lunes, 19 de abril de 2021

SOLO EL FEMINISMO CONTAGIA

 

 SOLO EL FEMINISMO CONTAGIA


Este 8M se esperaba con especial expectación por lo especial de las circunstancias con que se presentaba. El recuerdo de la vergonzosa culpabilización de las manifestaciones del 8M 2020 estaba ahí. La sombra de la recién superada y terrible tercera ola, derivada de la operación salvar la Navidad, también.

En 2020 las feministas fuimos acusadas de extender la pandemia en un momento histórico en el que todo el país estaba abierto y se circulaba libremente: partidos de fútbol a tutiplén, medios de transporte masivos y una hermosa primavera que invitaba a vernos y tocarnos, porque aún no sabíamos lo que se nos venía encima. Nadie, nadie lo sabía por mucho Capitán Aposteriori que salga ahora a hacerse el profeta de hechos consumados. En 2021 Las feministas hemos sido acusadas del mismo delito antes de cometerlo. En medio ha habido conciertos multitudinarios, celebraciones futboleras, manifestaciones negacionistas, manifestaciones cayetanas en las que, por lo visto, el potencial contagiador no debía ser tan elevado como en las manifestaciones feministas, y todo era pura e inocua libertad de expresión.  Y claro, una se pregunta que a ver si el problema no va a ser la manifestación sino lo poco que le gusta a un sector de la sociedad ver mujeres en la calle reivindicando sus derechos.

Madrid, que no prohibió las manis negacionistas, ni las de Vox, ni el acto antisemita en honor a la División Azul (donde vimos hacer su debut a la única y genuina feminazi), prohibió las manifestaciones feministas.

Las reivindicaciones feministas han tratado de silenciarse también destrozando diversos murales dedicados a mujeres en varias ciudades de España. Los vándalos han borrado las caras con pintura y han pintado esvásticas sobre los rostros de las mujeres (pero no les llames nazis, que se ofenden). Es un ejemplo muy válido de la violencia simbólica que sufrimos las mujeres en general y el movimiento feminista en particular. A ver si lo que les pone nerviosos no son las manifestaciones sino la lucha por la igualdad.

En Murcia, el 8M amaneció con un cartel colgado en el río por tres hombres que decía: soy mujer y el 8M no me representa. Claro que no os representa: sois tíos que queréis seguir disfrutando de los privilegios que os otorga el machismo, imposible que el 8M os represente, y por eso queréis borrarlo. No vais a poder.


Pero este 8M por responsabilidad después de un año de pandemia y de miles de muertes, la mayoría de las feministas nos manifestamos desde los balcones, desde la prensa, desde las redes. Un pequeño grupo salió a la calle de forma ordenada.

Como este 2021 está teniendo unos giros de guión que cualquiera diría que está aprendiendo de Netflix, el día 10 de marzo se anuncia moción de censura contra el gobierno conservador y acto seguido Vox junta en la plaza del Cardenal Belluga a la Legión, a los Tercios de Flandes, a don Pelayo, a Roberto Alcázar, a Pedrín, al elenco entero de la película “Raza”, al Cid y a Babieca. Apelotonados, sin medidas higiénicas, sin distancia de seguridad, sin vergüenza.


Estos, sí, los mismos que van por ahí dando lecciones de prudencia pandémica; estos, los que estaban montando un cadalso en plaza pública donde ejecutar a las feministas por el delito que aún no habían cometido.

Posteriormente y merced al mercadeo de tres diputados de CS, la moción de censura ha quedado en nada, solo fue emoción de censura* por lo mucho que nos ilusionó. 2021 nos está mandando un mensaje: no adelantéis acontecimientos que esta serie va a dar más sustos que El Resplandor.

Pero queda para los anales de la historia y para los manuales de psicología la esquizofrenia de nuestras autoridades y de una parte de la opinión pública para la que cualquier manifestación es válida salvo si es feminista, que es la que contagia.

 

 

 

 

*Emoción de censura: gracias a Luisa Guinea, inventora de palabras.

 

 

 

 

 




 

 

EL NEO FASCISMO Y LA MENTIRA

 EL NEO FASCISMO Y LA MENTIRA

El neo fascismo crece y se afianza en España. Tanta soltura ha cogido que Ayuso dice sin sonrojo que, “cuando te llaman fascista es que estás del lado bueno de la historia”. Tan afianzado que en Murcia el PP les ha ofrecido Cultura y Educación, ¿para que se eduquen ellos? No, ojalá: para que ellos nos eduquen a nosotros.

Cabe preguntarse cómo es posible que una ideología que devastó Europa hace poco más de setenta años, haya podido entrar en el discurso de una sociedad democrática. Una de las claves de esa penetración es la mentira.

Y es que el neo fascismo nos arrastra al territorio donde es más fuerte: la mentira. Ahí los demócratas jugamos a la defensiva, estamos en su campo,  ellos juegan en casa. El ritmo del debate, por tanto, lo marca la mentira que, dicho sea de paso, no surge por generación espontánea. La mentira es creada, alimentada con mimo, cultivada como se cultiva un virus letal en un laboratorio.  Hay think tanks de expertos creadores generando noticias falsas a nivel industrial. Así ocurrió en las campañas de Bolsonaro y de Trump, con Steve Bannon actuando como maestro de ceremonias, el mismo que asesoró a Salvini y a Orbán, el mismo que en nuestro país aleccionó a Vox.

El desgaste que provocan las mentiras es agotador (y con ello cuentan sus creadores),  causa un hastío infinito debatir con tontos convencidos por mentirosos, armados hasta los dientes de fake news, que, con mucha frecuencia, cuando ven amenazada su posición se pasan al insulto. Faltan fuerzas para responder a los disparates que se comparten en grupos de WhatsApp poco filtrados. No podemos combatir con las mismas armas porque cuesta mucho trabajo descender a  niveles dialécticos que la mayoría de nosotros abandonamos a los diez o doce años. 

Vivimos tiempos de súper abundancia de algo que es una caricatura de la información: una mezcla entre el entretenimiento, la noticia, el panfleto y la calumnia, como lo es parte del contenido que circula por redes: las fake news corren por las venas de Twitter, Facebook, Whatsapp, TikTok,… donde contrastar una noticia o una información es de pringados (tú retuitea y si es mentira, a ti qué, te lo ha mandado tu cuñao, que es un cachondo). Pero el peso de lo dicho o escrito queda y con esa falsa información, se vota. La generación masiva de mentiras tiene un segundo efecto: cuando todo es susceptible de ser mentira, los seres humanos se refugian en sus convicciones más primarias y siguen a ciegas a aquellos que son capaces de alimentar una identidad sin fracturas y esta, junto con la capacidad de generar mentiras, es la especialidad de los partidos más conservadores. El machismo y el nacionalismo  son potentes anclajes identitarios: que nadie tenga duda de que soy un macho, que nadie tenga duda de que soy español (o italiano o húngaro), que nadie tenga duda de que me gustan los toros, las mujeres y el vino. Todo ello se puede resumir en un símbolo tan sencillo como una bandera, que colgada en una ventana es una poderosísima declaración identitaria. Todo lo que queda por fuera de estas convicciones básicas resulta amenazante: 

La homosexualidad es amenazante, da igual que les argumentes que nadie obliga ni enseña a ser homosexual, da igual porque la sola existencia de una opción sexual no normativa les ofende ya que  amenaza su concepción de un mundo monolítico. 

Los refugiados son amenazantes, por encima de la evidencia de que son seres humanos desplazados, viviendo en la exclusión, viviendo en el vacío; por encima de la pregunta más sencilla: ¿cómo pude el más débil resultar una amenaza?;  por encima del propio sentimiento de compasión, está la mentira. 

Las mujeres, en su demanda de igualdad, son amenazantes porque cuestionan la identidad de macho dominante, sobre la que está edificado todo un ideario que arrastramos desde la noche de los tiempos y que se llama patriarcado, pieza indisoluble del fascismo.

El sentimiento de otra patria que no sea la patria asignada por la tradición, resulta amenazante; el uso de otro idioma que no sea el mayoritario, una ofensa.

En esa angustia por reclamar un mundo sólido e inmóvil  llegan a negar el desastre ecológico que se cierne sobre el planeta, y con esta negación se alimenta el incendio que amenaza con arrasarlo todo.

La mentira, sus creadores lo saben, se alimenta de los miedos de la población.

Recojo las palabras de Theodor Kallifatides en una de sus últimas entrevistas: “Esta es la única defensa que tenemos frente al fanatismo. Hacer preguntas y dudar”.  En efecto, frente a un sentimiento identitario monolítico, frente al fanatismo, frente al fascismo, la única salida es dudar y preguntar, tal y como afirma Kallifatides, para acabar desvelando la mentira que sostiene al caos. La mentira favorece el avance de fuerzas reaccionarias, la mentira es fascista.