EL MUNDO DE AYER
Cuesta creerlo, pero
¿es posible que sea verdad que el ser humano no ha aprendido nada en absoluto
de su historia y que ante una crisis se lance sin dudar un segundo en pos del
fascismo más destructivo?
No consigo reponerme
a la inquietud que me produce la constatación de que, en nuestra sociedad híper
comunicada, saturada de información, repitamos sin descanso, una y otra vez,
los mismos errores, acudamos en masa a poner nuestro mundo, el mundo de hoy, el
mundo de mañana, en las manos de dictadores enloquecidos.
Me pregunto cuál es
el motivo que lleva a cuarenta y nueve millones de brasileños a votar por un
militar para quien la tortura es tan cotidiana que le parece poca cosa, para
quien la violación es lo mínimo que merece una mujer desafiante; que cree que
la solución del país pasa por matar a treinta mil personas; alguien que
propugna un blanqueamiento de la raza porque los negros no valen ni para
procrear; un militar que dice que la policía debería matar más, que siente
veneración por dictadores como Pinochet, que aboga por la libre tenencia de
armas y para quien la democracia no merece más que un tiro en la nuca. Qué
furia, qué rabia, qué ignorancia supina hace que se vote en masa por un sujeto
que avergüenza al género humano. Qué culpa, qué complejo, qué vergüenza quiere
expiar un pueblo que parece estar pidiendo un castigo ejemplar cuando elige a
un dirigente así.
Este sujeto
lamentable que es Jair Bolsonaro no parece preocupar a las élites económicas
para las que el fascismo no es obstáculo, más bien al contrario, suele ser un
buen compañero de viaje del poder económico hasta que, como sucedió con Hitler,
se sale de madre y se hipertrofia como un cáncer con metástasis.
Como contrapunto,
para Stefan Zweig, un cosmopolita que viajó desde joven por todo el mundo, el
amor por la cultura y la compasión por el ser humano caminan juntos y son casi
una misma cosa. Judío por educación, no por convicción, reacio a todo
nacionalismo y antibelicista convencido, estuvo en el punto de mira del Tercer
Reich. Dejo escrito: “Paris, Inglaterra, Italia, España, Bélgica, Holanda: esa
vida errante de gitano y presidida por la curiosidad había sido agradable de
por sí y, en muchos aspectos, provechosa. Pero, a la postre uno necesita un
punto estable de donde partir y a donde volver; nunca lo he sabido tan bien
como hoy, cuando ya no deambulo por el mundo por propia voluntad sino porque me
persiguen”.
Cómo no recordar que
Stefan Zweig puso fin a su vida, junto con su esposa, a la edad de
sesenta y un años, poco antes del final de la II Guerra Mundial, convencido ya
definitivamente de la falta de esperanza en un mundo futuro, convencido de que
la única certeza en su vida era el mundo de ayer, aniquilado por el nazismo.
Imposible no recordar hoy que Stefan Zweig se suicidó en Brasil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario