domingo, 27 de octubre de 2019

LA MUSA ATAREADA


LA MUSA ATAREADA

Dice el dicho que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer. Y quede claro que hemos dicho detrás, no al lado ni delante ni encima ni, simplemente, con él. El lugar correcto es detrás. ¿Y qué es exactamente lo que hace esa mujer ahí detrás? Pues, por lo que sabemos, lo que hace no es ni más ni menos que ocuparse de todo aquello que le hace la vida fácil al hombre y le habilita para salir al mundo sin tener que preocuparse de otra cosa que no sea su profesión y/o actividad pública.
Hay una constante entre los escritores varones: en la abrumadora mayoría de los casos han tenido a su lado a una mujer que les ha resuelto el engorroso asunto de la vida cotidiana: tener y criar niños, ocuparse de la compra, preparar la comida, hacer la cama, limpiar la casa, elegir la ropa, ir al banco, cuidar a los mayores… toda la lista de tareas aburridas y rutinarias, todo lo que implica, en fin, estar vivo y mantenerse en unas mínimas condiciones de higiene y cuidado.
Lo dijo Vargas Llosa cuando, en su discurso de agradecimiento por el Premio Nobel, tuvo unas palabras para su esposa Patricia, quien le decía, en todo lo referente a cualquier tarea cotidiana: déjalo, Mario, tú sólo sabes escribir. Probablemente Mario sólo sabe escribir porque no ha hecho otra cosa en su vida, o sea que si carece de todas las otras competencias lo más seguro es que no sea por falta de habilidad sino por falta de entrenamiento.
Mercedes, la esposa de García Márquez, se ocupó de la familia tan bien y tan diligentemente que mereció de su marido este elogio: Mercedes se ha portado como un hombre. Qué equivocado estaba Gabo: Mercedes se había portado como una mujer, como tantas mujeres, como la mayoría de las mujeres, como todas las mujeres de sus compañeros de profesión. 
A veces ellos ni siquiera se ocupan de su propio cuerpo (aseo, ropa, comida) y se comportan como niños mimados, tratando a la compañera como a una especie de esposa y madre al mismo tiempo, la esposa-madre de un niño grande y tiránico que tiene otras amadas y amantes pero a quien nada se le tiene en cuenta porque él es un genio.  Este fue el caso de Juan Carlos Onetti y su compañera Dorotea “Dolly” Muhr. En muchas ocasiones ellas abandonan su trabajo para ocuparse del cuidado del compañero y los hijos en común, como ocurrió con Dolly Muhr, que sólo volvió a retomar su exitosa carrera de violinista durante el precario exilio español de la pareja.
Otro ejemplo del mismo caso es María España, esposa de Francisco Umbral, una excelente fotógrafa que abandonó su profesión para ocuparse de su marido, de quien dijo con orgullo: “sí, tuvo muchas novias, pero, al final, la que quedó fui yo”. María España ganó, en su competencia con otras mujeres, el premio de quedarse al lado del genio, justo detrás del genio, oculta por el genio, con su carrera de fotógrafa arrumbada en un rincón polvoriento.
Ellas suelen ser, además de esposas y madres, secretarias de ellos, ocupándose de pasar a máquinas sus trabajos. Este fue el caso, entre otras, de Rosario Conde (mujer de Camilo José Cela). Esto dijo Camilo José Cela Conde sobre su madre: “Charo Conde fue un ancla, la pantalla del autor profesionalizado y la tutora de la gran tribu literaria y social que Cela convocaba con asiduidad […].Ella manejaba todo el archivo, atendía visitas y huéspedes, ponía orden, y todos los días pasaba a limpio los originales manuscritos, a veces usando lupa, para que a la mañana siguiente Camilo José Cela los corrigiera y los volviera a enredar".
Hay dos constantes cuando se leen biografías o artículos sobre estas mujeres: ella lo hizo porque quería y siempre estuvo en la sombra. Resulta bastante raro que a todas ellas les guste estar en la sombra, parece más bien que a las mujeres el ambiente social nos asigna un lugar y nos adaptamos a él lo mejor que sabemos. Nunca se ha sabido de ninguna gran mujer que haya tenido detrás a un gran hombre que le facilitara a ésta su labor pública; de hecho, la mayor parte de las veces ha sido justo al contrario, como en el caso de Emilia Pardo Bazán que se separó de su marido, con el consiguiente escándalo, cuando éste le prohibió escribir. Tampoco había ningún gran hombre detrás de María Moliner que empezó a trabajar en su diccionario, que sigue hoy día siendo una referencia imprescindible en nuestro idioma, cuando ya había criado a sus hijos pero cuyo trabajo no fue considerado suficiente como para que entrara en la RAE; a los Pérez-Reverte de la época el diccionario les debió parecer poca cosa, un entretenimiento femenino, ganchillo pero con palabras. O, más recientemente, ¿en qué trastienda estaba el gran hombre de Alice Munro cuando ésta, para escribir, tenía que empujar a sus hijas fuera de la cocina, diciéndoles que estaba haciendo la lista de la compra? Sheila Munro recuerda que su madre escribía "en un lavadero, y su máquina de escribir estaba entre un lavarropas, un secarropas y una tabla de planchar.”
Las mujeres de los grandes escritores han tenido el privilegio de ser sus musas, unas musas con muchísimo trabajo eso sí, ese trabajo que, para quien no lo hace, da la sensación de que se hace solo. Por eso se dice que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Hay una mujer que se ha negado a sí misma en muchos casos y que ha renunciado a su carrera para posibilitar la del compañero, que es, a fin de cuentas, la verdaderamente importante.





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