PRINCESISMO Y PRINCIPISMO
Leí por ahí, creo que en un
artículo de Millás, sobre una chica joven que estaba muy enfadada porque su
vida no era la de una princesa. Y debo decir que estaba enfadada con toda
justicia porque sus padres la habían educado como a una princesa, la llamaban
princesa, la mimaban, la adoraban, la cargaban de juguetes de color rosa y
después de peinarla le colocaban en su hermosa melena rubia una diadema dorada
con forma de corona. Al ir creciendo y desarrollando su individualidad, al ir
enfrentándose a la vida real, coger el metro, hacer cola para reclamar una
beca, regresar a casa oliendo a fritanga del búrguer, se fue sintiendo la
víctima de un fraude perpetrado con todo amor. ¿Por qué su vida no era la de
una princesa? ¿Dónde había ido a parar ese mundo maniáticamente rosa en el que
la habían criado? ¿La habían engañado sus queridos padres?
Hace poco estuve en un
cumpleaños infantil en un local cuyo nombre no consigo recordar porque yo lo
rebauticé como "El palacio del ruido". Era sábado y había cinco
cumpleaños simultáneamente. Cinco. La industria del cumple full time, producción en cadena de
fantasía, magia al por mayor y al detall.
Gigantescos castillos hinchables cansan un poquito a la chiquillería para luego
conducirla a una sala donde es maquillada y disfrazada. Posteriormente desfilan y hay aplausos, música, fotos, en
fin, un auténtico coaching para el photo call continuo que será su vida adulta.
Después de esto el/la cumpleañera es sentada en un trono y va recibiendo
regalos entre aplausos de amigos y familiares. El número de regalos suele ser
equivalente al número de invitados, unos veinte fuimos ese día. ¿Qué se le
regala a una criatura que lo tiene todo dos veces? ¿Qué hará con esos veinte
regalos de hoy que se suman a una habitación ya llena hasta la bola? Ir
echándolos al montón, igual que hace el tío Gilito con sus sacos de monedas con
el símbolo del dólar, supongo. Valioso entrenamiento para formar parte de la
sociedad de consumo. Mientras tanto los adultos (mujeres a un lado, hombres a
otro, esto va así) trasegamos quintos y comemos pizza. Le digo a la abuela de
la homenajeada:
- ¿Oye, Manuela, tú cómo ves
esto? ¿no se nos estará yendo la cosica de las manos?
- Pues mira, hija, yo creo que sí. Yo a mis
mayores no les celebraba los cumpleaños porque entonces no se usaba y a mi
menor la mandaba a la escuela con una caja de galletas surtidas para que
convidara a los compañeros. Y ya está. Y esto de hoy día, yo qué sé...
Como las costumbres se hacen
leyes, tú a uno de estos ejemplares de hoy día le dices que no le celebras el
cumpleaños y te lía un gas que tiembla el misterio.
Igual estoy algo viejuna, no digo que no, pero, sin querer
quitarles a los críos sus momentos de ilusión y fantasía, ¿no deberíamos dar a
nuestras hijas e hijos una educación un poquito más adaptada a las expectativas
reales? ¿No deberíamos dotarlos de las herramientas para que se valgan en la
vida, sabiendo que éstas no son de color rosa ni están recubiertas de
purpurina? A base de protección y complacencia les hurtamos la percepción de la
realidad, les damos una visión distorsionada de lo que será la vida, como le
pasaba a la muchacha del texto de Millás, con síndrome de frustración por
desprincesamiento. Dice el filósofo y pedagogo Gregorio Luri que tal vez estemos
criando la generación más frágil e insegura de la historia. Creo que no le
falta razón.
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