lunes, 22 de junio de 2020

PONER EL CUERPO


PONER EL CUERPO

Hay una creciente falta de fisicidad en el modo en que vivimos en Occidente. Falta el cuerpo y faltan elementos físicos en multitud de órdenes de nuestra vida. Los niños y las niñas ya no juegan a juegos presenciales desde edades demasiado tempranas. Dedican horas y horas a las pantallas, horas que deberían dedicar a correr, a perseguirse, tocarse, pelearse. Hemos permitido en muchas ocasiones que pierdan incluso el contacto amable de un libro: las pantallas les ofrecen entretenimiento fácil e inmediato, sin necesidad de esfuerzo alguno. Error nuestro. Nosotros también estamos atravesados por esa lenta desaparición de lo físico en nuestra vida. Utilizamos con escasa frecuencia el dinero contante y sonante, lo cual no es bueno ni malo, solo un hecho. La música está almacenada en la web, al alcance de un click, ya nadie usa CDs y las nuevas generaciones no saben lo que es un disco de vinilo. Los libros se nos ofrecen en formato digital. Las amistades nos saludan desde pantallas parpadeantes. Las relaciones se establecen a distancia por medio de aplicaciones ad hoc. Las compras se realizan a través de internet, sin que nuestra presencia sea necesaria. Los trabajos se pueden realizar desde un ordenador. De hecho, cuanta menos corporeidad comporta un trabajo, mejor considerado está este.


Pero no dejamos de ser seres materiales, carne mortal, y esa materialidad requiere de cuidados. El peso de la fisicidad recae sobre las capas más bajas de la sociedad y sobre las personas inmigrantes. Son ellos quienes se ocupan de cultivar las verduras que nos comemos,  de construir las casas que nos dan refugio, de conducir los camiones  de reparto que nos traen a casa todo lo necesario, de cuidar a nuestros mayores y a nuestros niños porque los cuidados físicos son también una parte de esa fisicidad a la que hemos renunciado. Son los más pobres quienes soportan el peso de lo material. Los ricos y las clases medias ya no usan el cuerpo si no es para actividades placenteras. Paradójicamente (o no) los que soportan la fisicidad son además los peor considerados y peor pagados, cuando no perseguidos por el egoísmo, la insolidaridad y la xenofobia.
La falta de fisicidad en nuestras vidas se ha puesto de manifiesto en toda su extensión durante esta pandemia y nos ha ayudado a mantenernos encerrados y conectados con el mundo al mismo tiempo. Trabajar desde casa ha sido una opción que en muchísimos casos ha permitido que continuemos con nuestra actividad. Nuestro cuerpo sólo ha sido necesario ante la pantalla de un ordenador. Los niños y las niñas han recibido las tareas online, para que su formación no se viera interrumpida. Hemos accedido a conciertos, libros, películas, llamadas de teléfono en grupo, presencias virtuales, una abrumadora cantidad de información porque daba la sensación de que teníamos que aprovechar todo ese tiempo detenido y sacarle el mayor partido posible. El aburrimiento, el imprescindible aburrimiento, estaba mal visto y ha sido perseguido hasta el último rincón como si hubiera que sacar rendimiento a todo pues lo que no rinde es inútil y nos devalúa. Debido a esa presión social de lo “útil” apenas quedan  en nuestro interior habitaciones libres que puedan ser ocupadas por la reflexión y la calma y por supuesto, por el aburrimiento.
Todo lo que teníamos que hacer para detener la pandemia era quitar de en medio nuestro cuerpo y lo hemos hecho, más o menos bien. Pero para que nosotros quitemos el cuerpo, otras personas han tenido que ponerlo: repartidores, cajeras de supermercado, trabajadores de sectores esenciales, fuerzas de seguridad. Y personal sanitario, sobre todo el personal sanitario.  Con ellos ha pasado lo que pasa siempre: los que ponen el cuerpo son los que lo pierden. Lo hemos comprobado dolorosamente durante esta pandemia,  tantos enfermos y muertos entre el personal sanitario,  única barrera activa entre nosotros y la temida enfermedad.  Podemos decir sin exagerar algo casi litúrgico: han muerto por nosotros, han interpuesto sus cuerpos para proteger los nuestros. Es su profesión,  es verdad,  pero aún así... Espero que nadie piense que  pueden darse por pagados con los aplausos de las ocho pero por encima de todo espero que la ciudadanía se acuerde del personal sanitario y de lo imprescindible  que es una sanidad pública y universal a la hora de depositar el voto. Confío en que hayamos comprendido como sociedad que una sanidad fuerte y bien abastecida es garantía de protección y seguridad y lo será cada vez más de aquí en adelante, que los recortes en Sanidad de estos años han significado falta de medios durante la pandemia y en consecuencia muertes, muertes que  se podían haber evitado. Ojalá seamos capaces de comprender que los aplausos y el reconocimiento están bien pero que quien nos cuida precisa sobre todo de medios. Es imprescindible que se haga esta reflexión por nosotros y por nuestros sanitarios. Qué menos, ellos y ellas ponen el cuerpo.


https://www.eldiario.es/murcia/murcia_y_aparte/Poner-cuerpo-Murica-coronavirus_6_1031056933.html

domingo, 21 de junio de 2020

VIENTRES DE ALQUILER Y COVID-19


VIENTRES DE ALQUILER Y COVID-19
Creo que ya nadie puede poner en duda que vivimos en un mundo distópico, pero incluso en esta categoría hay niveles. Una cima distópica de esta pandemia la podemos encontrar en el centenar de bebés fruto de vientres de alquiler, almacenados en un hotel de Ucrania que quedaron a la espera de que remitiera la pandemia. Semejante espanto es difícil de asimilar: una entrega que se demora por circunstancias ajenas a las partes contratantes y con el resultado de cien recién nacidos atrapados en el limbo, hijos de nadie hasta que la transacción sea completada, carentes de todo vínculo emocional, planetariamente solos, almacenados en un hotel. Material con entrega diferida debido al Coronavirus. Esto es lo que sucede cuando el ser humano es reducido a mera mercancía.
Ucrania se ha convertido en uno de los destinos favoritos en Europa para quienes aspiran a satisfacer el deseo de proyectar al futuro su carga genética (recordemos que para ser padres existe la alternativa de adoptar). No es casualidad: Ucrania es el país más pobre de la Unión Europea, con un tercio de su población por debajo del umbral de la pobreza. Quienes defienden esta práctica siempre argumentan que las mujeres se prestan a ello de modo altruista: cómo es posible qué sólo a las mujeres pobres, a las más vulnerables, les dé por el altruismo (y cómo es posible que alguien pueda creerse esto). Las que no tienen nada entregando, por pura generosidad, su capacidad reproductiva que es, junto con la sexual, lo único que pueden ofrecer. El anterior sería el argumento buenista. En el argumento cínico se dice, como justificación, que es mejor alquilar el vientre que malvivir en la miseria. Pero resulta indecente e inhumano pretender justificar una práctica que consiste en recortar a las mujeres hasta dejarlas reducidas a un mero aparato reproductor.
Los bebés, varados en un hotel de Kiev hasta que sus surropapis puedan recogerlos, han nacido mediante gestación subrogada en una clínica llamada BIO Texcom, empresa que tiene en este momento la tutela de los menores y que es la más poderosa de este sector en Ucrania. Con ese nombre lo mismo podían vender uniformes de  trabajo que teléfonos móviles, pero no: cultivan recién nacidos en incubadoras humanas y luego los venden. La materia prima es la mujer, el producto es el bebé: una línea de producción muy rentable en que la mujer que se expone a esta práctica por pura falta de recursos, arriesgándose física y psicológicamente, no percibe en el mejor de los casos, ni un 5% del importe total de la transacción; el resto es beneficio para la empresa. Pocos negocios debe haber más rentables. La imagen que se aporta es reveladora de lo que al final no es más que fordismo aplicado a la reproducción humana, el capitalismo colonizando hasta lo más esencial.
Veinte de esos niños habían sido encargados por parejas españolas. Lo hicieron a pesar de que el Ministerio de Asuntos Exteriores desaconsejaba explícitamente acudir a Ucrania por falta de seguridad jurídica y sospechas de mala praxis médica. Ahora esas familias se quejan de que “los derechos del niño están en grave peligro” y que los bebés quedan “expuestos a la negligencia y al sufrimiento”. ¿No lo habían pensado antes? Utilizan a los niños como escudos para justificar la ilegalidad que han cometido puesto que en España esta práctica, afortunadamente, está prohibida. En la mezcla de deseo y poder adquisitivo no parece haber límites y en estos casos la legalidad suele ser un estorbo, no un impedimento.
Esto lo hemos sabido, podemos imaginar lo que no sabemos, qué extrañas formas adquirirá el hecho de que los recién nacidos sean tratados como objetos de compra-venta, por mucho que a esta transacción se le apliquen, para ocultar su naturaleza económica, eufemismos como maternidad subrogada o gestación sustituta. Un ejemplo extremo del horror que esto supone es el caso de Iryna, una madre de alquiler que fue hallada desangrada en un pequeño hotel, con un bebé muerto en la habitación y el otro (ya que había dos cordones) desaparecido. Esta práctica  atenta contra elementos esenciales que nos constituyen como seres humanos. Las mujeres son consideradas únicamente en función de su potencial extraíble: se consume lo que se puede aprovechar, el resto es material desechable; los recién nacidos son reducidos al producto de un deseo que se puede satisfacer crematísticamente. La mercantilización de la capacidad reproductiva de las mujeres es la última conquista del capitalismo.