¿A DÓNDE VAMOS?
La pregunta
tiene más años que el Sol, sé que no estoy siendo nada original, pero qué
queréis que os diga, hoy me hago yo esa pregunta. Disculpad por el tono
depresivo: será el calor.
Pienso
estos días en esta sociedad nuestra en la que se plantea seriamente el debate
de si es pertinente que se utilice a mujeres pobres como proveedoras de cuerpos
donde depositar la semilla de occidente, mujeres pobres utilizadas como meras
incubadoras con la coartada de la libertad personal, esa libertad de la que
ellas mismas carecen por su situación de indefensión extrema. Cuando se habla
de libertad en este contexto suena a broma macabra. Duele escuchar a personas
de izquierdas (o zurdas, yo qué sé ya…) defender esta práctica que atenta
contra el más elemental de los derechos humanos.
Pienso en
esta sociedad nuestra a la que no parece importarle lo más mínimo la suerte de
miles de personas migrantes que mueren en su intento de llegar a Occidente huyendo
de guerras y hambrunas o, en el mejor de los casos, malviven en campos de
refugiados en una espera sin fin. Y pienso, como ya he dicho en otras
ocasiones, en qué nos convierte como sociedad, esa indiferencia (cuando no
rechazo) frente a tanto dolor. Qué somos nosotros, los que contemplamos el
sufrimiento sin inmutarnos.
Pienso en
tantos jóvenes que, aunque tengan la suerte de trabajar lo hacen tan en
precario que no pueden dejar la casa de los padres para independizarse. Y
pienso en esos padres y abuelos que sostienen al grupo familiar. La cifra del
paro ha bajado, sí, pero un noventa por ciento de los trabajos generados son temporales,
lo cual, por definición, indica que carecen de la seguridad necesaria para
iniciar un proyecto de vida. Y sin sonrojo ninguno se ha planteado el debate de
si los jóvenes deben cobrar por su trabajo de becarios (trabajo que en
ocasiones se alarga años) porque a eso se le llama “ganar experiencia”. Los
derechos laborales están siendo literalmente machacados en este proceso
acelerado de desregulación del mercado laboral, pero la precariedad (de la que
empezamos a sospechar que no es el tránsito sino el destino) no es el mejor
escenario para reflexionar en otro tipo de sociedad ya que se ha de atender
primero a lo urgente, que es vivir. La precarización cumple una función doble:
explotar a los trabajadores y al mismo
tiempo anular su capacidad de reacción.
Y bajando a
temas concretos, pienso en la declaración de esta semana del presidente del
gobierno por el caso Gürtel, la mayor trama de corrupción de la democracia.
Aunque los testigos, por ley, deben sentarse frente al tribunal y en un escalón
por debajo de éste, Rajoy se ha sentado al mismo nivel y a la derecha del
tribunal, al igual que los justos se sientan a la diestra de Dios Padre. Sé,
sabemos, que esta escenificación no es inocente, nada lo es, tampoco el
presidente y menos cuando necesita de estos subterfugios. El presidente del
tribunal se ha mostrado todo el tiempo tan complaciente con el testigo como
agresivo con la acusación, dinamitando todo asomo de imparcialidad y haciendo
bueno el dicho ese de que todos somos iguales ante la ley, pero unos más
iguales que otros. Mientras tanto una ciudadanía anestesiada ronca una siesta
de años. Cómo podemos tragar con tanto. Hacia dónde nos conduce tanta
corrupción sostenida por tanta apatía.
Todo esto
me hace plantearme seriamente el tipo de sociedad que estamos creando porque
nada de lo anterior cae en vacío y el futuro nuestro lo estamos generando, por
acción u omisión, cada día.
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