DOS DE MAYO
Notas del UNO DE MAYO. Me deja el día de ayer varias
sensaciones que se van superponiendo:
La primera es la de haber faltado a un deber ciudadano,
porque no fui a la manifestación. Había vuelto de un viaje de tres días la
tarde anterior y sentía la necesidad de quedarme en casa. Pero eso sí, con
remordimiento de conciencia, como si eso le sirviera de algo a alguien, como si
por sentirme culpable rebajara en algún grado el pecado de haber faltado a la
mani. En fin, educación judeocristiana polivalente, lo mismo te arruina la cita
con un primer novio que un día de descanso en casa.
La segunda es esa manía mía de meterme con todo y de
comparar cosas que no son equivalentes a menos que te empeñes: noche de fútbol,
gana el Madrí, la peña se viene arriba, coches atronando las calles con los
claxons. Y una no puede evitar pensar: si se pusiera el mismo ardor (ojo, el
mismo digo, ni siquiera estoy diciendo más) en reivindicar derechos que en
celebrar el fútbol, al capitalismo salvaje le quedaba una tarde. Pero no, al
personal se le va la fuerza por la boca con el oe, oe, oe, oeeee y ya no queda
para el no es una crisis, es una estafa. Para eso sirve el fútbol: si uno tiene
ganas de gritar, que lo haga en el campo de fútbol; si se indigna con alguien,
que sea con el árbitro; si se tiene que liar a hostias, que sea con el del
equipo rival. Es violencia igual, pero no pone en cuestión el sistema. Los
clubes de fútbol españoles están endeudados hasta las cejas, deben hasta de
callarse, pero no pasa ná, lo último que dejara de funcionar en esta olla a
presión es la válvula de escape. Tenemos fútbol para rato.
La tercera me toca de cerca: mi sobrina, higienista
dental, nos cuenta que deja un trabajo de cuatro horas al día en el que estaba
provisional porque el jefe le ofrece cobrar a 7 Euros… al día. Sí, no es una
errata. Siete euros al día con todos sus céntimos sin faltar ni uno, por un
trabajo a media jornada. Ya estamos más cerca de los tiempos de la primera
revolución industrial. Y el hombre no tiene pegas, no pasa nada, ya vendrá otra
u otro que necesite el trabajo más que tú, que comer hay que comer todos los
días. Sí claro, pero pidiendo en la puerta de una iglesia sacas más.
Empresarios amparados por una reforma laboral que entrega a la clase
trabajadora como botín de guerra de una lucha de clases de la que sólo una
parte conoce la existencia. Resumiendo:
¿tienes para comer?, ¿sí?, ¿pues qué más quieres?, otros no tiene ni eso.
Y la cuarta y última, generalizando, es la constatación
de cómo la estrategia del shock funciona. El miedo se instala en el corazón y a
la cabeza le vale cualquier coartada para justificar al empresario y sus
triquiñuelas cuasi legales para rebajar los derechos de los trabajadores, como
en una partida de póker de un veterano tahúr contra un pringao que se juega lo
que lleva puesto. Y pierde el pringao, claro.
La reforma laboral permite cerrar fábricas que podrían
seguir trabajando: el empresario vacía de contenido la empresa, cambia los
huevos de nido, se apargata. Los trabajadores llevan dos o tres meses sin
cobrar y con eso se van a la calle. ¿Qué arriesga el empresario?, aquí el único
que arriesga es el que pone su fuerza laboral en manos de otro, porque a este
otro la ley le permite cerrar el chiringuito si no gana lo que cree que debe
ganar (y este es un terreno para discutir ampliamente) y sin embargo el
trabajador se ha quedado sin nada y no tiene quién le defienda. No hay equilibrio de fuerzas. Ya no.
Y este, queridos y queridas,
ha sido mi Uno de Mayo, ¿el vuestro qué tal?
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