FRATERNIDAD Y BUENISMO
Quienes
escupen por un colmillo de términos como fraternidad y solidaridad, suelen
comenzar su relato con un “yo no soy racista, pero”, frase que en realidad
quiere decir “soy más racista que Trump, pero quiero que tú pienses que no lo
soy”, como si tú te hubieras caído de un guindo y no supieras reconocer a un racista
cuando lo tienes delante. Siguiendo al filósofo Slavoj Žižek , esta
autodefinición del yo interior como de “no racista (pero)” carece por completo
de interés porque lo importante es lo que haces, lo que haces te define, y tú
eres un racista pues te comportas como tal; lo que digas para justificarte no
le interesa a nadie. Quienes se autodefinen como racistas con este oxímoron,
nos quieren dar lecciones a los que jamás comenzaríamos una frase con un “yo no
soy racista, pero”, lecciones que consisten en hacernos saber que somos muy
tontos en nuestra pretensión de luchar por un mundo más justo y solidario,
somos muy tontos al querer que desaparezca la xenofobia, somos muy tontos pero
pretenden que no nos enteremos de que nos están llamando tontos y nos acusan de
buenismo. De hecho, el buenismo se llama buenismo por no llamarse tontismo.
Tratan con
ello de generar una mistificación entre fraternidad y buenismo. Mientras la
fraternidad, uno de los tres principios emanados de la Revolución Francesa,
alude a un sentimiento elevado y maduro, el buenismo
nos habla de un comportamiento blando e infantiloide frente a la maldad
intrínseca del mundo. Por resumir rápidamente, las personas solidarias, según
este relato, somos el tonto del pueblo invitando a comer a sinvergüenzas
venidos de fuera.
Pretenden
además darnos lecciones de lo que ellos llaman “realidad”. Sin embargo lo
cierto es que esa realidad a la que aluden los racistas está sólidamente fundamentada
en mentiras podridas:
- La
acogida de inmigrantes hace que se produzca un efecto llamada: los refugiados
no responden a un anuncio para hacer turismo por Europa, salen huyendo de un
país en guerra, de una situación de hambre, de la persecución política. Efecto
llamada es lo de los ingleses en Salou o en Magaluf, con su balconing y su
todo. Poner tu vida en riesgo para alejarte de un peligro mayor es huir, no
responder a una llamada.
- Vienen
a quitarnos los trabajos: no nos quitan ningún trabajo, vender gorras o bolsos
sobre una manta no es trabajo, es supervivencia; arrancar lechugas a céntimo la
pieza no es trabajo, es explotación. No nos quitan el trabajo, es mentira. El
capitalismo elige los colectivos a los que explotar, por eso las marroquíes que
cogen fresa en Huelva y que recientemente han denunciado condiciones miserables
y abusos sexuales, no les quitan el trabajo a las onubenses. Ninguna onubense
recogería fresa a ese precio. El problema aquí no es el explotado, es el
explotador. Citando a Malcolm X: "Si no estáis prevenidos ante
los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor
y odiar al oprimido".
- Cobran
ayudas sociales que se debían estar dedicando a nuestros
ancianos/parados/excluidos: esto es sencillamente falso y no se me ocurre qué
argumentar para decir que es falso salvo que es palmariamente falso. La propia
Cruz Roja ha emitido un decálogo (https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10213628158351814&set=a.1251597403598&type=3)
con las mentiras más frecuentes sobre refugiados e inmigrantes negando cada uno
de los bulos que corren por ahí y que ahora son también alimentados por
políticos como Casado o Rivera, que están luchando por llevarse la palma del
racismo a su campo y que de momento están en empate técnico.
Quienes
apoyan este argumentario suelen olvidar que los extranjeros no documentados
suelen terminar en CIEs, auténticas cárceles encubiertas, donde se paga el
delito de ser extranjero pobre. También olvidan las devoluciones en caliente,
las vallas de concertina, las muertes en el Mediterráneo, triste tumba de
África, los menores no acompañados y tantas y tantas situaciones extremas de
quienes huyen del hambre y de la muerte.
En esta ola
de racismo que recorre Europa, se está recibiendo a los refugiados como
residuos sociales, ni siquiera como ganado, porque el ganado tiene un valor,
los refugiados no. Acompañando a este comportamiento, encontramos que los
principios regidores de una sociedad civilizada son atacados frontalmente. A
quienes luchamos contra el racismo se nos acusa de “buenistas”, intentando
devaluar un concepto imprescindible para la vida en sociedad como lo es el de
fraternidad. En ese mismo sentido, en Francia existe lo que se llama “delito de
solidaridad”. El delito de solidaridad, que ofende toda sensibilidad humana,
convierte al migrante en enemigo y a la ciudadanía receptora, en fuerza de
choque frente a ese supuesto ataque. Ese delito de solidaridad prevé multas de
30.000 euros y cinco años de cárcel a quienes apoyen y ayuden a personas en
situación irregular. Gracias a la lucha del agricultor Cédric Herrou (que había
sido condenado por la Cour d’Aix en Provence) y otras personas que han dado
apoyo a numerosos migrantes en la frontera francoitaliana, se ha logrado abolir
esa ley infame. Y se ha abolido basándose en un principio superior: el
principio revolucionario de fraternidad. Es esperanzador ver cómo, en el
contexto de unos estados, que nos conminan a ser inhumanos e insolidarios, se
ha recuperado el viejo principio republicano. La fraternidad, imprescindible
para vivir en sociedad, nos hace más humanos. Decidme, si no, en qué nos
convertiría observar impasibles el dolor y la muerte de otros seres
humanos. La fraternidad nos salva de la
barbarie.
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