SER UN PRINGADO Y VOTAR A LA DERECHA
Ser un
pringado y votar a la derecha, todo un clásico. Cabe preguntarse por qué motivo
se produce y reproduce una y otra vez este fenómeno. Creo que hay varias claves
sobre las que debemos reflexionar. Una de esas claves radica en saber cómo se
percibe a sí mismo el precariado, esa parte de la ciudadanía que ve recortados
sus derechos laborales, sus derechos civiles y su futuro y que suele
encontrarse más cerca del riesgo de exclusión que del ascenso en la escala
social. Ese precariado no se percibe a sí mismo como un grupo oprimido por una
plutocracia que medra en connivencia con los poderes políticos, si así
fuera, darle la vuelta a esta situación sería más fácil. El pringado que vota a
la derecha se percibe, en general, como perteneciente a una clase superior
amenazada por colectivos más pobres que además, suelen proceder de otros
países, con lo que la hostilidad hacia estos colectivos contribuye a reforzar
su sentimiento identitario. Prueba de ello es que los partidos conservadores
arrasan porque son los que falsamente garantizan esos derechos de los que se
creen despojados. Este sería unos de los motivos de la llegada de Trump al
poder, por ejemplo.
Los
partidos progresistas proponen a ese precariado, soluciones a problemas que
ellos creen que no tienen porque no se identifican con el pobre, con el desposeído.
No, qué va, nosotros pertenecemos a otra clase, no saltamos vallas, tenemos
I-Pad y tele de plasma y hasta pagamos a una ecuatoriana que cuide del abuelo. Por
eso, si desde posiciones de izquierda no leemos bien los síntomas, estaremos
recetando laxante a gente que viene con tos. En unas elecciones no votamos
tanto por partidos que defienden nuestros intereses sino por partidos que
representan lo que queremos ser y/o lo que creemos ser, lo cual en una masa
amplia de población suele ser cambiante. Aquel partido que consiga empatizar
con los deseos, con el imaginario y con el ideal mayoritario, será el que
triunfe. Y aquí viene la madre del cordero: esa auto imagen de la ciudadanía se
construye a través de los mensajes que mandan la publicidad (sirva de ejemplo
el slogan de La Primitiva: “no tenemos sueños baratos”) y los medios de
comunicación. Unos y otros están haciendo campaña por partidos conservadores
durante los 365 días del año, 366 si el año es bisiesto. El ideal de lo que
queremos ser no se plantea en el vacío, está enraizado en lo que somos como
colectivo, que es también una construcción y que es también cambiante. Cine de
barrio está haciendo campaña por la derecha todo el tiempo: la España única, de
fútbol y toros, de mujeres y vino, anclada en valores decimonónicos, una España
profundamente cuñada, ese es el imaginario defendido por los partidos
conservadores y con ese imaginario enlaza el ideal, porque lo que somos y lo
que queremos ser está indisolublemente unido y ahí también las derechas barren.
En ese ideal se evoluciona algo o más bien se cambia la forma pero no el fondo.
Un partido meapilas como el Pp va perdiendo adeptos a favor de un partido como
Cs cuyos votantes están más bien distraídos en temas de iglesia y religión pero
que no consienten que se toquen sus expresiones (Semana Santa, cabalgata de
Reyes Magos, misa en la 2…). Ese es el punto de inflexión donde el “lo que
somos” enlaza con el “lo que queremos ser”. Resumiendo, queremos ser avanzados
pero no tanto, modernos pero menos.
La prensa
escrita en este momento se decanta sin empacho ninguno por partidos
conservadores o al menos por todos aquellos que no cuestionan ni por un segundo
el régimen del 78, con El País a la cabeza del pelotón pelota. Programas como
Sálvame diario, En tu casa o en la mía, O.T., que pertenecen a los mismos
grupos editoriales y de comunicación, también trabajan a cuenta de inventario
sólo que su influencia política es menos evidente aunque no menos importante y sobre
todo no menos decisiva ya que están dando a la audiencia una guía de cómo somos
y cómo queremos ser.
Los pobres, al contrario que los ricos, no votan al
partido que defiende sus intereses sino al partido que creen que les representa
como individuos y como colectivo. Rita Barberá y Camps dando vueltas por
Valencia en un Fórmula 1 es algo que podría causar sonrojo por lo superfluo y
manirroto, pero sin embargo les consiguió votos a espuertas, porque esa imagen
alimentaba el imaginario de poder, de riqueza, incluso de arrogancia que mucha
gente desea, aunque sea sólo como aspiración. También importa poco si roban o
mienten puesto que una gran parte de la población sostiene que lo hacen todos,
pero sí que importa que con sus ideas no se carguen el marco simbólico que
habitamos. Y ese marco simbólico tiene mucho que ver con Cine de Barrio.
Por tanto, a la hora de votar no cuentan tanto las
condiciones materiales objetivas del votante como que el partido represente su
ideal y que el marco de referencia no se altere, que nada cambie
sustancialmente. El miedo al cambio es un troyano presente en todas las
elecciones. No se vota con la razón, sino con la emoción y en ese nudo de
emociones humanas, el voto de la izquierda suele ser el de la ilusión y el voto
de la derecha el del miedo. El problema es
que mientras la ilusión es efímera, el miedo es duradero.
"En unas elecciones no votamos tanto por partidos que defienden nuestros intereses sino por partidos que representan lo que queremos ser... " y como ellos ya lo son, pues ya está: ser como ellos, ostentosos, por el poder ansiosos... Ser como nuestro enemigo,: más aún, (sin el "como"): ser nuestro propio enemigo. A veces despotricar de nuestro enemigo se debe ni más ni menos a la rabia de no llegar a poder ser como él. La lucha de clase vista a través de una psicología muy particular, dañina, poco saludable, y mucho menos "redentora" (liberadora). Un abrazo. Y mis condolencias.
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