EL NUEVO MIEDO
La columna vertebral del miedo, su espinazo, es lo
desconocido. Lo desconocido nos sacude y nos desestabiliza de un modo mucho más
profundo que los horrores cotidianos.
En estos momentos nos encontramos como humanidad frente a uno de los escenarios más inquietantes: nos
enfrentamos a un enemigo invisible pero implacable. Puede estar en el carro del
supermercado o en el abrazo del amigo, puede estar en el paseo o en el viaje,
en la gestión bancaria o en el colegio. Puede estar en el extranjero (sobre
todo en el extranjero) o en el familiar, en tu hijo o en el inmigrante, a diez
mil kilómetros o en la puerta de tu casa. Todo es sospechoso de contener el
virus temido. Todos somos sospechosos de transportarlo y transmitirlo.
Y no nos deja más alternativa que recluirnos y guardar las
distancias, nosotros, seres gregarios, que necesitamos los ojos del otro para
construir nuestra identidad, para justificar nuestra vida, para sentir que
somos lo que somos: humanos.
Se siente la nostalgia de la vida de antes, la de los miedos
menos complejos que este, cuando podíamos viajar sin restricción alguna, ver a
los amigos y a los compañeros de trabajo, a los colegas, a los familiares.
Cuando podíamos pensar que vivíamos una vida común y corriente, con lo que
tiene de anodino pero de tranquilizador. Nos atraviesa el miedo de no poder
recuperar la vida de antes. Nos sacude la incertidumbre.
Nuestra lista de miedos se ha adaptado a los nuevos tiempos
(el miedo debe ser una de las emociones más adaptativas): tenemos miedo a
vernos, a no vernos, a enfermar, a que
nuestra familia enferme, a perder el
trabajo, a la pobreza, a que vuelvan a confinarnos, a la inestabilidad mental,
a la soledad, a morir en soledad (miedo que se ha hecho dolorosa verdad durante esta pandemia), a no recuperar
nuestra vida de antes. Por tener miedo, hasta tememos al otoño.
Las estructuras políticas también están siendo puestas a
prueba por este miedo tangible a un enemigo tan difuso como ubicuo. Constatamos
que desde el punto de de vista político no había nada previsto contra este
enemigo propio de un escenario distópico, a pesar de que estaba largamente anunciado. Numerosas voces acreditadas
advertían de la posibilidad cierta de una pandemia universal, tan cierta
que no se especulaba si se produciría si
no cuándo se produciría: la única duda sobre la emergencia era la fecha. A
pesar de ello prácticamente ningún gobierno estaba preparado y hemos asistido
al espectáculo bochornoso de ver cómo las autoridades de distintos países han
llegado a robarse unos a otros material médico en pleno aeropuerto.
Los gobiernos han reaccionado de formas distintas. Los más
conservadores han destacado, cómo no, por su indiferencia y por su crueldad. Ha
habido los que se han cerrado en una
defensa del mismo futuro mega industrial y depredador que nos ha traído hasta
aquí, sacrificando en el camino sin pestañear a la parte más vulnerable de su
población: los viejos y los pobres. Hay los que han mostrado un rostro más
social. Pero en general hemos tenido la sensación de que no había nadie al
volante.
Ahora lo que está en disputa es la vacuna, una vacuna que
nos protegerá al mismo tiempo del virus y del miedo. Los países compiten en una
carrera enloquecida hacia el esperado
santo grial en forma de medicamento, la varita mágica para repetir legislatura.
No colaboran, compiten: el mensaje que esto envía es que la pandemia y el
confinamiento si algo han enseñado es a ser más insolidarios a pesar de la evidencia de que no habrá futuro
sin cooperación mutua.
Alguien en un mercado de Wuhan, en la lejanísima China,
contrae un virus (debido a la depredación imparable y salvaje del medio
natural) y a los pocos meses la
actividad mundial queda paralizada. ¿Es esto evidencia de que como humanidad
somos un único organismo cuya defensa debería ser igualmente unificada?
Cualquiera diría que sí. Sin embargo los gobiernos del planeta actúan como si
estuvieran solos en la Tierra. Reaccionan únicamente en función de aquello que
garantice su continuidad en el poder.
¿Hemos aprendido como individuos y han aprendido los gobiernos con este baño
de realidad que la única opción es la actitud colaborativa? No. Por eso ahora
asistimos ahora al espectáculo aún más bochornoso de la pelea por la ansiada
vacuna que nos libre de esta parálisis social que se lleva por delante la vida
económica de los países.
Todo lleva a pensar que, como animales inteligentes que nos
decimos, dejamos mucho que desear: más que seres superiores capaces de aprender
de las equivocaciones somos meros depredadores cortoplacistas sin visión de futuro. Y eso sí que da miedo.
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