QUE NOS DUELA GAZA
En la masacre que se está llevando a cabo contra Gaza las paradojas se suceden sin
parar: una extrema derecha mundial, tradicionalmente antisemita, se ha
convertido en uno de los grandes defensores de Israel. No es de extrañar, lo
tienen todo en común: la islamofobia, el conservadurismo, el supremacismo blanco,
el colonialismo, la identificación con el modelo del sionismo como el Estado
religioso y étnicamente puro. Para dar otra vuelta de tuerca a esta paradoja,
en su apoyo al actual estado israelí, el recuerdo del Holocausto les ayuda a
blanquear su faceta fascista. Sin embargo, sabemos que no hay nada que se
parezca más a un fascismo (Alemania años cuarenta) que otro fascismo (Israel
años 20 del nuevo siglo). Y nada se parece más al antisemitismo que la
islamofobia. En este avance de las ultraderechas en los gobiernos mundiales,
vemos cómo Israel campa a sus anchas de forma impune, sin que haya quien se
atreva a afearle la conducta, vemos cómo el activismo pro-palestino es
perseguido, vemos cómo Gaza se queda sola, desprotegida, porque a nadie le
importa.
Gaza me araña la piel del corazón cada día. Siempre he
pensado que no debía escribir sobre mi dolor, que a quién le incumbe. Me
parecía incluso una frivolidad hablar de mi angustia, de mi desazón ante esta
masacre, en comparación con el dolor de los gazatíes. Y me he autocensurado. He
escrito artículos en los que intentaba que mis sentimientos se quedaran fuera.
Pero hoy algo ha cambiado. Desde el mes de junio guardo un
documento gráfico forense sobre Gaza que no me he atrevido a abrir, como no me
atrevo muchas veces a ver los telediarios. Pero lo abro. Son unas imágenes
terribles, como para espantar el sueño de por vida; los heridos, amputados y
muertos son en su inmensa mayoría niños y niñas.
Aún hay más. En su crueldad ciega a Netanyahu no le ha
bastado con la muerte y la devastación, a continuación, ha desatado contra Gaza
el último de los caballos del Apocalipsis: el hambre.
Es un genocidio que debe provocarnos una profunda inquietud
moral. Y esa inquietud se genera en una conciencia sacudida por los
sentimientos de empatía hacia quienes sufren. Son nuestros sentimientos los que
nos ponen a andar. Demos las gracias a las neuronas espejo que son las que nos
conectan con las emociones ajenas y las que garantizan nuestra supervivencia
como especie porque nos impelen a reaccionar contra lo que daña a los demás, lo
que daña a nuestros semejantes.
¿Dónde están las neuronas espejo de los políticos que nos
gobiernan? ¿se las hacen extirpar cuando llegan a según qué puestos? ¿renuncian
a ellas para hacer carrera? ¿nacen sin ellas y eso les facilita el ascenso?
Borrell ha dicho recientemente que Europa ha perdido su alma
en Gaza. Sabe bien de lo que habla, ha clamado en el desierto del Parlamento
Europeo preguntándose: ¿a dónde pretende Israel que se desplace la población
palestina frente a los bombardeos, a la Luna?
También merece la pena preguntarse dónde están los israelíes
frente a esa masacre, un genocidio que debería resonar en el alma de quien la
tuviera con el recuerdo de la Shoah. ¿O es que los palestinos no son seres
humanos para ellos, como ellos no eran seres humanos para los nazis?
Si cuando hay un atentado terrorista guardamos un minuto de
silencio, con Gaza deberíamos callarnos para toda la vida. Que nadie más
hablara una sola palabra en este planeta en homenaje a las víctimas del
genocidio. Pero no es así. Niños y niñas, bebés, enfermos, ancianos, muriendo
de hambre a racimos y la Unión Europea responde con una indiferencia tan
clamorosa que su eco se puede escuchar desde el espacio.
Ahora creo que mi dolor sí que importa, es ese dolor (el
mío, el tuyo, el vuestro, el de todos nosotros que nos sentimos concernidos por
el dolor humano) lo único que es capaz de hacer frente a este exterminio para
el que la respuesta internacional son paños calientes cuando no apoyo descarado
y vergonzante al agresor.
Dijo Bertrand Russel sobre Vietnam: “dependemos de la
conciencia de la gente común de todo el mundo que será quien decida si el
pueblo ha de ser abandonado a su suerte en silencio”. Por eso, insisto, tus
sentimientos y los míos son tan importantes.
Que nos duela Gaza, que nos duela hasta que no podamos más,
hasta que la angustia no nos deje dormir y nos veamos obligados a salir de
nuestras casas a gritar, a manifestarnos, a sacudir las conciencias de nuestros
conciudadanos, a provocar la reacción de nuestros gobiernos, a vomitar nuestra
rabia.
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2025/08/01/duela-gaza-ramona-lopez-120248128.html
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