viernes, 21 de junio de 2013

TIMOLAND-PARIS

TIMOLAND-PARIS
Sí, hemos estado de vacaciones en Robodisney con los niños. Se lo han pasado genial, la verdad, y nosotros también. Llegamos al parque Disney, comienza la magia: la Sirenita firma autógrafos acompañada de una road manager; en la cabaña de los 7 Enanitos (¡qué bonica!) se acepta Visa y Mástercard; la Cenicienta está patrocinada por Minute Maid. Los bellos cuentos infantiles que pertenecían al imaginario colectivo ahora tienen copyright Disney. Todo es abusivamente caro, te cobran por pestañear, nos meten en una cómoda y segura jaula en la que para comer insert coin, para beber insert coin, para divertirte insert coin, para salir insert coin. No es que no lo supiéramos antes de ir, ya somos grandecicos, es que a los niños les encanta y claro, queremos que disfruten de un viaje que, como dice Juanito (qué redicho es mi hijo, a quién le habrá salido), ha sido “una experiencia inolvidable”. Yo creo que hacemos ingresar a nuestros hijos en la secta del capitalismo a través del merchandising, con el primer pijama de Mickey (o de Hello Kitty o de Bob Esponja, da igual) que se le regala a un recién nacido. Y el capitalismo, por si no lo habíais notado, no tiene entrañas: el parque está aislado, no hay ni una tienda, ni un centro comercial en las inmediaciones, ni opción de que tú vayas a ningún sitio ya que si alquilas un coche no lo puedes aparcar en el parque, tienes que ir en el autobús que el hotel pone a tu disposición, con lo cual es como si tiraras el dinero del alquiler. Tampoco te dejan que tengas tu comida en la habitación porque el frigo (nos dijeron que no había frigo sino aparato que enfriaba a 15ºC) sólo se abre con tarjeta de crédito y en el momento que mueves una lata se te carga de forma automática en tu cuenta. A nosotros nos da igual porque tenemos la vergüenza perdida y llevábamos embutido para los seis días, así que metimos nuestro chorizo de pavo y nuestro jamón en el frigo. Luego, a base de mover latas para hacer los bocadillos se nos hizo una cuenta de 100Euros, que les hicimos saber a los empleados del hotel por diversos medios que no teníamos ninguna intención de pagar y que no pagamos. Pero la estrategia es hacerte sentir como un donnadie por llevar tus bocatas (que la oferta del parque no es que sea más sana: la dieta se compone de hamburguesas, patatas y algodón de azúcar, lo más saludable que hay son las manzanas de caramelo) y no gastar a manos llenas en sus instalaciones, que es lo que hace un capitalista de pro. Ya sabemos por qué Walt Disney se hizo congelar: no le bastaba una vida para gastarse toda la pasta que pensaba sacarnos. Terminas con la sensación de que te han agarrado por los tobillos y te han puesto cabeza abajo para sacudirte hasta la última moneda.
Vaya con el ratón Mickey. Hay que ver lo que dan de sí tres círculos puestos al tresbolillo.

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