DELITO DE
SOLIDARIDAD
¿Qué es lo que
convierte en peligrosos a aquellos que pretenden llegar a Europa sin nada, nada
más que las propias vidas (en muchos casos maltrechas)?: carecen de bienes, carecen
de hogar y carecen de país porque han sido expulsados de él por la guerra y sus
consecuencias. Si no tienen nada ¿por qué son una amenaza? Precisamente
por eso: porque no tienen nada. La diferencia entre un moro que viene en
patera y un árabe que veranea en Puerto Banús no es la procedencia, la cultura
o la religión. La diferencia es que uno de los dos no tiene nada y ese es
el que es identificado con una amenaza. El que no tiene nada es
susceptible de querer robarnos lo que tenemos, aunque la experiencia nos
demuestre ampliamente lo contrario (casos Noos, Gürtel, Brugal, Lezo, Pokémon,
Bárcenas, Rato...). Sin embargo, el inmigrante es un culpable preventivo, es
juzgado y condenado a morir ahogado en el mar por los delitos que se supone
que puede cometer. No sólo él: también son juzgados y condenados aquellos
que pretenden ayudarles. Hemos visto a lo largo de los últimos años la
persecución a ongs o a personas particulares por intentar rescatar a
inmigrantes: Open Arms, Sea Watch, Helena Maleno, Cédric Hérrou, Pia Klemp,
Carola Rackete.
Se trata en la mayoría de los casos de personas occidentales, amparadas por las garantías jurídicas de sus respectivos países y cuya condena pretende ser disuasoria. Pero ellos han preferido sufrir una injusticia a ser indiferentes ante otra aún mayor. Recientemente nos ha conmovido la muerte de un adolescente cuyo cadáver llevaba cosidas a la ropa sus buenas notas (se nos pone un nudo en la garganta al asomarnos al abismo que hay entre su ingenuidad y su tragedia); tampoco hemos podido olvidar la muerte del niño Aylan, cuya imagen permanece fija en nuestra retina. Solo los asesinos (o los aspirantes a serlo) pueden considerar que salvar vidas es delito. El mandato legal que recibimos, sin embargo, es que a nadie se le ocurra ayudar a nadie, recuerden que este es un mundo individualista e insolidario, continúen con sus compras, circulen, que aquí no ha pasado nada.
Matar y dejar
morir no es lo mismo, pero su resultado sí. Al final, se deja morir a
estas personas no por lo que han hecho si no por lo que son. Y lo que son
es pobres. No nos podemos dejar engañar por los racistas. Su
problema además de la xenofobia es la aporofobia: para ellos sobran los pobres,
todos los pobres, los compatriotas también. No se solidarizan con ningún
pobre, ni de dentro ni de fuera de su país, a pesar de su grito-coartada
"los de aquí primero".
Pero cuando los demás nos sean indiferentes, ¿qué quedará de nosotros? Por eso hay quien más allá de conmoverse, entra en acción. Para ellos, la justicia reserva un castigo ejemplar. En Francia existe lo que se conoce como “delito de solidaridad” que prevé multas de 30.000 euros y cinco años de cárcel a quienes apoyen y ayuden a personas en situación irregular
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