CASSANDRA
La Casandra
de la mitología era sacerdotisa y adivina. Su amante, Apolo, le concedió el don
de la profecía, pero cuando ella le dejó, el dios, despechado, le escupió en la
boca y la condenó a adivinar el futuro sin que nadie la creyera. Casandra
predijo en vano la caída de Troya.
Cassandra
Vera, de forma inopinada y a su pesar, nos deja una profecía sobre una sociedad
futura sin libertad de pensamiento, sin memoria y sin sentido del humor. La
sentencia de un año a la que ha sido condenada pasa por alto que los chistes de
la tuitera van sobre un militar muerto hace cuarenta años, heredero de un
dictador y que probablemente hubiera prolongado la dictadura durante quizás
alguna década más. El Tribunal de Orden Público (o Audiencia Nacional como se llama
ahora) cree que la libertad de expresión es un pájaro raro que debe ser puesto
a buen recaudo en cuanto muestra sus plumas.
Si Cassandra se hubiera reído cruelmente de retrasados mentales, de
maricones, de tartamudos, de cojos, de gitanas, quizás hasta le hubieran dado
un espacio en televisión porque ese es el humor que se cultiva con éxito en
nuestros medios de comunicación. Pero a quién se le ocurre meterse con un
militar franquista en un país que se bañó un día en el Jordán democrático y
borró de golpe su pasado fascista, en un país que, ahora lo sabemos, destina
recursos públicos a poner efectivos a rastrear la web en busca de chistes de
gusto dudoso o no, basta con que contradigan el gusto de quien encarga el
trabajo, que ya sabemos de qué pie cojea. Ha sido un fallo desproporcionado
respecto a un delito insignificante. Cassandra nos deja una profecía que
deberíamos escuchar y ante la que deberíamos reaccionar: su sentencia nos
advierte seriamente sobre el advenimiento de una corte rígida y solemne que
cuelga por los pulgares al bufón, una sociedad amordazada por un gobierno que
reacciona de forma histérica con tuiteras y titiriteros pero que luego manda al
jefe del estado a defender la libertad de expresión allende nuestras fronteras,
como ocurrió tras el atentado de Charlie Hebdo, haciendo bueno el dicho de
“justicia sí, pero no por mi casa”. Hoy, para que la profecía no se cumpla,
todos y todas deberíamos ser Cassandra.
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