“Cada noche, cada noche”
La última novela de Lola López
Mondéjar, que se presentó en marzo y ya va por su segunda edición, no puede
dejar indiferente. Primero porque es un gran libro y segundo porque abre un
debate imprescindible en nuestra sociedad: devuelve al personaje literario
Dolores Haze, Lolita, al lugar que le corresponde, porque así fue concebida por
su autor, e interpela al lector a propósito de una interpretación interesada y
torticera del personaje, el mito de Lolita, la niña seductora, generado
artificialmente.
Lola ha sido muy valiente al
enfrentarse a esta obra magistral (¿cómo puede Nabokov escribir con tal
maestría en un idioma que no es el suyo?) y dialoga con el clásico a la vez que
planta cara a la lectura interesada que
de éste ha hecho el patriarcado. Se ha llamado historia de amor al relato de la violación continuada
a una niña de 12 años. Se ha hecho de una niña abusada, una femme fatale inmadura. Ninguna de esas
lecturas está en el libro de Nabokov. Su protagonista Humbert Humbert, que no
pretende engañarse ni engañarnos, dice de Lolita: era mi niña-esclava. Además cuenta, tal como titula el libro de
Lola, que la niña lloraba "cada noche, cada noche". No hay un solo
indicio en toda la novela que indique que Lolita tenía intención alguna de
seducir a su padrastro. Al contrario, se relata con amplitud que se trata de
una huérfana sin ningún otro vínculo familiar que no sea este hombre, un
pederasta atormentado y obsesionado, que recorre el país con ella, evitando
permanecer mucho tiempo en un lugar para no generar relaciones vecinales que
puedan llegar a sospechar del vínculo e impedir también que la niña haga
amistades que la alejen de él. Humbert Humbert se considera a sí mismo un
monstruo y hace el relato, hermosísimo literariamente, de una monstruosidad.
Me interesa mucho lo que Lola López
Mondéjar ha conseguido desde un punto de vista literario: ha rescatado a Lolita
del peso de la ignominia, le ha prestado voz a ella que nunca la tuvo y le ha
dado su lugar. Pero me interesa aún más lo que consigue desde un punto de vista
humano porque el personaje es el trasunto de una niña real, proyecta a una niña
real. Cuando alguien sufre un robo se siente agredido, frustrado e impotente
pero no culpable, porque es la víctima. Sin embargo cuando una niña (o una
mujer) es violada se siente en primer lugar avergonzada y culpable y después
viene todo lo demás. Nutren ese sentimiento interpretaciones como la que
históricamente se ha hecho de Lolita y a la que ahora Lola López Mondéjar se
enfrenta en su novela. Dicha lectura está en la sociedad y las mujeres también
hemos integrado y naturalizado el discurso machista. Ni nos dábamos cuenta. Hallamos
esa interpretación en la película homónima de Kubrick, que abunda en la
seducción que sufre un hombre cuarentón por parte de una niña, y con la que
Nabokov nunca estuvo de acuerdo. También en la canción de Police "Don’t
stand so close to me" que cuenta
que un profesor es seducido por una alumna a la que le dobla la edad. Todos los
transmisores culturales nos recuerdan que, si somos agredidas, la culpa es
nuestra. Admitir que una niña seduce a
un hombre adulto es descargar de responsabilidad al victimario y depositarla en
la víctima. El libro de Lola le pega un hachazo a ese árbol de fruta envenenada.
El debate que debe venir gracias a "Cada noche, cada noche" tiene que
derribarlo.
Deseo profundamente que a
partir de esta novela Lolita deje de significar: niña erotizada que seduce a hombre
de edad, el cual no puede evitar caer en sus redes y pase a significar lo que
es en realidad: niña pre púber acosada, abusada o violada por señor mayor
obsesionado por las nínfulas. Porque eso es Lolita y así lo escribió Nabokov.
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