jueves, 17 de agosto de 2017

EL PLANETA DE LOS SIMIOS

EL PLANETA DE LOS SIMIOS

Esperemos que la canícula del verano, por influencia inversa, enfríe los ánimos bélicos de Trump y de su alter ego norcoreano, Kim Jong-un, que, por lo mucho que se parecen (niños malcriados del sistema político y económico de sus respectivos países) cualquiera diría que, a pesar de venir de lugares tan lejanos y distintos, son gemelos univitelinos. No temáis, no voy a repetir la cuñadísima  expresión de que los extremos se tocan, todavía no me ha afectado tanto la caló. Quizás más bien pondría el acento de que, aquí y en Pekín, lo que nos iguala hasta convertirnos prácticamente en clones son los valores del sistema que nos educa, fijarse bien en lo que digo. Si tú crías a un janglón de éstos convenciéndolo de que es el rey del universo, de que él y su cuadrilla son los jodíos amos, asegurándoles que la supremacía blanca (o norcoreana) es lo natural y que cualquier otra opinión es una perversidad, terminas con unos individuos que, a poco que nos descuidemos, se cargarán el planeta nada más que por sus huevos toreros. Si Trump, como dije en otra ocasión, es un mono con un lanzallamas, el mono norcoreano viene a ayudarle con una manguera de gasolina.

Desconozco la realidad de Corea del Norte. Todo lo que puedo decir al respecto es que su líder, cada vez más parecido a su replicante tuitero en lo disparatado (no en lo gracioso, porque maldita la gracia) es un tirano clásico, de los que lo mismo hacían senador a su caballo que mandaban decapitar a un sirviente por estornudar en su presencia. Kim Jong-un hizo ejecutar a su tío y mentor, considerado el auténtico poder en la sombra, entre otras muchas muertes más o menos sospechosas, como la de su propio hermano, asesinado cuando intentaba salir del país con pasaporte falso. De verdad que tener a un elemento así custodiando un arsenal atómico es de todo menos tranquilizador.

En cuanto a Trump y la realidad estadounidense, sin duda cada vez resultan más preocupantes. Con este presidente hemos dado un salto atrás tan grande que todavía no sabemos bien si hemos caído en los años posteriores a la abolición de la esclavitud en Norteamérica, con racistas blancos reivindicando su superioridad por mandato divino o directamente en la Edad Media, como lo prueban los recientes acontecimientos de Charlottesville. Las declaraciones terribles de Trump, lamentando por igual la violencia de un lado y del otro, aunque del otro no haya violencia, aunque del otro sólo haya una joven asesinada, alimentan una equidistancia tan imposible como tramposa que nos deja perplejos e indignados porque equivale a no condenar en absoluto a esa mala bestia que arremetió contra los manifestantes con su coche y por tanto no condenar tampoco a los supremacistas blancos, racistas por definición, que le apoyaban porque, claro, tendría que desautorizarse de paso a sí mismo. El sueño de Luther King devenido en pesadilla.


El problema con Trump es que, en demasiadas ocasiones, su vertiente ridícula y payasa, de auténtica vergüenza ajena, con imágenes de las que te dan la cena si estás viendo el telediario, opera como cortina de humo que oculta el hecho de que él junto con el stablishment, esa  maquinaria de guerra que le acompaña, avanzan en la senda de la destrucción de esta democracia, que aunque imperfecta, es la poca garantía que nos queda frente a los abusos del poder. ¿Por qué? Pues porque al capitalismo le estorba la democracia más que a la RAE el feminismo, ¿veis por dónde voy? Junto con un racismo tan vergonzante como indisimulado, lo que se potencia es un sistema desregulado que deje completamente vacía de contenido a la democracia y mientras alucinamos viendo al presidente norteamericano hacer el tonto a destajo, nos van colando un neoliberalismo desatado que pondrá en cuestión el futuro mismo del planeta. Muy preocupante todo porque la influencia de EEUU en Europa y en el mundo entero es inevitable. En fin, el ambiente está calentito y al mando, monos con lanzallamas.

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