DEMASIADA DEMOCRACIA
Cuando la corrupción se
desvela como un sistema paralelo de poder que inutiliza el sistema nominal, la
democracia está en peligro; cuando la corrupción, que amenaza con disolver el
conjunto de valores que sostienen y dan sentido a nuestra convivencia en
común, es explicada como casos individuales que impiden la lucha contra este
tipo de criminalidad, la democracia está en peligro. Se evidencia una
concepción patrimonial de las instituciones por parte de las élites de modo que
la corrupción a todos los niveles está servida y esto no es democracia.
No es democracia cuando se
pone en marcha la estafa a nuestros ancianos, quienes, después de trabajar y
cotizar toda una vida, ven sus pensiones comprometidas. El gobierno procede a
llevar a cabo este expolio saltándose todo un clamor popular. No es democracia
cuando las decisiones gubernamentales están destinadas, no al sostenimiento del
sistema, sino al lucro de una élite sociopolítica. No es democracia cuando se
abandona a una parte de la población a su suerte; es otra cosa, aún innominada,
pero no democracia.
Tampoco es democracia cuando
el cincuenta por ciento de la población es discriminado por un sistema
patriarcal que sigue permitiendo la brecha salarial, que sigue impidiendo el
acceso de las mujeres al poder y que sigue dejando a nuestro cargo la tarea,
mayoritariamente no retribuida, de los cuidados universales dejándonos así, y
como siempre, relegadas al hogar. Un enorme grito de basta ya se oyó el
ocho de marzo. Para la derecha, por supuesto, no había nada que reivindicar.
Nosotras nos preguntamos cómo va a existir la democracia sin igualdad real.
Para los partidos
conservadores, la democracia no es un sistema, es una ideología que hay que ir
desmontando porque no concuerda con el neoliberalismo, es más, está en las
antípodas. El mensaje que emite la derecha española (C’s y Pp, por si aún hay
algún despistado/a) es el de: nos sobra democracia, nos faltan leyes
restrictivas, cárceles, muros que dividan ciudades, fronteras que dejen fuera a
los pobres. Nos sobra democracia, como si ésta fuera el enemigo a combatir.
Convencer de tamaño disparate a una ciudadanía hiper(des-)informada no resulta
difícil. Veamos varios ejemplos recientes:
Los medios de comunicación
emitiendo durante veinticuatro horas, siete días a la semana, el horror de un
niño desaparecido y asesinado predisponen a la gente a pedir que se
endurezcan las penas de cárcel en un país que ya tiene la legislación más
severa y el menor índice de criminalidad de Europa. Sin embargo, hipnotizados por
la emisión sin descanso de la tragedia, el personal pide que se eliminen
garantías y que se ponga en vigor la cadena perpetua (conocida también por su
eufemismo “prisión permanente revisable”) porque lo que nos hace falta es mano
dura.
En la misma línea
(des-)informativa, recibo por Whatsapp, a través de grupos distintos, las fotos
de una cárcel de reciente construcción, con todas las instalaciones que cabría
esperar de un establecimiento penitenciario moderno y occidental. Estas fotos
son acompañadas del mensaje de que a los asesinos los tratamos mejor que a
nuestros viejos. Entonces, ¿qué clase de cárceles queremos?, ¿una ergástula
romana, una mazmorra medieval, una prisión tailandesa? Por lo visto, el tipo de
confinamiento deseable para vengarnos de las personas presas debe ser un
agujero inmundo donde además se pudran hasta su muerte, o al menos eso es lo
que se defiende con la petición de prisión permanente revisable. Eso es, amigos
y amigas, que nos sobran derechos. Y de paso, también nos sobra humanidad.
El espectáculo lamentable que
estamos viendo estos días de persecución y encarcelamiento de líderes políticos
en Cataluña me abochorna, me preocupa y me deprime. Todas las leyes que no se
han hecho valer para liberarnos de la corrupción que nos asola, se han puesto
sin embargo a andar ipso facto para
detener el Procès. Podré no estar de acuerdo con el independentismo, pero el
Procès no es, ni de lejos, un golpe de estado como quieren hacernos creer de
forma torticera. Vemos cómo la aplicación de la ley no es imparcial y sirve con
todo descaro a intereses partidistas. La judicialización de un proceso político
da lugar a todo tipo de arbitrariedades y a un recorte generalizado de
libertades y sin embargo, una gran parte de la ciudadanía aplaude la intervención
de un gobierno duro, un estado que, como Júpiter tonante, no negocia ni dialoga
sino que castiga sin mesura porque, al parecer, nos sobran garantías.
Lo que está sucediendo no nos saldrá gratis. Convencerán a la ciudadanía de que disfrutamos de demasiadas libertades, se ofrecerán a recortarlas y la
gente dirá que sí. Y esto se hace porque ya está bien de tanta demanda, que
andamos muy sueltecicos, tenemos demasiados derechos, demasiadas garantías,
demasiada justicia; nos faltan cadenas, nos falta mano dura, nos sobra
democracia.
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