CONCIENCIA DE CLASE
Cuando empezó la fiesta, en plena burbuja inmobiliaria yo oía
a mucha gente que decía jovialmente: “qué te parece la casa o el coche que me
he comprado, bueno, que no es mío, es del banco”, así como de broma. Y yo
pensaba, pues no es broma, es literalmente así. No nos pertenecen ni nuestras
casas, ni nuestros coches, ni nuestros negocios, y casi ni nuestro dinero,
porque aunque éste sí que es nuestro, está físicamente en poder de los bancos,
de modo que cualquier día pueden decir, sin más, que se lo quedan. Los bancos
son los señores feudales de nuestro tiempo, dueños de vidas y estados. En plena
fiesta la gente podía comprarse buenas casas, segunda residencia, restaurantes
caros, todos éramos entendidos en vinos (cuánto papanatismo), viajar, mandar a
los hijos a la universidad pensando que estudiaban como los ricos, que ya no
había diferencias: todos éramos ricos...Los pobres eran los que venían en
patera a hacer los trabajos que nosotros no queríamos. Y nosotros pensábamos:
yo no soy como el inmigrante, yo pertenezco a otra clase.
Ahora vemos que no era cierto, que nada era cierto. Nunca
hemos dejado de ser clase obrera, nunca. Pero con el dinero que ficticiamente
nos daba el banco nos han comprado la conciencia. Y hemos perdido la perspectiva.
Sin embargo los ricos nunca han perdido la conciencia de clase, ellos sí que
saben a qué clase pertenecen. Nosotros vivíamos como ricos y pensábamos que ya
pertenecíamos a esa clase. Me encanta
una frase que le oí a Toni Garrido: “antes éramos ricos de mentira y ahora
somos pobres de verdad”.
Lo cierto es que, por suerte nunca hemos dejado de ser clase
obrera, una clase dignísima, la más digna, la que no roba en preferentes ni externaliza hospitales, la que se gana la vida trabajando honradamente, no especulando ni
aprovechándose del trabajo de otros, una clase que hace andar el país. Y la que
va a parar el avance enloquecido del neoliberalismo furioso. Pero hace falta
CONCIENCIA.
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