FASCISMO MEDIOAMBIENTAL
La relación del capitalismo con la naturaleza se puede calificar
como de fascismo medioambiental pues está basada en superioridad,
dominio, abuso e indiferencia. El fascismo excluye de la categoría humana e
incluso del derecho a la vida a todo aquello que no esté sometido a su
hegemonía. El capitalismo convierte a las personas en mercancía y a la
naturaleza en recursos, reduciendo lo humano a comerciable y lo natural a mero
stock.
Las
medidas que Bolsonaro está anunciando con respecto a la Amazonía, que se
resumen en entregarla amordazada y maniatada al agronegocio y que ponen en
peligro la gran reserva ecológica del planeta, son una auténtica aberración y
dan cuenta de ese fascismo medioambiental del que hablamos. Y no solo
medioambiental: varias decenas de millones de personas viven en las selvas
amazónicas y una vez que se acabe con su medio natural, morirán, con la
complicidad de los casi cincuenta millones de brasileños que le han votado y
ante la indiferencia total de la comunidad internacional. Para esta concepción
del mundo, lo que no es recurso es desecho y los indígenas son percibidos como
un elemento más de la naturaleza (casi como no humanos), pero no un recurso. Si
a ellos sumamos que son considerados como un “obstáculo para el progreso”, el
futuro de estas comunidades está prácticamente sentenciado.
Aquí en España, me cuenta un amigo la noticia de que en Valencia
cuatrocientas mil toneladas de naranjas han sido destruidas (porque su venta se
había depreciado con respecto a la importación) con lo que ello supone de
desastre ecológico, de extractivismo puro. Toda el agua y todos los recursos
dedicados al cultivo de esa enorme cifra de cítricos, tirados a la basura, sin
tener en cuenta que el agua no es patrimonio solo de los agricultores sino de
todos los seres vivos. El actual sistema económico es insostenible e
incompatible con la vida.
La carrera enloquecida para acabar con el planeta es fascismo
medioambiental y el sistema nos convierte en cómplices. Todos somos al mismo
tiempo explotados y explotadores, todos somos, de algún modo, unos fascistas
medioambientales involuntarios. He tirado a la basura un par de calcetines de
mi hija pequeña porque tenían sendos agujeros en el dedo gordo, ¿Para qué molestarme
en coserlos si cuesta dos euros el pack de cinco pares? Pero, ¿en qué me
convierte esta decisión intrascendente, una de tantas que tomo a diario? Me
convierte en una depredadora medioambiental. Todas y cada una de las decisiones
que tomamos, cuentan.
¿Cuál es la diferencia entre la
destrucción de la Amazonía, la destrucción de las naranjas y yo tirando los calcetines
rotos a la basura?: el volumen del desastre. Esa es la única diferencia porque
el principio es el mismo: extraer para destruir, como si la Tierra fuera eterna
y los recursos ilimitados.
El capitalismo nos contamina y
decide nuestros comportamientos. Pero no es una predestinación, podemos
escribir nuestro futuro, somos libres, debemos decidir cómo es la sociedad que
queremos. Lo que hacemos y dejamos de hacer cuenta porque siempre podemos hacer
algo distinto. Por supuesto, todo pasa por someter nuestras acciones a un
mínimo de reflexividad, pero sabiendo de antemano que nada es sin esfuerzo. No
hace falta ser un experto para comprender que el tipo de economía
extractivista en la que nos desenvolvemos y contra la cual no hay modo fácil de
luchar, acabará con el mundo y que traerá durante ese proceso un enorme
sufrimiento a masas ingentes de seres humanos. Si cada uno de los casi siete
mil millones de habitantes de la Tierra tirara a la basura un par de calcetines
agujereados, ni siquiera este planeta que parece inagotable lo resistiría, pero
este sistema produce países exportadores de materias primas y trabajo humano
low cost y países acaparadores de recursos y consumidores de trabajo casi
esclavo.
Nos comportamos como si nuestro mundo fuera de usar y tirar, sin ser conscientes de que no tiene recambio. El capitalismo salvaje acabará con el planeta si no le ponemos freno, porque lo peor de este sistema no es que sea desigual e injusto: lo peor y más amenazante es que es irracional.
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