LA REBELIÓN DE LAS MADRES
Las dos joyas
románicas del Valle de Bohí son las iglesias de Santa María y San Clemente de
Tahull. Ambas son un bellísimo ejemplo del románico catalán, cuyos ábsides
polícromos muestran respectivamente un Pantócrator
(Dios Todopoderoso) en el caso de San Clemente y una Teotokos (Madre de Dios) en el caso de Santa María. La Teotokos se representa como una virgen
sedente que sirve de trono al Niño. La religión cristiana otorga el poder
absoluto al hombre mientras que para la mujer reserva, como máximo, el
privilegio de servir de vehículo a ese poder.
Durante siglos las
mujeres no pudieron desarrollar otro papel que el de esposa y madre, para el
que la Virgen, esposa de Dios y madre de Dios, servía de modelo ideal. La sublimación
de la maternidad cumplía, por tanto, un papel fundamental para persuadir a las
mujeres de que, en el reparto de roles, les había tocado la parte más
importante, la más trascendente: la de posibilitar la gestación y la ejecución
del poder divino y, por imitación, del poder humano. Esa sublimación contiene
una trampa: la que hace a las mujeres aceptar voluntariamente su papel
secundario, amar su sumisión, la que las
persuade de que para los hombres es el mundo, para las mujeres la casa. La que las
convierte, en fin, en seres para los demás,
negándose a sí mismas.
En décadas
recientes, con el acceso de las mujeres al ámbito laboral y la pérdida de poder
por parte de la iglesia, ese rígido modelo comienza a fracturarse; pero no se puede
superar en cuestión de unos años un modelo milenario y arrastramos hábitos y
comportamientos que resultan difíciles de identificar, no digamos ya de cambiar.
Hay muchas formas de
ser madre pero el patriarcado nos ofrecer una sola: abnegación y entrega
absoluta a los demás, por encima de todo y por encima de nosotras mismas, que
debemos colocarnos siempre y de forma voluntaria en un lugar secundario con
respecto a los deseos y necesidades tanto de nuestros hijos e hijas como del
resto de la familia.
Los hijos demandan
nuestra presencia permanente en la casa. No se lo suelen pedir al padre,
nos lo piden a nosotras porque así es el modelo social en el que estamos
inmersos. Ellos pueden irse a una reunión un martes a las diez de la
noche sin esa punzada de remordimiento que nos acompaña siempre a nosotras, sin
necesidad de estar pendientes de los mensajes de WhatsApp , sin la
esquizofrenia de pensar que hacemos lo correcto mientras sentimos que quizás
estamos fallando. Hay mujeres que, en esa tensión, sucumben y dejan el trabajo o las
oportunidades de promocionarse profesionalmente para volver al hogar, al
servicio de los demás, al servicio de los hijos, confiando en que las
oportunidades laborales las vayan a estar esperando hasta que terminen
de criar.
Pero lo cierto es
que ya no podemos ni queremos ser las madres que la sociedad y el patriarcado
quieren que seamos: un trono divino, una virgen sedente que contiene y
sustenta la divinidad. No podemos porque nuestra labor profesional nos empuja a
estar más en el mundo y menos en la casa. No queremos porque nuestra formación
y militancia feminista nos ha enseñado que hay otras formas de vivir y ejercer
la maternidad.
Por suerte, el
panorama está cambiando. La risa es revolucionaria, no hay mejor modo de tumbar
un estereotipo que ridiculizándolo, burlándose de él. Sirva como ejemplo el “Club de las malas madres”. Se trata de un
grupo compuesto sobre todo por mujeres jóvenes, de profesiones liberales que,
con altas dosis de ironía y buen humor, tiene como objetivo librarse del corsé
de madre impecable. A pesar de tener "mucho sueño y poco tiempo" aún
les quedan ganas para hacer mofa de un arquetipo de maternidad anticuado y
desigual. Su filosofía consiste en reírse de los intentos fallidos de ser
madres perfectas. No hacen croquetas ni disfraces para el cole, no van a
cumples infantiles, no renuncian a salir con las amigas, no quieren ser superwomen, que es el modelo 3.0 de la
maternidad rancia. Gritan que son "malas madres" como forma de
crítica a una sociedad "que nos exige tanto y nos hace sentirnos
pequeñitas cuando no lo conseguimos".
Hemos sido capaces
de revisar el modelo y de impugnarlo. Ya no queremos ser solo madres de dioses,
queremos ser diosas también, y enseñar a nuestras hijas que ellas también
pueden serlo.
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