LA MUSA ATAREADA
Dice el dicho que detrás de cada gran hombre hay una gran
mujer. Y quede claro que hemos dicho detrás,
no al lado ni delante ni encima ni, simplemente, con él. El lugar correcto es
detrás. ¿Y qué es exactamente lo que hace esa mujer ahí detrás? Pues, por lo
que sabemos, lo que hace no es ni más ni menos que ocuparse de todo aquello que
le hace la vida fácil al hombre y le habilita para salir al mundo sin tener que
preocuparse de otra cosa que no sea su profesión y/o actividad pública.
Hay una constante entre los escritores varones: en la
abrumadora mayoría de los casos han tenido a su lado a una mujer que les ha
resuelto el engorroso asunto de la vida cotidiana: tener y criar niños,
ocuparse de la compra, preparar la comida, hacer la cama, limpiar la casa,
elegir la ropa, ir al banco, cuidar a los mayores… toda la lista de tareas
aburridas y rutinarias, todo lo que implica, en fin, estar vivo y mantenerse en
unas mínimas condiciones de higiene y cuidado.
Lo dijo Vargas Llosa cuando, en su discurso de
agradecimiento por el Premio Nobel, tuvo unas palabras para su esposa Patricia,
quien le decía, en todo lo referente a cualquier tarea cotidiana: déjalo,
Mario, tú sólo sabes escribir. Probablemente Mario sólo sabe escribir porque no
ha hecho otra cosa en su vida, o sea que si carece de todas las otras
competencias lo más seguro es que no sea por falta de habilidad sino por falta
de entrenamiento.
Mercedes, la esposa de García Márquez, se ocupó de la
familia tan bien y tan diligentemente que mereció de su marido este elogio:
Mercedes se ha portado como un hombre. Qué equivocado estaba Gabo: Mercedes se
había portado como una mujer, como tantas mujeres, como la mayoría de las
mujeres, como todas las mujeres de sus compañeros de profesión.
A veces ellos ni siquiera se ocupan de su propio cuerpo
(aseo, ropa, comida) y se comportan como niños mimados, tratando a la compañera
como a una especie de esposa y madre al mismo tiempo, la esposa-madre de un
niño grande y tiránico que tiene otras amadas y amantes pero a quien nada se le
tiene en cuenta porque él es un genio.
Este fue el caso de Juan Carlos Onetti y su compañera Dorotea “Dolly”
Muhr. En muchas ocasiones ellas abandonan su trabajo para ocuparse del cuidado
del compañero y los hijos en común, como ocurrió con Dolly Muhr, que sólo
volvió a retomar su exitosa carrera de violinista durante el precario exilio
español de la pareja.
Otro ejemplo del mismo caso es María España, esposa de
Francisco Umbral, una excelente fotógrafa que abandonó su profesión para
ocuparse de su marido, de quien dijo con orgullo: “sí, tuvo muchas novias,
pero, al final, la que quedó fui yo”. María España ganó, en su competencia con
otras mujeres, el premio de quedarse al lado del genio, justo detrás del genio,
oculta por el genio, con su carrera de fotógrafa arrumbada en un rincón
polvoriento.
Ellas suelen ser, además de esposas y madres, secretarias de
ellos, ocupándose de pasar a máquinas sus trabajos. Este fue el caso, entre
otras, de Rosario Conde (mujer de Camilo José Cela). Esto dijo Camilo José Cela
Conde sobre su madre: “Charo Conde fue un ancla, la pantalla del autor
profesionalizado y la tutora de la gran tribu literaria y social que Cela
convocaba con asiduidad […].Ella manejaba todo el archivo, atendía visitas y
huéspedes, ponía orden, y todos los días pasaba a limpio los originales
manuscritos, a veces usando lupa, para que a la mañana siguiente Camilo José
Cela los corrigiera y los volviera a enredar".
Hay dos constantes cuando se leen biografías o artículos sobre
estas mujeres: ella lo hizo porque quería y siempre estuvo en la sombra. Resulta
bastante raro que a todas ellas les guste estar en la sombra, parece más bien
que a las mujeres el ambiente social nos asigna un lugar y nos adaptamos a él
lo mejor que sabemos. Nunca se ha sabido de ninguna gran mujer que haya tenido
detrás a un gran hombre que le facilitara a ésta su labor pública; de hecho, la
mayor parte de las veces ha sido justo al contrario, como en el caso de Emilia
Pardo Bazán que se separó de su marido, con el consiguiente escándalo, cuando
éste le prohibió escribir. Tampoco había ningún gran hombre detrás de María
Moliner que empezó a trabajar en su diccionario, que sigue hoy día siendo una
referencia imprescindible en nuestro idioma, cuando ya había criado a sus hijos
pero cuyo trabajo no fue considerado suficiente como para que entrara en la RAE;
a los Pérez-Reverte de la época el diccionario les debió parecer poca cosa, un
entretenimiento femenino, ganchillo pero con palabras. O, más recientemente,
¿en qué trastienda estaba el gran hombre de Alice Munro cuando ésta, para
escribir, tenía que empujar a sus hijas fuera de la cocina, diciéndoles que
estaba haciendo la lista de la compra? Sheila Munro recuerda que su madre
escribía "en un lavadero, y su máquina de escribir estaba entre un
lavarropas, un secarropas y una tabla de planchar.”
Las mujeres de los grandes escritores han tenido el
privilegio de ser sus musas, unas musas con muchísimo trabajo eso sí, ese
trabajo que, para quien no lo hace, da la sensación de que se hace solo. Por
eso se dice que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Hay una mujer
que se ha negado a sí misma en muchos casos y que ha renunciado a su carrera
para posibilitar la del compañero, que es, a fin de cuentas, la verdaderamente
importante.
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