MANUELITA, MANUELA
Se pone de
puntillas, estira mucho el cuello e imagina que mete la cabeza en una nube, una
de esas blancas y esponjosas de un mediodía soleado. Su cara va penetrando el
tejido suave de la nube como nieve tibia, que se deshace un poco y resbala por
sus mejillas. La nube es blanda y confortable y huele a tarde de lluvia; consigue
elevarla ligeramente, sus pies ya no tocan el suelo y va caminando como si
flotara. Así se pasa Manuelita muchos ratos, dejándose llevar por sus
ensoñaciones. Cuando la gente dice de alguien, o de ella misma tan a menudo:
“tiene la cabeza en las nubes”, Manuela piensa que son capaces de verla a ella
en su imaginación. También piensa que a todo el mundo le pasa como a ella,
aunque quizás no tanto porque sus compañeras de clase muchas veces se ríen de
sus despistes. De pronto el grito de su madre atraviesa la blandura de la nube:
¡Manuelitaaa, si tengo que ir yo a por ti, verás! Y Manuela saca poco a poco la
cabeza de la nube, no sin esfuerzo, y estira todo lo que puede las puntas de
los pies hasta tocar el suelo. Ya casi ha salido pero se le ha quedado sueño en
los ojos. ¡Manuelaaa! La niña se sobresalta aunque ya se lo esperaba, cosas que
le pasan a ella. Corre hacia su casa porque sabe que su madre no está de buen
humor.
-
¿Qué quieres, mamá?
-
¿Pero dónde te metes? Bueno,
es igual. Toma, dile a Segundo que te llene la garrafa de vino del tonel nuevo.
-
Mamá….
-
¡Tira!
La abuela viene algunas tardes para
echar una mano en la casa. A Manuelita le gustan los cuentos que le cuenta su
abuela. Su abuela es la mejor contando cuentos. Ella se queda siempre
boquiabierta escuchándola. La abuela comienza a hablar y va tirando de las
palabras despacio, sin esfuerzo. Las palabras salen enlazadas entre sí como los
pañuelos de un mago. Ve salir pájaro, sol, viaje, mundo… y cada una tiene un
color distinto. El pañuelo palabra
pájaro tiene plumas de colores. El pañuelo palabra cristal brilla al sol. El
pañuelo palabra cielo es luminoso y hay en él blandas nubes blancas. El pañuelo
palabra cocina huele como su mamá. El pañuelo palabra puñal da frío. El pañuelo
palabra quebrar duele con un crujido de rama seca. Cuando acaba el cuento a
Manuelita le cuesta mucho trabajo volver a la realidad y quiere que la abuela le
siga contando, pero a pesar de su insistencia nunca lo logra porque la abuela
es una mujer de carácter y cuando dice
se acabó, se acabó.
Manuelita se acuesta siempre con
frío en los pies, por eso no se quita los calcetines. A lo largo de la noche, cuando por fin entra en calor empuja un calcetín
hacia abajo con el dedo gordo del pie contrario y luego hace lo mismo con el
otro. Los calcetines quedan enredados entre las sábanas pero ella sabe que su
madre se enfada si los encuentra, por eso está ahora metida bajo las mantas
buscando los dichosos calcetines. Oye en la calle un sonido rítmico, ras, ras,
ras, y no necesita asomarse a la ventana para saber que está su padre otra vez barriendo de madrugada la puerta de
la calle.
La niña se ha ido a la cama llorando
porque su padre la ha zarandeado agarrándola de un brazo al darse cuenta de que
en la casa había vino. Cuando le pasan esas cosas Manuelita no puede hablar
porque las palabras quieren salir todas de golpe y se quedan atascadas en algún
lugar entre el pecho y la garganta, y no salen, no salen, pero si hubiera
podido le hubiera dicho a su padre:
- ¿Qué hago,
papá? Si no voy, la mamá me pega. Y también le hubiera gustado decirle que
aborrece ir a la bodega de Segundo porque no le gusta el olor a alcohol, ni le
gusta la oscuridad que hay allí ni que Segundo se roce con ella como quien no quiere
la cosa cada vez que tiene ocasión. Todo eso le hubiera dicho a su padre si
hubiera podido hablar.
La abuela ha entrado a su cuarto, le
ha puesto una mano sobre la cabeza y le ha dicho:
- No llores,
nena, tu padre no está enfadado contigo, es que ya sabes lo que pasa, hija...
No llores, anda, duérmete.
Y la voz de la abuela hace que ese
nudo como de trapos sucios que le aprieta el pecho se vaya soltando hasta
desaparecer. Manuelita llora despacio intentando meter la cabeza en su nube
para no pensar pero se duerme antes y el sueño cálido, cálido como el abrazo de
la abuela, la lleva hasta su nube.
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