carga de glamour, de acto conveniente y très comme il faut. Pero la
violencia fuera del cine no es bella, no es glamourosa, no es brillante,
contiene gritos, sudor, mocos, lágrimas, sangre; es fea, es retorcida, aunque
eso ya da igual porque ese acto despreciable ha quedado legitimado por la vía
de la estilización artística. El hombre que golpee a una mujer podrá verse a sí
mismo como Glenn Ford, aunque sea Torrente.
En el siguiente ejemplo, el
tardofranquismo nos recordaba en una inocente canción infantil cuál era nuestro
sitio en la sociedad:
Lunes antes
de almorzar
Una niña
fue a jugar
Pero no
pudo jugar
porque
tenía que planchar
Y así sucesivamente día a día,
tarea a tarea, hasta llegar al domingo, día del Señor, en que la niña tampoco
pudo jugar porque tenía que rezar. Hasta Dios descansó el séptimo día, pero las
niñas no descansaban; no podían, las estaban observando:
Así
planchaba, así, así
Así
planchaba que yo la vi.
Explotación infantil,
discriminación de género y adoctrinamiento religioso en una sola pieza. Le
añades una musiquilla pegadiza y el mensaje envenenado va directo al
hipotálamo.
De la misma época es una
canción de Trigo Limpio que merecía pasar a la historia como himno sadomaso. La
frágil solista del grupo cantaba:
Rómpeme,
mátame
Pero no me
ignores vida mía.
Prefiero
que tú me mates
Que morirme
cada día
La construcción del amor
romántico, una convención como cualquier otra, deja a la mujer a merced de la
violencia patriarcal. Éste es sólo un ejemplo pero en general este discurso
dota al amor romántico de categoría absoluta mientras que la vida, en el caso
de la mujer, sólo tiene categoría relativa. Si integramos dicho discurso ya
estamos listas para morir a manos de nuestros hombres, como en esta canción.
De ahí venimos y así nos va. Por suerte cada vez tenemos
el ojo y el oído más entrenado para detectar estos troyanos y evitar que nos
colonicen.
Aunque lo que cuento aquí no explica por sí solo por qué mueren
las mujeres a manos de sus compañeros creo que es una pieza nada desdeñable de
este puzzle siniestro.