lunes, 25 de mayo de 2020

POCHOLOS CACEROLOS


POCHOLOS CACEROLOS
Los ricos de Núñez de Balboa y el Barrio de Salamanca han salido a protestar, cacerola en mano, porque ya se han aburrido de estar encerrados en sus megaviviendas de lujo. Los imaginamos pidiéndoles a la chica de servicio donde está eso de cocer la sopa, que me voy a manifestar. Juegan a ser revolucionarios y dan risa. No reclaman techo y trabajo: piden que les dejen ir a misa y que se abra el Corte Inglés.  Claro,  ¿qué van a pedir si lo tienen todo? No va a ser pan, en todo caso langosta. El resto miramos la tele con la mandíbula hasta el suelo. Algo que apela a nuestro sentido del civismo como lo es mantenernos confinados mientras dure el riesgo de  contagio es interpretado por ellos como un recorte de libertades,  mezclando absurdamente  churras y merinas.
Piden libertad invocando a Franco incapaces de ver lo ridículo del oxímoron. Los franquistas  de toda la vida y los de nuevo cuño han descubierto un filón en el término libertad, interpretado como libertad para hacer lo que les salga de los mismísimos, interpretado como la no injerencia del estado en sus chanchullos. Quieren libertad para llevarse sus capitales de turismo fiscal, para pagar a sus obreros lo que les dé la gana, para plantar sus empresas donde les venga bien, así sea un entorno protegido, para no pagar impuestos porque eso es de pobres. Eso es lo que ellos entienden por libertad.
Causan risa pero es mejor que no nos los tomemos a broma. Ellos no reclaman derechos en las calles,  en todo caso recortes de derechos (que se prohíba el divorcio o el aborto o el matrimonio homosexual)  porque ellos consiguen lo que quieren por la vía de las influencias. Esto de ahora lleva una peligrosa carga de profundidad porque se trata de una estrategia para desestabilizar el gobierno. Una estrategia burda,  cierto: pedir salir a la calle en la comunidad autónoma más castigada por el contagio del Coronavirus es irresponsable e incívico, además de insolidario y ridículo. Pero ahí están y los adeptos crecen como la mala hierba, amenazando con ahogar al trigo.




CONFINAMIENTO: ¿Y DESPUÉS QUÉ?


CONFINAMIENTO: Y DESPUÉS ¿QUÉ?
Este virus atenta contra aquello que nos define de forma más primaria: somos, antes que seres humanos, animales gregarios. Y esta pandemia nos ha dejado sin greges, sin grupo: no podemos reunirnos, compartir, abrazarnos. Nos da miedo porque, como animales gregarios, no podemos no tocarnos.
Y después, ¿qué? Esta es la pregunta que hay en el interior de cada cabeza, una pregunta que se concentra básicamente en dos interrogantes: cuándo acabará y cómo acabará. Tenemos miedo a lo que vendrá, porque ignoramos casi por completo lo que pasará de aquí en adelante, si esta pandemia se irá para siempre o si tendremos rebrotes y sobre todo cómo afectará esta sacudida a nuestra existencia. En confinamiento, la vida se ralentiza, arrastra los pies girando en círculos en el interior de cada hogar. Buen momento para pensar.
Oigo decir: esto nos hará más fuertes, esto nos hará mejores, esto nos hará cambiar. Como si durante el confinamiento nos hubiera atravesado un rayo de luz que, como a San Pablo, nos hubiera hecho caer del caballo de nuestra cómoda vida occidental, como si en lugar de un confinamiento hubiéramos vivido una epifanía. Para cambiar hay que desear cambiar y hacerlo, hay que estar convencidos de que algo no iba bien y reflexionar sobre en qué medida somos parte del problema, hay que tomar conciencia y seguido de esa toma de conciencia, tomar decisiones y realizar cambios en nuestra vida cotidiana que no son fáciles. Nada de ello viene dado mágicamente por el paso de un periodo “recogidos en nuestras almas” (si es que alguien ha conseguido recogerse en su alma con todo ese ruido exterior: aplausos, caceroladas, cadenas de Facebook y WhatsApp, invitación a ver películas, museos, a escuchar conciertos, a leer libros…), a menos que dentro de nuestras almas hayamos encontrado las claves para cambiar. No nos cambia el confinamiento, eso es puro pensamiento mágico, cambiamos nosotros de forma consciente. Pensar que el confinamiento nos hará mejores es un placebo pueril para soportar la monotonía.
Corremos el peligro de caer en el pensamiento mágico. Pensamiento mágico es lo que hay en el fondo de la propuesta de un dirigente tan peligrosamente pueril como Trump de matar el virus con lejía o con una luz fuerte. Pensamiento mágico anida en los arcoíris acompañados del hashtag #todovaairbien. No es que debamos pensar que todo va a ir mal, ni mucho menos, es que debemos afrontar lo que nos espera con madurez, grandes dosis de madurez y realismo.
Durante la cuarentena hemos sido capaces de gestos sencillos, es verdad, y solidarios: reconocer la labor de los sanitarios aplaudiéndoles cada día, coser mascarillas para los demás, hacer la compra a vecinos ancianos... Pero junto a esto,  el confinamiento ha expuesto a la luz comportamientos vergonzosamente insolidarios: demandas de abandonar el edificio a personal sanitario o cajeras de supermercados, policía de balcones hostigando a personas que tenían que ir a trabajar o a pasear a criaturas con necesidades especiales, por no hablar de las actitudes casi de saqueo en supermercados o de la actitud política de acoso y derribo al gobierno. Durante el confinamiento hemos seguido siendo, mucho me temo, los mismos de siempre.
Hay algo que esta pandemia ha dejado abrumadoramente claro: nuestra interdependencia y nuestra vulnerabilidad como especie. Pero ¿Se ha producido una verdadera toma de conciencia o es esta evidencia un hashtag que compartir en redes y que se olvidará o pasará a segundo plano en breve tiempo? Me temo que es más lo segundo que lo primero. No hay una opción política estructurada que recoja la necesidad imperiosa de cambio profundo mientras que el neoliberalismo salvaje, ese que nos ha traído hasta aquí, está armado hasta los dientes de ganas de “normalidad” con todos sus mecanismos bien engrasados (turistificación masiva, agroindustria descontrolada, abuso de combustibles fósiles), potenciado por el miedo de la población a perder el trabajo. Normalidad que significa: olvidemos este mal trago y continuemos como si nada hubiera pasado, sigamos con la misma inercia que llevábamos. Sería una catástrofe mayor que la pandemia porque querría decir que no hemos aprendido nada, que la seria advertencia, que el ultimátum, que la naturaleza nos está dando ha sido ignorada y que ya no hay opciones. Ojalá que no sea así.



viernes, 8 de mayo de 2020

POR FAVOR, NO BEBAN LEJÍA

POR FAVOR, NO BEBAN LEJÍA

Esta es la última recomendación de los expertos norteamericanos. No es un chiste. Ojalá. Las ruedas de prensa de Trump están compitiendo en capacidad letal con el virus. El presidente de Estados Unidos ha especulado, más en serio que un infarto, sobre la opción de beber desinfectante para combatir el Coronavirus. Increíble pero cierto. Los expertos (y los vendedores de productos de limpieza) han tenido que salir al paso de esta temeridad: por favor, no beban lejía. El absurdo en su grado máximo. Tener que decirlo porque es imprescindible decirlo: quienes han decidido que este simio sea presidente de la nación pueden, ¿por qué no?, seguir su disparatada recomendación y empinarse la botella del cloro... ¿Que no son tan tontos?
Horas más tarde, según informa la cadena ABC, los centros de emergencias de estados como Maryland y Nueva York se colapsaban con llamadas alertando de intoxicaciones porque al personal le había dado por beber Míster Proper a morro. Así son los votantes de Trump, más tontos que una piedra. El temor de Facundo Cabral (le tengo miedo a los idiotas porque son muchos y pueden elegir a un presidente) hecho realidad.
Ah, y también ha dicho que por qué no probamos con un rayo ultravioleta muy fuerte; esa es la segunda opción por si la primera falla y aún no estamos curados. O muertos.
Bien. Frente a tamaño disparate ¿Ha rectificado el tío? Que poco lo conocéis... por supuesto que no.
¿Sabéis cuando nos pillan en una barbaridad y decimos "que no, hombre, que no, que era broma"? Pues eso ha hecho. Y asunto concluido. Hala, hasta la próxima.

PROSTITUCIÓN Y CONFINAMIENTO


PROSTITUCIÓN Y CONFINAMIENTO
Los puteros no renuncian al disfrute de la prostitución ni en tiempos de confinamiento. Esto no es porque exista en los hombres un impulso biológico inapelable que les imponga una necesidad de sexo contra la que la que no puedan resistirse, los pobres, como nos han vendido el patriarcado y la industria prostitucional. Esto es así porque creen tener un derecho, este sí, inapelable para ellos, de hacer uso del cuerpo de las mujeres y para cuya satisfacción existe la institución de la prostitución. Y este convencimiento no varía por mucha pandemia que amenace el contacto físico. Los puteros siguen haciendo uso de la prostitución poniendo en riesgo a las mujeres prostituidas, a sus familias y a sí mismos. Si la salud propia y la de todos cuantos les rodean les dan igual, cómo no les va a dar igual la situación, cualquiera que esta sea, de las mujeres obligadas por necesidad económica (en el mejor de los casos, en el peor esclavizadas) a satisfacer sus deseos sexuales a cambio de un precio. Es para el disfrute de estos sujetos para quienes una parte del feminismo defiende la pervivencia de la última de las esclavitudes: la prostitución. Para estos y para los proxenetas, claro, quienes con la regulación de la prostitución pasan de explotadores sexuales a honrados empresarios. Que no se nos olvide.
Si la situación de las mujeres prostituidas es grave en cualquier periodo, en este es sangrante. Dependen para comer de aquellos que las utilizan y las explotan: los puteros y los proxenetas. Se han cerrado prostíbulos (lo cual no significa que no estén funcionando de tapadillo) y se ha interrumpido la prostitución callejera, pero la prostitución en pisos se sigue practicando en mayor o  menor medida: los puteros cogen una bolsa de la compra y fingen ir al supermercado. En este escenario la desprotección que sufren las mujeres en el negocio prostitucional  es más patente que nunca; en el caso de las que sufren trata es aún peor porque, según apunta Mabel Lozano: “En este momento no hay pisos ni recursos para dar cabida a esas mujeres por parte de las organizaciones que las apoyan”.
La pandemia deja al descubierto las tripas del negocio y pone de manifiesto también las falacias que utilizan como coartada los defensores de la prostitución:
-          Es disfrute sexual: ¿disfrute sexual para quién? Solo para los puteros, como es evidente, los mismos a quienes les da igual ponerse en riesgo a ellos y a los demás en tiempos de confinamiento.
-          Empodera a las mujeres: ¿cómo las empodera? ¿qué empoderamiento hay en esta práctica que no se puede aplazar ni aún poniendo la salud en riesgo?
-          Se gana mucho dinero: si esto fuera verdad, ¿qué problema habría en suspenderla mientras dure el confinamiento, como sucede con otras actividades?
Hay colectivos en defensa de la prostitución que están haciendo llegar a las mujeres prostituidas una serie de consejos para evitar contagios por COVID-19: evitar besar a los clientes, ventilar la habitación, lavar con lejía pomos de puertas y juguetes sexuales, practicar la postura del perrito… eso es como mandar a alguien a la guerra con una espada de papel. Pero lo importante es que el negocio no pare, aunque hayan parado todos los negocios de carácter público que existen en el país, incluso teniendo en cuenta que ninguno requiere, como en este caso, el contacto físico directo piel con piel.
Hace unos días 98 organizaciones abolicionistas exigieron al Gobierno medidas urgentes para dotar a las mujeres prostituidas de medios en el contexto de esta pandemia (1): recursos para las mujeres prostituidas y renta básica; persecución y sanción a puteros y proxenetas; cierre total de los locales de explotación sexual y refugios seguros para las mujeres; inclusión de las mujeres prostituidas en las medidas contra la violencia machista.
El confinamiento deja meridianamente claro que la prostitución no es más que explotación de las mujeres, marginalidad, miseria, pobreza y por supuesto, enfermedad. El único destino de la prostitución debe ser su abolición.


OPOSICIÓN CANÍBAL


OPOSICIÓN CANÍBAL
La semana pasada reflexionaba en un artículo para este mismo medio sobre el comportamiento de la oposición en estos tiempos de crisis a todos los niveles,  desatada a partir del masivo contagio por Coronavirus. Hoy  me pregunto por qué el comportamiento de una parte de la oposición está siendo tan salvaje. Estamos teniendo una oposición caníbal y bien la podemos denominar así porque se alimenta de muertos, muertos de los que culpa al ejecutivo. Vox, sin ir más lejos, ha publicado en su cuenta de Twitter un fotomontaje  de la Gran Vía de Madrid repleta de ataúdes. No me he pasado con el título del artículo,  me he quedado corta.  Pocos muertos les deben parecer los que ha ocasionado ya este virus y quieren más. ¿Por  qué se han vuelto tan sanguinarios?,  es mucha violencia verbal incluso para ellos. Veamos.

La capacidad contagiosa de este virus ha puesto al descubierto nuestra interdependencia y nuestra vulnerabilidad y ha dejado claro que solo podemos vencer unidos. Esta crisis, con ramificaciones en todos los órdenes de la vida demuestra, para quien tuviera dudas, que Thatcher estaba equivocada cuando decía aquello de “there isn't such a thing as society”, negando con ello la existencia de la sociedad y admitiendo únicamente, como grupo social, a la familia. Ahora esta crisis manda un mensaje contundente a todos los neoliberales que siguieron y siguen su estela: sí que existe sociedad y sólo poniendo en valor toda su dimensión conseguiremos salir adelante. En cuanto surge un problema (el que nos tiene confinados en estos momentos, por ejemplo) se pone de manifiesto esta evidencia, evidencia que siempre hemos defendido las personas de izquierdas. El que sea capaz de poner en marcha políticas inspiradas en dicha evidencia liderará la próxima etapa política.
La policía ha informado del surgimiento de más de un millón y medio de cuentas creadas en las redes para manipular la información sobre la pandemia. Cómo no conectar este hecho con todos los disparates que estamos viendo circular en redes, alimentados por una extrema derecha enrabietada hasta el paroxismo: los think tanks conservadores tienen la máquina de generar mentiras a pleno rendimiento,  porque saben que no pueden ser ellos quienes lideren la próxima etapa política,  ellos, los partidarios del neoliberalismo,  de la sanidad privada  (imaginad en estos momentos…), de la individualidad por encima de todo, del darwinismo social.

Por eso están haciendo oposición caníbal,  porque sus posibilidades de recuperar el poder se alejan. Ellos carecen de las claves políticas necesarias para poder aportar soluciones, carecen de un discurso que les haga creíbles en este contexto. Son partidarios de un Estado  no intervencionista, del laissez-faire político, al servicio sólo de intereses privados, y sin embargo reclaman ahora (¡oh, milagro!) que sea ese Estado el que nos saque de este apuro, que dé ayudas a los empresarios y baje los impuestos, sí, simultáneamente porque total,  por pedir. Saben que es el momento de la comunidad, de lo social, que es terreno abonado para las políticas de izquierdas. Ahora está quedando clara la contradicción del relato neoliberal empezando por el disparate de reclamar un estado débil pero que al mismo tiempo resuelva los problemas cuando surgen. Precisamente nuestro problema ha sido la debilidad de un estado que liquidó sus industrias.  Imaginemos un país que mantuviera su propia industria  (la del automóvil, por ejemplo) y que tuviera las manos libres para reconvertirla y comenzar a fabricar material sanitario desde el minuto uno y comparemos este escenario con el disparate de  que un hospital plantee un ERTE (el Hospital de Molina, por no irnos muy lejos),  en plena crisis sanitaria: eso es el neoliberalismo.
Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, dice lo siguiente: "Se está demostrando el error fundamental del liberalismo y es que los mercados por sí solos no pueden manejar esta crisis, por eso estamos acudiendo al Gobierno". Este virus está cambiando muchas cosas, entre otras la propia percepción del mundo y la forma de hacer política.