LA NIÑA LEONOR
Bueno, a ver si acabo ya con el culebrón Borbón, que me está
quedando más largo que Falcon Crest. Pero una última idea que la tengo ahí en
la cabeza, dando tumbos de un lado para otro, como una abeja en un frasco de
cristal, golpeándose contra una realidad dura pero invisible a sus ojos
compuestos. La niña Leonor. En un alarde inédito de modernidad en esta
institución rancia como pocas, van y postulan a una niña de ocho años para ser
educada como capitana general de todos los ejércitos. La monarquía es una
institución impuesta al pueblo, lo cual es un atraso. Pero a la niña Leonor le
va a imponer una vida, lo cual es un atraso y una crueldad. Si yo fuera la
madre estaría llorando noche y día de ver a mi hija presa de un destino que no
ha elegido. ¿Y qué si la niña quiere ser relojera? ¿Y qué si la niña quiere ser
maestra, barrendera, pintora, magistrada, escritora, cocinera, tornera
fresadora, bailarina, cómica de la legua? ¿Y qué si quiere ser agente
comercial, profesora de biodanza, astronauta, peluquera, albañila, monitora de
yoga? ¿qué hay del humano libre albedrío? ¿No le importa a nadie? ¿No les
importa al padre y a la madre? ¿No hay nadie que tenga piedad de esa niña? ¿Está
condenada a seguir una carrera militar, así, por mandato divino, el mismo
mandato que la hará ser jefa de estado si este pueblo soberano no lo remedia,
del mismo modo que la abeja reina está condenada a ser reina y la abeja obrera
a ser obrera, por mandato genético? Pobrecita niña. Pobrecito pueblo. Ambos
masticados por las fauces de un aparato inmisericorde que impide a las personas
y a los pueblos decidir ser lo que quieren ser.
Ella no lo sabe, quizás no lo sabrá nunca, pero su
liberación corre pareja a la república. Pero eso no será nunca posible porque
es rea de un complejo y carísimo síndrome de Estocolmo que se puso en marcha el
día que nació y en virtud del cual ella
devendrá en colaboradora. Así es la monarquía.
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