OPEN ARMS: ABRIR
LOS BRAZOS
Somos lo que
hacemos. Si lo que hacemos es contemplar con indiferencia cómo un grupo de
desdichados muere en el mar ante las cámaras, entonces ¿qué somos? De
todas las prioridades que existen, la primera, por encima de toda otra,
es la vida humana. ¿Cómo es posible que no haya un clamor en las calles
ante la posibilidad de dejar a más de cien personas morir ahogadas? ¿Cómo es
posible que haya a quien le dé igual el dolor ajeno? ¿Qué peligro supone para
nuestro país un grupo de seres desvalidos, en peligro de muerte? ¿Cómo es
posible que los casi náufragos del Open Armas sean percibidos como un estorbo,
como una amenaza, por nuestros conciudadanos?
¿Qué
es lo que defendemos cuando decidimos que un grupo insignificante de personas
muera en el mar? Defendemos nuestro derecho a decidir sobre la vida y la muerte
de los demás. Nadie tiene ese derecho a menos que esté él mismo amenazado de
muerte. No es el caso pero se crea un estado de opinión que simula esa posibilidad:
es legítimo dejarlos morir porque nos amenazan de muerte. Es falso, es
arrogante y es inhumano. Sin embargo una parte importante de la
ciudadanía lo acepta. Acepta renunciar a su humanidad, aquello que le
define como humano, a cambio de una mentira. Esaú renunció a la primogenitura
a favor de Jacob a cambio de un plato de lentejas. En Occidente se está
renunciando a la humanidad a cambio de una mentira que proporciona
tranquilidad. Es el plato de lentejas más caro de la historia.
¿Sabéis
que es lo primero que sale en la búsqueda de Google cuando tecleas Open Arms?
Open Arms mafia: una intervención de un asesor de Toni Cantó acusando
al Open Arms de traficar con seres humanos, titulares como “Salvini gana el
pulso a Sánchez”, “el lado oscuro del Open Arms”, “Santiago Abascal aplaude a
Italia”…
Son mentiras
construidas con un objetivo: crear un estado de opinión de rechazo masivo
contra los inmigrantes, contra los extranjeros pobres. Lo que hay detrás
del apoyo a la xenofobia por parte de personas de clase social baja no es
patriotismo, ese concepto abstracto que cada uno interpreta a su manera.
Lo que hay detrás de ese apoyo es miedo, miedo a que lleguen más
pobres, pobres como nosotros, con quienes tendremos que repartir lo
que no tenemos. Lo que da miedo es el desbordamiento de ese espacio
precario donde vivimos, la negativa a compartir ese espacio, la
percepción de que ese espacio es imposible de ampliar. El espacio de los ricos
es algo que no nos concierne por lo ajeno y lo utópico: el aumento de su
enriquecimiento no parece estar conectado con lo que nos sucede en nuestro día
a día, con nuestro progresivo empobrecimiento. Por otra parte, los
ricos son siempre bienvenidos y a ellos es mejor no molestarlos, no sea que se
marchen a otro lado y perdamos la limosna.
¿Consideramos
a personas procedentes de otras culturas, y sobre todo de otras razas, como
completamente humanos? Yo diría que no, de ser así, como sociedad no
permitiríamos que murieran. Viendo a los inmigrantes que intentan acceder a
Occidente y de quienes sabemos que mueren a racimos, si realmente nos
identificáramos con su humanidad, ¿permitiríamos a nuestros gobiernos que les
dejaran morir, así, sin más? Los medios de comunicación conceden un sesgo
interesado a todo tipo de noticia, pero tal circunstancia sirve sólo para
explicar una parte, no todo. Si nuestra identificación con los niños que se
ahogan en el Mediterráneo hubiera sido la misma que con el niño Gabriel, o con
Julen, impediríamos con todas nuestras fuerzas que nuestros gobiernos respondieran
con indiferencia, cuando no con hostilidad, ante estas tragedias repetidas. Son
iguales que nosotros, tienen derecho a la vida pero se lo negamos
atribuyéndole un carácter de amenaza que es falaz y sobre todo, negándoles su
carácter completamente humano, sin comprender que, finalmente, en ese
cambalache macabro que nos lleva a mostrar los puños en lugar de abrir los
brazos, somos nosotros quieres perdemos nuestra humanidad.
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