NEOLIBERALISMO REPRODUCTIVO
Siguiendo a mi admirada Ana
de Miguel, recordaré aquí, tal y como señalaba esta filósofa, lo que decía
Aristóteles sobre las mujeres: “Parecen hombres, son casi hombres, pero son tan
inferiores que ni siquiera son capaces de reproducir a la especie, quienes
engendran los hijos son los varones. Las mujeres son meras vasijas vacías, el
recipiente del semen creador”. Bien, pues, el neoliberalismo reproductivo ha
convertido esta metáfora ominosa en realidad mercantilizable porque los deseos
de descendencia de las personas occidentales con poder adquisitivo son superiores al
derecho al propio cuerpo de las mujeres pobres.
En el tema de los vientres
de alquiler, hay una cuestión que, sorprendentemente, se pone por encima de
todas las demás (el concepto de ser humano, los derechos humanos, el derecho de
la mujer al propio cuerpo) y es la siguiente: aquéllos que tienen dinero para
sufragar una gestación subrogada creen que sus deseos son derechos. Ser padres
es una opción, es una aspiración, para quienes no pueden serlo es, además, un
anhelo pero desde luego no es un derecho. Y además, ¿desde cuándo los derechos se
materializan cosificando a otro ser humano? Es como si el derecho a una
alimentación sana y variada nos permitiera ser caníbales.
Aquellas mujeres que tienen
por todo patrimonio su propio cuerpo son conducidas, en virtud de ese deseo
devenido en derecho gracias a las leyes del mercado, a venderlo o alquilarlo, a
comerciar con él para poder sobrevivir. Pero sucede que ese intercambio no es
neutro, no se produce en el vacío sino en el contexto de una sociedad
patriarcal donde las mujeres son sujetos de segunda y las mujeres pobres, en
este caso, simples objetos reproductivos. Una sociedad donde, con esa práctica,
se ahonda aún más en la ya enorme asimetría entre sexos.
No sólo eso, con la aceptación de la
denominada “maternidad subrogada” se acepta también una triple desigualdad: de
género, porque de lo que se hace uso es del cuerpo de las mujeres; de clase,
pues son las mujeres pobres las que se exponen a esta práctica; de naciones,
porque este fenómeno genera países exportadores de vientres de alquiler (India, Bangladesh, Pakistán, Ucrania) y países importadores de este tipo de
servicios.
Se dice, para justificar
esta práctica, que es mejor alquilar el vientre que malvivir en la miseria.
Pero resulta indecente e inhumano pretender regular y legislar sobre este
particular como si ambas partes estuvieran en las mismas condiciones, obviando
de forma intencionada la inferioridad palmaria de las mujeres que ceden su
capacidad reproductiva. En los países donde esta práctica es legal la legislación
blinda literalmente a los compradores del servicio, despojando por completo de
derechos a las mujeres gestantes cuya vida, alimentación y hábitos es
controlada hasta el mínimo detalle por las clínicas reproductivas. Todo derecho
de ellas se reduce a una mera compensación económica previamente pactada. Dicha
práctica convierte, además, al neonato en simple mercancía que se puede
devolver si no se ajusta a las demandas del comprador.
Las mujeres alquilan sus
vientres para que la semilla reproductiva de otras personas tenga continuidad,
recordemos que quienes dan continuidad a la estirpe son los que
ponen el dinero, no quienes ponen el
cuerpo, que en este caso es un mero elemento utilitario. La opción de poder
utilizar el vientre de una mujer para que sea gestante del hijo de otra persona a cambio de dinero es puro neoliberalismo reproductivo. No es un tema menor pues en él está en
cuestión el propio concepto de ser humano y de lo que se puede hacer con él. No
lo olvidemos.
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