domingo, 20 de agosto de 2017

NO ES LA RAZA, ES EL RACISMO

NO ES LA RAZA, ES EL RACISMO

No es la raza ni tampoco la religión: es el racismo y el racismo mata, en Barcelona y en Charlottesville. Sin embargo se culpa de los asesinatos terribles de Las Ramblas a toda la comunidad árabe y musulmana. En el suceso de Charlottesville tenemos bien identificada la clave del asesinato, que pudo haber sido múltiple: el racismo. Pero vemos que los racistas blancos, con Trump a la cabeza, echan balones fuera: es violencia por ambas partes, se trata de un enajenado… Tratan de ocultar que el núcleo duro en esta cuestión es su racismo violento, quieren ocultar que lo que ellos piensan y dicen y comparten impulsa a los más descontrolados a agredir y asesinar. Esto está más o menos claro y los medios de comunicación no se desvían demasiado de la clave del problema, aunque El País, que no es ni sombra ya de lo que fue un día, se haya alineado junto a Trump. Por el contrario, en los sucesos de Barcelona, para una gran parte de la población los culpables son todos, TODOS los árabes y musulmanes, o, por decirlo llanamente: los moros, en un totum revolutum en el que se mezcla raza y religión, en el que se incluye (por supuesto) a los ya maltratadísimos refugiados que huyen de ese mismo terrorismo, un disparate de ignorancia donde se mete a 1.600 millones de personas…  Parece increíble tener que decirlo pero no todos los musulmanes son del DAESH como no todos los vascos eran de ETA. De hecho, el DAESH mata sobre todo a musulmanes (leed este artículo si queréis datos: http://www.eldiario.es/internacional/atentados-organizaciones-islamistas-mayoria-musulmana_0_497301265.html), sin embargo, una vez más, un atentado de estas características les hace sospechosos a todos de forma automática. He leído un post en Facebook que pide, atención: deportaciones masivas, cierre de fronteras, ilegalización del Islam, prohibición del burka. Entristece el nivel combativo de tamaña ignorancia.

En realidad, los racistas anti islamistas y los racistas anti occidentales, aunque parezca lo contrario, luchan en la misma trinchera: la trinchera del odio, de la segregación, de la superioridad de la propia raza, en la trinchera de la solución definitiva, en la trinchera de la muerte. Enfrente, sin trinchera, sin armas y sin odio, estamos todos los demás. Sucesos terribles como el de Barcelona, se llevan vidas inocentes por delante y se llevan, además, a mucha gente tibia a la trinchera del odio, personas que con su opinión alentarán y armarán aún más a los atrincherados.

Dejadme que lo diga una vez más: no asesina la raza, asesina el racismo. El racismo es el refugio de los cobardes, de los que no soportan la alteridad, de los que, por no atreverse a mirar al otro, se sienten amenazados y quieren su destrucción. Si de verdad queremos contribuir a la paz, si de verdad es ese nuestro cometido, no podemos dividirnos entre blancos y negros, entre moros y occidentales. La división real es entre violentos y no violentos. Debemos contribuir a la paz de pensamiento, palabra y obra. La paz es la prioridad, no la venganza porque es obligación de los que seguimos vivos, cuidarnos, amarnos, rechazar el odio. Si no identificamos bien el problema difícilmente podremos darle solución.

jueves, 17 de agosto de 2017

EL PLANETA DE LOS SIMIOS

EL PLANETA DE LOS SIMIOS

Esperemos que la canícula del verano, por influencia inversa, enfríe los ánimos bélicos de Trump y de su alter ego norcoreano, Kim Jong-un, que, por lo mucho que se parecen (niños malcriados del sistema político y económico de sus respectivos países) cualquiera diría que, a pesar de venir de lugares tan lejanos y distintos, son gemelos univitelinos. No temáis, no voy a repetir la cuñadísima  expresión de que los extremos se tocan, todavía no me ha afectado tanto la caló. Quizás más bien pondría el acento de que, aquí y en Pekín, lo que nos iguala hasta convertirnos prácticamente en clones son los valores del sistema que nos educa, fijarse bien en lo que digo. Si tú crías a un janglón de éstos convenciéndolo de que es el rey del universo, de que él y su cuadrilla son los jodíos amos, asegurándoles que la supremacía blanca (o norcoreana) es lo natural y que cualquier otra opinión es una perversidad, terminas con unos individuos que, a poco que nos descuidemos, se cargarán el planeta nada más que por sus huevos toreros. Si Trump, como dije en otra ocasión, es un mono con un lanzallamas, el mono norcoreano viene a ayudarle con una manguera de gasolina.

Desconozco la realidad de Corea del Norte. Todo lo que puedo decir al respecto es que su líder, cada vez más parecido a su replicante tuitero en lo disparatado (no en lo gracioso, porque maldita la gracia) es un tirano clásico, de los que lo mismo hacían senador a su caballo que mandaban decapitar a un sirviente por estornudar en su presencia. Kim Jong-un hizo ejecutar a su tío y mentor, considerado el auténtico poder en la sombra, entre otras muchas muertes más o menos sospechosas, como la de su propio hermano, asesinado cuando intentaba salir del país con pasaporte falso. De verdad que tener a un elemento así custodiando un arsenal atómico es de todo menos tranquilizador.

En cuanto a Trump y la realidad estadounidense, sin duda cada vez resultan más preocupantes. Con este presidente hemos dado un salto atrás tan grande que todavía no sabemos bien si hemos caído en los años posteriores a la abolición de la esclavitud en Norteamérica, con racistas blancos reivindicando su superioridad por mandato divino o directamente en la Edad Media, como lo prueban los recientes acontecimientos de Charlottesville. Las declaraciones terribles de Trump, lamentando por igual la violencia de un lado y del otro, aunque del otro no haya violencia, aunque del otro sólo haya una joven asesinada, alimentan una equidistancia tan imposible como tramposa que nos deja perplejos e indignados porque equivale a no condenar en absoluto a esa mala bestia que arremetió contra los manifestantes con su coche y por tanto no condenar tampoco a los supremacistas blancos, racistas por definición, que le apoyaban porque, claro, tendría que desautorizarse de paso a sí mismo. El sueño de Luther King devenido en pesadilla.


El problema con Trump es que, en demasiadas ocasiones, su vertiente ridícula y payasa, de auténtica vergüenza ajena, con imágenes de las que te dan la cena si estás viendo el telediario, opera como cortina de humo que oculta el hecho de que él junto con el stablishment, esa  maquinaria de guerra que le acompaña, avanzan en la senda de la destrucción de esta democracia, que aunque imperfecta, es la poca garantía que nos queda frente a los abusos del poder. ¿Por qué? Pues porque al capitalismo le estorba la democracia más que a la RAE el feminismo, ¿veis por dónde voy? Junto con un racismo tan vergonzante como indisimulado, lo que se potencia es un sistema desregulado que deje completamente vacía de contenido a la democracia y mientras alucinamos viendo al presidente norteamericano hacer el tonto a destajo, nos van colando un neoliberalismo desatado que pondrá en cuestión el futuro mismo del planeta. Muy preocupante todo porque la influencia de EEUU en Europa y en el mundo entero es inevitable. En fin, el ambiente está calentito y al mando, monos con lanzallamas.

miércoles, 2 de agosto de 2017

¿A DÓNDE VAMOS?

¿A DÓNDE VAMOS?

La pregunta tiene más años que el Sol, sé que no estoy siendo nada original, pero qué queréis que os diga, hoy me hago yo esa pregunta. Disculpad por el tono depresivo: será el calor.

Pienso estos días en esta sociedad nuestra en la que se plantea seriamente el debate de si es pertinente que se utilice a mujeres pobres como proveedoras de cuerpos donde depositar la semilla de occidente, mujeres pobres utilizadas como meras incubadoras con la coartada de la libertad personal, esa libertad de la que ellas mismas carecen por su situación de indefensión extrema. Cuando se habla de libertad en este contexto suena a broma macabra. Duele escuchar a personas de izquierdas (o zurdas, yo qué sé ya…) defender esta práctica que atenta contra el más elemental de los derechos humanos.

Pienso en esta sociedad nuestra a la que no parece importarle lo más mínimo la suerte de miles de personas migrantes que mueren en su intento de llegar a Occidente huyendo de guerras y hambrunas o, en el mejor de los casos, malviven en campos de refugiados en una espera sin fin. Y pienso, como ya he dicho en otras ocasiones, en qué nos convierte como sociedad, esa indiferencia (cuando no rechazo) frente a tanto dolor. Qué somos nosotros, los que contemplamos el sufrimiento sin inmutarnos.

Pienso en tantos jóvenes que, aunque tengan la suerte de trabajar lo hacen tan en precario que no pueden dejar la casa de los padres para independizarse. Y pienso en esos padres y abuelos que sostienen al grupo familiar. La cifra del paro ha bajado, sí, pero un noventa por ciento de los trabajos generados son temporales, lo cual, por definición, indica que carecen de la seguridad necesaria para iniciar un proyecto de vida. Y sin sonrojo ninguno se ha planteado el debate de si los jóvenes deben cobrar por su trabajo de becarios (trabajo que en ocasiones se alarga años) porque a eso se le llama “ganar experiencia”. Los derechos laborales están siendo literalmente machacados en este proceso acelerado de desregulación del mercado laboral, pero la precariedad (de la que empezamos a sospechar que no es el tránsito sino el destino) no es el mejor escenario para reflexionar en otro tipo de sociedad ya que se ha de atender primero a lo urgente, que es vivir. La precarización cumple una función doble: explotar  a los trabajadores y al mismo tiempo anular su capacidad de reacción.

Y bajando a temas concretos, pienso en la declaración de esta semana del presidente del gobierno por el caso Gürtel, la mayor trama de corrupción de la democracia. Aunque los testigos, por ley, deben sentarse frente al tribunal y en un escalón por debajo de éste, Rajoy se ha sentado al mismo nivel y a la derecha del tribunal, al igual que los justos se sientan a la diestra de Dios Padre. Sé, sabemos, que esta escenificación no es inocente, nada lo es, tampoco el presidente y menos cuando necesita de estos subterfugios. El presidente del tribunal se ha mostrado todo el tiempo tan complaciente con el testigo como agresivo con la acusación, dinamitando todo asomo de imparcialidad y haciendo bueno el dicho ese de que todos somos iguales ante la ley, pero unos más iguales que otros. Mientras tanto una ciudadanía anestesiada ronca una siesta de años. Cómo podemos tragar con tanto. Hacia dónde nos conduce tanta corrupción sostenida por tanta apatía.


Todo esto me hace plantearme seriamente el tipo de sociedad que estamos creando porque nada de lo anterior cae en vacío y el futuro nuestro lo estamos generando, por acción u omisión, cada día.