ABOU
Abou viaja tan ligero de equipaje que el contenido de su
maleta es él mismo. A Abou su padre, que también se llama Abou, lo quiere mucho, por eso lo ha metido en una
maleta. Al meterlo en la maleta debe haberse sentido como si metiera su corazón
en una caja. Es lo que hubiera sentido
yo, que quiero a mis hijos tanto como él debe querer al suyo. Pero Abou padre
ha metido a Abou hijo en una maleta porque ha querido llevarle con él a Europa,
a España, para tenerle a su lado y asegurarse de que come, de que va bien
vestido, de que puede ir a la escuela y de que va a seguir el tratamiento
adecuado para curar su paludismo. Suerte que yo nunca me he visto obligada a
hacer algo así porque estoy segura de que también hubiera metido a cualquiera
de mis criaturas en una maleta después de darle muchos besos y de decirle:
"no te preocupes, tu duérmete y cuando te despiertes ya habremos
llegado". Y Abou hijo que sabe que su padre le quiere mucho, le ha hecho
caso y se ha encogido en la maleta. Pero en Europa, en España, aunque no hay leyes que impidan que los
inmigrantes sean devueltos en caliente en la misma valla de Melilla, sí que hay
leyes para niños en maletas y también hay leyes contra padres desesperados que
buscan un futuro mejor para sus hijos. Por eso Abou padre está en prisión y
Abou hijo está solo y asustado en un centro de acogida. Si aquellos que han
cometido esta injusticia buscaran su corazón para meterlo en una caja, no lo
encontrarían.
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