MIEDO A
LA IGUALDAD
Aeropuerto
de Alicante, cola para la puerta de embarque. Alguien dice:
-
¿Tú te atreverías a subir a un avión si sabes que el piloto es una
mujer?
Se abre
un espacio de silencio entre las tres personas que están teniendo esta conversación,
imagino que alimentado por el irracional miedo a volar. Escucho esta
conversación desde una distancia discreta con una intensa curiosidad por
conocer las opiniones. La cola de embarque avanza despacio, dará tiempo.
-
Yo creo en la igualdad, pero es que a mi volar me da mucho miedo.
“Creo
en la igualdad, pero…”, ese oxímoron. Creo en la igualdad, pero no creo en la
igualdad. O no del todo. O va a días. O depende de si este avión que voy a
coger con destino a Londres lo maneja un piloto o una pilota. Una segunda
persona opina:
-
A mí también me da miedo, pero mucho miedo, ¿eh?; hasta tuve que hacer
un cursillo para superarlo. Y a mí me da igual que pilote una mujer o un hombre.
Yo lo único que pienso es que quien esté en la cabina tendrá tantas ganas de
llegar a su casa de una pieza como yo. Y durante el viaje ni miro por la
ventanilla ni me acuerdo de que voy en un avión.
De forma instintiva, si pensamos en personal
relacionado con un vuelo aun se nos vienen a la imaginación pilotos al mando y
azafatas a cargo del servicio y los cuidados. Y si bien es cierto que cada vez
hay más hombres como personal de cabina, no podemos obviar que la profesión de
azafata (como la de enfermera, por ejemplo) ha estado siempre fuertemente
feminizada y que aún es difícil escapar a los estereotipos.
En cualquier caso, esta persona con más miedo
a ponerse en manos de una mujer que miedo a volar tenía más posibilidades de
que le tocara la lotería que una pilota: solo hay un 3% de mujeres en esta
profesión. Y esto es así porque el prejuicio es un camino de ida y vuelta. El
prejuicio que genera miedo a subirse a un avión pilotado por una mujer es el
mismo que disuade a las mujeres de dedicarse a este trabajo. Una de las claves
radica en que antes de extenderse al campo civil la aviación era únicamente
militar, un ámbito resistente a la igualdad como pocos.
Ya en mi asiento descargo una noticia del
periódico antes de poner el modo avión:
“Algunos pacientes tiene que cambiar el
“chip”: las mujeres también somos capaces de operar”. Son palabras de Mari Fe Candel, jefa de
Cirugía General Reina Sofía de Murcia en una entrevista para el diario La
Opinión.
Desde hace unos días Mari Fe Candel está al
frente del Servicio de Cirugía General y Aparato Digestivo del hospital. Ella
es la primera mujer al frente de este servicio en un hospital de la Región y
explica que cuando empezó en la profesión había muy pocas mujeres. Los
pacientes cuando la veían le preguntaban que cuando venía el médico o incluso ‘¿Me
operará su padre, verdad?’.
El miedo es libre como un pájaro. Los
prejuicios no lo son, están anclados a un determinado corpus ideológico. No es
difícil rastrear el miedo a ponerse en manos de una mujer, basado en el
prejuicio de que las mujeres somos seres poco racionales y/o poco hábiles para
determinados trabajos. Lo origina el patriarcado, un sistema opresor que decide
que el lugar natural de las mujeres es el hogar y la familia y que la toma de
decisiones y la capacidad para liderar es solo cosa de hombres. Epítomes de
esta descripción serían justamente las profesiones de piloto y de médico.
Sin embargo, son tareas que no demandan
fuerza bruta, bien al contrario, lo que requieren sobre todo es concentración y
trabajo en equipo y estas capacidades no son privativas ni de hombres ni de
mujeres.
La resistencia a la igualdad se
multiplica en varios frentes y se acantona en el lugar de nuestros miedos. Y es
que hay algo que una parte de la población aún tiene alojado en el cerebro: hombres
al mando, mujeres a cargo de los cuidados. Todo un clásico que se resiste a
cambiar.
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