PAHs DE MI AMOR
La constitución recoge en su artículo 47 que todos los
españoles "tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y
adecuada". La Declaración Universal de Derechos Humanos también recoge este principio.
Nuestro sentido de la humanidad y nuestro sentido común nos dicen exactamente
lo mismo. Y sin embargo, el derecho de un banco a cobrarse una deuda se pone
por delante del derecho fundamental a la vivienda. Se conculca un derecho
elemental y se ofende profundamente toda sensibilidad ciudadana de protección y
amor al prójimo. Y todo lo anterior se da por bueno, como si fuera lo natural,
como si los gobiernos autonómicos, los
ayuntamientos no tuvieran la obligación de evitar que sus ciudadanos queden
desamparados. ¿Qué clase de gobiernos hemos elegido? ¿Cómo podemos consentir
tamaño disparate? No hay, que yo sepa,
ninguna declaración o ley superior consensuada por casi todos los países (como
lo es la Declaración Universal de DDHH) que proteja a los bancos, no hay, hasta
donde yo sé, ninguna declaración universal de derechos del banquero, pero
paradójicamente son éstos los que prevalecen, frente a los derechos humanos.
Son los privilegios de los privilegiados los que se protegen contra los
derechos fundamentales de la ciudadanía. Cuando se lleva a cabo un desahucio se
hace inventario de útiles y mobiliario, se sabe cuántos sofás-cama, cuántas
paelleras para doce, cuánta mesita auxiliar hay en el domicilio pero no se
apunta en ningún documento que hay una madre con un bebé recién nacido, que hay
una abuela enferma y en la cama, que hay un señor de mediana edad con una
depresión tal que no le permite mantenerse en pie, que hay criaturas en edad
escolar. No hay papel oficial que recoja lo anterior. Lo inmensamente anterior,
lo inabarcablemente anterior: lo humano. Porque eso no contabiliza, no aparece
en la cuenta de resultados, no sale en el balance. El material humano
sencillamente cotiza a la baja. Hasta esos extremos hemos llegado. Así que,
¡que vivan las PAHs!
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