viernes, 15 de junio de 2018

AQUARIUS


AQUARIUS

Seiscientos veintinueve  es una cifra mezquina, ridícula. Sin embargo muchos de mis compatriotas, al oír que se va a acoger un barco con algo más de seiscientos refugiados giran la cabeza, miran a un lado y a otro, cuentan con los dedos y deciden solemnemente que aquí ya no cabe nadie más. Que los tiren al mar. De pronto se han convertido todos en expertos en recursos del país. Los mismos que se encogen de hombros ante el gasto indecente de la monarquía, de la iglesia, del rescate a la banca, del gobierno corrupto, deciden que seiscientos refugiados en un país de cuarenta y seis millones son muchos refugiados. Y que los tiren al mar. No sólo están convencidos de ello, nos quieren convencer también a los demás. Nos quieren convencer de que renunciemos a nuestra humanidad,  como han renunciado ellos.

Los pobres del mundo rico contra los pobres del mundo pobre, culpando a los pobres del mundo pobre de las desgracias del mundo rico. Qué rápido se renuncia en el primer mundo a valores inalienables como solidaridad, compasión, piedad.

Dicen que no somos un país rico como para acoger a gente pobre. Bien, entonces vamos a esperarnos a ser ricos para conducirnos con humanidad. Lo malo es que para entonces habrán muerto millones de personas por hambre, violencia, miseria y desesperación. Pero qué más da. Serán los muertos de otros, no nuestros muertos. No nos debe importar.

Dicen que aquellos que defendemos a los inmigrantes deberíamos meterlos en nuestra casa. Se agradece la sugerencia, pero ya lo había pensado y no tengo dudas: antes meto en mi casa diez inmigrantes que un racista.

Dicen que nos debe alarmar el efecto llamada que se producirá si acogemos a los refugiados. Debo insistir en el mismo argumento y tampoco tengo dudas: prefiero el efecto llamada antes que vivir en un país y entre unos conciudadanos que le vuelven la espalda al dolor ajeno. Prefiero vivir en un país atestado de refugiados, humano y solidario, antes que en uno limpio de inmigrantes, aséptico y racista.

Uno de los países donde el nazismo actuó con mayor ferocidad, apoyado por los grupos fascistas nacionales, fue en Rumanía. Cuenta Hannah Arendt en “Eichmann en Jerusalem” que en una ocasión cargaron un tren de hombres, mujeres y niños y lo hicieron circular sin agua ni comida con destino a ninguna parte, hasta que todos murieron. Imposible no establecer el paralelismo entre ese tren y el destino que le estaba reservado al barco “Aquarius”. Aquello ocurrió ante la indiferencia y la hostilidad del resto del país. Lo que está ocurriendo con los refugiados, en pleno siglo XXI, en nuestra avanzada Europa, como si la historia no nos hubiera enseñado nada en absoluto, también ocurre ante la indiferencia y la hostilidad de una parte de la ciudadanía y ante la dejación, cuando no la beligerancia, de muchos gobernantes europeos.

El mundo del futuro lo construimos entre todos. Si nos esforzamos por dividirnos (lo nuestro primero, ese no, que es de fuera, que es pobre, que es de  otra nacionalidad, otro color, otra raza, otra religión) pondremos la primera piedra para nuestra destrucción como humanidad. Por encima de toda esta cuestión levita un fascismo latente que es lo que más nos debería preocupar. Todos los argumentos expuestos por quienes se oponen a la llegada de refugiados y piden que se cierren puertos y se construyan muros, no son nuevos, es el catecismo fascista clásico, asumido de manera natural por una parte nada desdeñable de la población. No veo diferencia alguna en la posición hostil frente al refugiado y al inmigrante de tantos convecinos y la posición de quienes, en la Alemania nazi veían pasar trenes cargados de judíos y, en el mejor de los casos, se encogían de hombros.

Por mi parte, sólo puedo decir: Bienvenido, Aquarius.


miércoles, 6 de junio de 2018

RIVERITA DE LA MONCLOA


RIVERITA DE LA MONCLOA

Albert Rivera es un torero muy español y mucho español. Se toma el gentilicio como si ser español fuera, qué sé yo, como ser bombero, como ser astronauta, una especie de profesión de riesgo y prestigio. Al parecer, lo mejor que puede uno ser en esta vida es español, la españolidad te da un plus, aunque seas Jack el Destripador, aunque seas el líder de un partido corrupto que ha dejado a ese mismo país al que exaltas, en los puros huesos. Renunciar a esa españolidad te deja fuera del canon de excelencia y te convierte en proscrito cuando no en delincuente. Lo hemos visto en la puesta en marcha de la Plataforma Ciudadana para “recuperar el orgullo de sentirse español” (luego llaman populistas a los otros), una plataforma que daría risa si no fuera porque todos ellos se lo toman muy en serio, vamos, más en serio que un infarto. La que más risa da, porque es la que más en serio se lo toma, es Marta Sánchez que llora de emoción entonando el himno con letra de su invención y voz trémula. Llora porque ama a España; ¿la ama tanto como para pagar impuestos aquí? No, tanto no, pero se emociona cantando, que equivale casi a lo mismo.

La moción de censura que ha dejado al PP de nuestros pecados fuera de juego, ha pillado a Rivera con el pie cambiado. Las encuestas, luciendo peineta y mantilla, le tiraban besos desde la barrera y ya estaba él esperando al toro a porta gayola, una rodilla en tierra, persignándose, muy seguro de que su faena le sacaría a hombros de la plaza para colocarle a plomo en la Moncloa. Y de pronto, qué cosas, hete aquí que el toro llega por detrás, le desbarata el lance y ya no hay manera de componer la figura.

Pero claro, si hay que elegir entre apoyar a un partido de ladrones o a un partido que pacta con nacionalistas (como si este pacto no hubiera sido una constante en nuestra historia reciente) por supuesto mejor los ladrones, que son ladrones pero mucho españoles, y esto es lo que cuenta. Y a partir de ahí se construye el discurso de las dos derechas, la vieja y la renovada, que caminan de la mano: que si Pedro Sánchez es un presidente al que no han votado los ciudadanos. Cierto, cierto, ni a él ni a ninguno porque al presidente lo elige la cámara; tenemos lo que se llama “una democracia representativa”, que parece que el personal se entera sólo de lo que quiere. Que si Sánchez es un sinvergüenza, que se ha aliado con nacionalistas (como si ellos no lo fueran; ellos, los de la exaltación de la patria, escupiendo por un colmillo del nacionalismo…), con comunistas bolivarianos y hasta con Darth Vader… Una concejala del Pp llamando “rata” a Pedro Sánchez; Francisco Bernabé tildándole de “vil traidor”;  la histeria está alcanzando niveles de ópera bufa.

Ahora en serio: el discurso de Rivera durante la moción de censura daba un poquito de grima. Un discurso vacío, con cuatro o cinco ideas de Perogrullo repetidas en bucle, reclamando unas elecciones que las matemáticas parlamentarias hacían inútiles y poniendo en valor una y otra vez la españolidad, como si ésta fuera un mérito y no un accidente geográfico. El problema que tiene el ver españoles por todas partes es que también ves “no españoles”, y estos, evidentemente, no son de fiar. Lo que late en el fondo de su discurso, en lo que no dice, es un patrioterismo excluyente con tufo fascistoide que, de verdad, da algo de miedo. Me gustaría recordarle a Rivera que al país lo amamos trabajando por el bienestar de todos, también de los que no piensan como nosotros, y que robar a manos llenas y envolverte en una bandera rojigualda bien grande, es cínico y doloso. Que al país lo amamos contribuyendo a su sanidad, no vendiéndola; contribuyendo a la educación, no malbaratándola; cuidando de las pensiones, no congelándolas; fomentando leyes de igualdad de género, no ignorándolas; generando diálogo entre comunidades, no enfrentándolas…

En fin, maestro, una mala tarde la tiene cualquiera. Más suerte en la próxima.