martes, 25 de agosto de 2020

MANIFA ANTI MASCARILLA

 

MANIFA ANTI MASCARILLA

El pasado 16 de agosto se manifestaron en Madrid unos 2.500 ciudadanos en contra de las mascarillas y en contra de algo que llaman “plandemia”. Yo me pregunto, los que no creen en la enfermedad ¿también enferman?, ¿o quizás no? Porque sería casi poético enfermar de una enfermedad en la que no crees y que con tu inconsciencia has contribuido a extender, para mal tuyo, de tu familia y de tus conciudadanos, porque, claro, tu libertad es mucho más importante que la salud de todos, dónde va a parar, que nadie te quite tu sacrosanta, tu egoísta, tu jodida libertad de ir sin mascarilla. Si enferman, ¿van a los mismos hospitales y reciben el mismo trato y el mismo tratamiento que quienes sí creemos en la enfermedad y tomamos las medidas oportunas para no contagiar ni ser contagiados? Por supuesto que sí porque, afortunadamente, tenemos sanidad universal, una sanidad que también atiende a idiotas conspiranoicos sin hacer preguntas. Es la belleza paradójica de la democracia.

Dicen que las mascarillas matan y que el Covid es un invento…  Este es un claro ejemplo de que la gente se cree lo que le da gana. Si las mascarillas mataran significaría que contamos con una plantilla de personal sanitario muerto desde hace décadas, los auténticos walking dead. Los negacionistas deciden auto convencerse de que las mascarillas matan para no tener que usarlas y de que el Covid no existe para sortear el miedo que genera la pandemia: cierran los ojos y el problema ya no existe.

¿De dónde sale tanto covidiota?, ¿cómo se informan, qué tienen en las cabezas? Son ricos, pobres, de izquierdas, de derechas, analfabetos, universitarios, todos, todos coinciden en negar una enfermedad que ha paralizado el planeta. Su discurso es una extrañísima mezcla que culpa al gobierno de muertes por una enfermedad, al parecer, inexistente, de la paralización de la economía, de negarnos los abrazos y de borrarnos medio rostro con una mascarilla. Claman por sus derechos y por SU libertad y dicen que esto no es una pandemia sino un genocidio, porque, por lo visto alguien tiene mucho interés en matarnos poco a poco. En un cóctel de datos fake chiripitifláuticos suenan juntos George Soros, Bill Gates, el 5G y un microchis alienante que irá incorporado a la vacuna. Y se empeñan en que quienes estamos desinformados somos todos los demás.

 Las teorías conspiracionistas son fáciles de creer porque reconfortan, dan una explicación más que sencilla, maniquea, de lo que pasa a nuestro alrededor, de lo que acontece en el mundo: hay un malo (o grupo de malos) que gobierna el planeta desde Spectra, generando todo tipo de maldades para dominar el mundo y convertirnos en esclavos. Pero yo que soy muy listo, lo he descubierto. El resto de conciudadanos están atontados/abducidos por la información oficial. Venga ya, si es el argumento de casi cualquier súper producción de Hollywood.

El ser humano no es un buscador de verdad sino un dador de sentido. Mientras la explicación que yo me doy a mí mismo, como individuo o como grupo, para confortarme coincida con mis filias y fobias y tenga una mínima coherencia (e incluso sin tenerla), no necesito la evidencia para nada, los hechos constatados suelen ser más un estorbo que otra cosa. De manera que la alarma, las cifras de muertos, la paralización social y económica del país son un trampantojo para convertirnos a todos en esclavos y robarnos la identidad. Pero, ¿para qué iba nadie a molestarse en crear una enfermedad mortal e infectar con ella a todo el planeta con la intención de generar después una vacuna con la que inocularnos un chis que nos controle? Si ya llevamos encima de forma permanente un chis voluntariamente aceptado en el interior de nuestros ordenadores, tablets y móviles, que no soltamos ni para ir al aseo. Decimos: nos escuchan a través del móvil, nos espían. No, qué va, más fácil: dejamos un rastro a través de redes que hasta Torrente sería capaz de seguir. No hay cookies a las que no demos “acepto” para que no se interrumpa nuestro entretenimiento.

 Y luego hay quien se pone estupendo con las mascarillas, qué se habrá creído el gobierno, a mí no me dice nadie cómo tengo que salir a la calle. Quienes ven la mascarilla como una represión de SU libertad son incapaces de interpretarla como lo que es, como una expresión de solidaridad: yo la llevo para no contagiarte, tú la llevas para no contagiarme.  Ojalá no fuera necesaria, pero mientras la necesitemos, por favor, cuidemos de los demás y de nosotros mismos. Por educación, por solidaridad, por ternura.

 

EXPLOTACIÓN Y RACISMO

 

EXPLOTACIÓN Y RACISMO

Eleazar Benjamín Blandón, nicaragüense, murió en Lorca hace unos días tras una jornada doble de trabajo, mañana y tarde, con una temperatura de 44 grados. Fue abandonado inconsciente en la puerta del centro hospitalario, en un acto inhumano y vergonzoso, donde poco después falleció debido al estrés térmico. Este ha sido el final, tras meses de trabajo en durísimas condiciones; pero no tenía opciones: carecía de apoyo familiar, de dinero y de papeles. Estaba, literalmente, a merced de sus empleadores. Ahora, la situación laboral a la que estaba sometido está siendo investigada, pero ha tenido que haber una muerte para que eso suceda.

Para que se produzcan este tipo de hechos sin que como reacción haya poco más que comunicados de enérgica repulsa, es necesario que se den unas condiciones previas.

Hay una conexión directa entre racismo y explotación. El racismo crea las condiciones para que la explotación sea posible, condiciones que consisten básicamente en despojar de valor a los individuos. Es algo que también se da en el clasismo, pero en el caso del racismo hay otra vuelta de tuerca  ya que enfrenta a unos trabajadores con otros, nacionales y extranjeros, como si su explotación fuera distinta, como si no se tratara de un mismo sistema que usa y abusa de las personas, independientemente de su raza y origen. Los trabajadores nativos están convencidos de que tienen un plus sobre los inmigrantes. Es el racismo el que persuade a las clases más bajas de que el enemigo es el extranjero porque no es su igual sino su oponente, el que pone en peligro su puesto de trabajo y el sostenimiento del sistema social del país. Quienes generan y difunden este discurso saben perfectamente lo que hacen pues se trata un marco de ideas que produce beneficios económicos para los grandes empresarios de la agroindustria, entre otros. La desvalorización pasa por varias etapas (extrañamiento, hostigamiento, negación de papeles), hasta reclamar que se les eche del país. En realidad los beneficiarios de este sistema no quieren que se vayan, porque quién recogería entonces los melones en agosto a 44 grados en jornadas de diez horas a cambio de un salario de 30 euros, pero pedir que sean expulsados forma parte del necesario clima de hostilidad hacia los inmigrantes. Es necesario que siga siendo una masa laboral perseguida, hostigada y en condiciones de irregularidad, incapaz de negociar sus condiciones y que no podría denunciar una situación injusta, llegado el caso. En resumen: es preciso que permanezcan en una situación de intensa vulnerabilidad social que les haga susceptibles de aceptar casi cualquier trato laboral.

Se dice simultáneamente que los inmigrantes les roban el trabajo a los españoles y que los españoles no quieren trabajar. No es que los españoles no quieran trabajar, es que no quieren trabajar en condiciones de indignidad. No, no somos iguales y para que esa desigualdad laboral siga naturalizándose es necesario que la percepción de los aspirantes al trabajo también sea desigual. El racismo cumple una función legitimadora de la desigualdad. Si no tienen el mismo valor no pueden tener los mismos derechos, no pueden cobrar igual, no pueden disfrutar de las mismas condiciones de trabajo. El hecho de que se trate de extranjeros, en muchos casos en situación irregular (no tener papeles equivale a no tener derechos) los invisibiliza socialmente, provocando entre la población nacional indiferencia cuando no rechazo. El pantón del color de piel también es un marcador del valor: cuanto más oscuro más devaluado. Y como siempre hay un escalón por debajo, cuando esa mano de obra es femenina, a esa explotación se añade el acoso o directamente el abuso sexual, como se vio entre las temporeras de la fresa en Huelva.

El discurso racista, por lamentable y ridículo que nos parezca, no es ni absurdo ni vacío, obedece a una lógica precisa y genera frutos que son recogidos por los explotadores. Para que la explotación laboral sea posible sin que haya un estallido social, es necesario devaluar a los trabajadores y esa es la labor del racismo. El racismo es la estrategia de márketing de la explotación.

 

LA CULTURA DE LA VIOLACIÓN

 

LA CULTURA DE LA VIOLACIÓN

 

La violencia contra las mujeres y sus variadas expresiones, violación incluida, se integra en un marco cuyas características más sobresalientes son la normalización y la invisibilidad. Cómo si no se explica que la frase “eres tan fea que ningún hombre se molestaría en violarte” y otras por el estilo no nos resulten extrañas. Ese exabrupto lo profirió Bolsonaro en el parlamento brasileño y es sólo un ejemplo de las muchas manifestaciones de la cultura de la violación.

La frase “eres tan fea que no mereces ser violada” certifica que una de las características de ser mujer es la violabilidad y que esa violabilidad se alcanza a base de esfuerzo y tesón, de dedicar tiempo y energía a estar guapa y deseable. Si no eres violable es porque no te esfuerzas, porque eres vieja o fea o, peor aún, un marimacho.

La violencia enseña una lección y la violación una lección muy específica. Por poner un ejemplo, en la Guerra Civil, las mujeres eran susceptibles de ser violadas por un bando o por otro; la Guerra, da igual dónde ocurra, siempre es contra las mujeres. Millán Astray animaba a las tropas a violar republicanas para enseñarles lo que era un hombre de verdad. Ahí hay un propósito pedagógico. Los republicanos que violaban monjas enseñaban una lección parecida. La violencia ejercida por los hombres nos iguala, nos hace a todas las mujeres una sola mujer. De un bando o de otro, merecedoras todas de la misma violencia. Rodeadas de violencia y con miedo a la violencia porque no hemos sido educadas en ella sino en el temor a ella.

La violencia cumple para el patriarcado un doble objetivo: por una parte, muestra a las mujeres cuáles son los límites, porque las mujeres no somos libres de andar por donde queramos, cuando queramos y como queramos; los hombres sí.  Para el patriarcado, los violadores son los perros terribles que pastorean el rebaño que pertenece a todos los hombres. Por otra parte, esa violencia muestra a los hombres cómo son o cómo deben ser los verdaderos hombres. Es la expresión máxima de una fratría que se manifiesta de muchas maneras.

Imaginemos a un hombre adulto,  de izquierdas,  respetuoso,  feminista,  tiene hijas, hermanas,  madre, pareja, compañeras. Acoge con respeto las reivindicaciones de las mujeres,  acude a manifestaciones,  se esfuerza honestamente por reducir el nivel de desigualdad.  Al mismo tiempo tiene un grupo de WhatsApp de compañeros de trabajo, en el que está más de oyente que otra cosa. En ese grupo se comparten vídeos, fotos,  memes, de un tipo de porno breve,  blando o duro,  realmente ofensivos contra las mujeres.  Él piensa que sus compañeros son muy brutos, pero no dice nada. La fratría masculina es más fuerte que su voluntad. Él,  que le afearía la conducta a cualquier hombre que compartiera mensajes racistas, violentos o fascistas,  sin embargo calla ante estas bromas entre hombres. 

El lugar donde esa fratría se convierte en ritual y adquiere corporeidad es el puticlub, donde los hombres se reconocen y celebran que no son mujeres,  esos seres inferiores.  Es en el burdel donde se refuerza la identidad masculina patriarcal. Si pensamos en la hazaña de La Manada, no se me ocurre lugar donde se pueda ensayar mejor una violación grupal (una coreografía complicada) que en un puticlub.

Hay otro aspecto fundamental relativo a las relaciones sexuales: el consentimiento. Tan atrasados estamos en este tema, que aún se está definiendo su significado. Hasta ahora (un ahora que casi incluye el día de hoy), se entendía que todo lo que no fuera un “no” era un “sí”, e incluso cuando las mujeres decíamos que “no” también queríamos decir que “sí”, lo cual equivale a una completa anulación de la voluntad de las mujeres. El lema “sólo SÍ es SÍ”, tan sencillo y claro, tan fácil de entender, es tan reciente que hay que repetirlo muchas veces para que se integre en el imaginario colectivo.

La violencia contra las mujeres es un problema de toda la sociedad y los hombres deben tomar partido, no se pueden quedar en la orilla, como espectadores de un problema que no les atañe. La cuestión de fondo es que la sociedad patriarcal acepta un porcentaje de violencia que mantenga a las mujeres bajo control y hasta que el mensaje no sea que las mujeres deben ser más libres, hasta que esa violencia en todas sus expresiones no sea rechazada por completo por hombres y mujeres, en una reivindicación donde los hombres asuman también un papel activo, ni seremos libres nosotras ni será libre la sociedad.