jueves, 23 de agosto de 2018

FRATERNIDAD Y BUENISMO


FRATERNIDAD Y BUENISMO

Quienes escupen por un colmillo de términos como fraternidad y solidaridad, suelen comenzar su relato con un “yo no soy racista, pero”, frase que en realidad quiere decir “soy más racista que Trump, pero quiero que tú pienses que no lo soy”, como si tú te hubieras caído de un guindo y no supieras reconocer a un racista cuando lo tienes delante. Siguiendo al filósofo Slavoj Žižek , esta autodefinición del yo interior como de “no racista (pero)” carece por completo de interés porque lo importante es lo que haces, lo que haces te define, y tú eres un racista pues te comportas como tal; lo que digas para justificarte no le interesa a nadie. Quienes se autodefinen como racistas con este oxímoron, nos quieren dar lecciones a los que jamás comenzaríamos una frase con un “yo no soy racista, pero”, lecciones que consisten en hacernos saber que somos muy tontos en nuestra pretensión de luchar por un mundo más justo y solidario, somos muy tontos al querer que desaparezca la xenofobia, somos muy tontos pero pretenden que no nos enteremos de que nos están llamando tontos y nos acusan de buenismo. De hecho, el buenismo se llama buenismo por no llamarse tontismo.

Tratan con ello de generar una mistificación entre fraternidad y buenismo.  Mientras la fraternidad, uno de los tres principios emanados de la Revolución Francesa, alude a un sentimiento elevado y maduro, el buenismo nos habla de un comportamiento blando e infantiloide frente a la maldad intrínseca del mundo. Por resumir rápidamente, las personas solidarias, según este relato, somos el tonto del pueblo invitando a comer a sinvergüenzas venidos de fuera.

Pretenden además darnos lecciones de lo que ellos llaman “realidad”. Sin embargo lo cierto es que esa realidad a la que aluden los racistas está sólidamente fundamentada en mentiras podridas:
-       La acogida de inmigrantes hace que se produzca un efecto llamada: los refugiados no responden a un anuncio para hacer turismo por Europa, salen huyendo de un país en guerra, de una situación de hambre, de la persecución política. Efecto llamada es lo de los ingleses en Salou o en Magaluf, con su balconing y su todo. Poner tu vida en riesgo para alejarte de un peligro mayor es huir, no responder a una llamada.
-       Vienen a quitarnos los trabajos: no nos quitan ningún trabajo, vender gorras o bolsos sobre una manta no es trabajo, es supervivencia; arrancar lechugas a céntimo la pieza no es trabajo, es explotación. No nos quitan el trabajo, es mentira. El capitalismo elige los colectivos a los que explotar, por eso las marroquíes que cogen fresa en Huelva y que recientemente han denunciado condiciones miserables y abusos sexuales, no les quitan el trabajo a las onubenses. Ninguna onubense recogería fresa a ese precio. El problema aquí no es el explotado, es el explotador. Citando a Malcolm X: "Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido".
-       Cobran ayudas sociales que se debían estar dedicando a nuestros ancianos/parados/excluidos: esto es sencillamente falso y no se me ocurre qué argumentar para decir que es falso salvo que es palmariamente falso. La propia Cruz Roja ha emitido un decálogo (https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10213628158351814&set=a.1251597403598&type=3) con las mentiras más frecuentes sobre refugiados e inmigrantes negando cada uno de los bulos que corren por ahí y que ahora son también alimentados por políticos como Casado o Rivera, que están luchando por llevarse la palma del racismo a su campo y que de momento están en empate técnico.

Quienes apoyan este argumentario suelen olvidar que los extranjeros no documentados suelen terminar en CIEs, auténticas cárceles encubiertas, donde se paga el delito de ser extranjero pobre. También olvidan las devoluciones en caliente, las vallas de concertina, las muertes en el Mediterráneo, triste tumba de África, los menores no acompañados y tantas y tantas situaciones extremas de quienes huyen del hambre y de la muerte.

En esta ola de racismo que recorre Europa, se está recibiendo a los refugiados como residuos sociales, ni siquiera como ganado, porque el ganado tiene un valor, los refugiados no. Acompañando a este comportamiento, encontramos que los principios regidores de una sociedad civilizada son atacados frontalmente. A quienes luchamos contra el racismo se nos acusa de “buenistas”, intentando devaluar un concepto imprescindible para la vida en sociedad como lo es el de fraternidad. En ese mismo sentido, en Francia existe lo que se llama “delito de solidaridad”. El delito de solidaridad, que ofende toda sensibilidad humana, convierte al migrante en enemigo y a la ciudadanía receptora, en fuerza de choque frente a ese supuesto ataque. Ese delito de solidaridad prevé multas de 30.000 euros y cinco años de cárcel a quienes apoyen y ayuden a personas en situación irregular. Gracias a la lucha del agricultor Cédric Herrou (que había sido condenado por la Cour d’Aix en Provence) y otras personas que han dado apoyo a numerosos migrantes en la frontera francoitaliana, se ha logrado abolir esa ley infame. Y se ha abolido basándose en un principio superior: el principio revolucionario de fraternidad. Es esperanzador ver cómo, en el contexto de unos estados, que nos conminan a ser inhumanos e insolidarios, se ha recuperado el viejo principio republicano. La fraternidad, imprescindible para vivir en sociedad, nos hace más humanos. Decidme, si no, en qué nos convertiría observar impasibles el dolor y la muerte de otros seres humanos.  La fraternidad nos salva de la barbarie.


sábado, 11 de agosto de 2018

LOS HIJOS DE JUANA RIVAS

LOS HIJOS DE JUANA RIVAS

La sentencia condenatoria contra Juana Rivas, que no ha tenido en cuenta los antecedentes de violencia doméstica, tiene todo el aspecto de ser una condena más que ejemplar, ejemplarizante. Esto es, quiere ser un aviso a navegantes, o más bien a navegantas. Es una advertencia para todas de que si se desobedece la ley, aunque sea en defensa propia, hay ciertos jueces a quienes no les va a temblar la mano a la hora de impartir su particular visión de la justicia. Va, en cierto modo, en el mismo sentido que la decisión judicial de excarcelar a La Manada. A los jueces no les ha parecido tan grave que cinco hombres violen a una chica de dieciocho años (están en la calle y en este corto lapso uno de ellos intentó sacarse un pasaporte, otro ha sido detenido por robo y violencia) como que una mujer maltratada huya de su maltratador, llevándose a sus hijos. El patriarcado nos está haciendo una demostración, vía judicial, de quién lleva aquí los pantalones.  Es un tour de force, un pulso, un puñetazo sobre la mesa. La sacudida que supuso la masiva manifestación del ocho de marzo de este año es respondida de este y otros modos por el machismo imperante. No en vano la judicatura es un órgano eminentemente masculino que se emplea a fondo en seguir siéndolo. Echad un vistazo a la foto de la apertura de cualquier año judicial: ni una mujer.
Las leyes no están esculpidas en piedra ni los jueces son Moisés descendiendo del monte Sinaí. La ley tiene un margen de interpretación que permite a los jueces expresar su carácter, su opinión y, por supuesto, su posicionamiento político. No nos debe caber ninguna duda a este respecto. En los casos de estas sentencias, la judicatura deja claro cuál es su postura en relación a la igualdad entre sexos en general y a la violencia de género en particular. Para ello, no tienen reparo en pasar por encima del bienestar de dos niños. Hay una forma de maltrato hacia la mujer que consiste en dañar a sus hijos. Hemos visto en muchas, demasiadas ocasiones, cómo el padre mata a los niños en venganza contra la madre. Los casos son muy numerosos, de entre ellos el caso Bretón fue, quizás por su crueldad, el más mediático. Los hijos de Juana Rivas no han sido tenidos en cuenta a la hora de emitir está sentencia más que para hacer la condena aún más dolorosa a la madre. Estas son palabras de la Asociación de Mujeres Juezas: "Partiendo del absoluto respeto a todas las decisiones judiciales, la gravedad y trascendencia de las penas impuestas resulta evidente, pues con ellas no se condena solo a la acusada, sino a dos hijos a perder el vínculo con su madre, a pesar de que todos los informes de especialistas, incluido aquél en el que se apoya la sentencia, confirman  una relación  positiva y vinculante entre los menores y su progenitora"(*).
La justicia procede del pueblo, no emana de un dios del Antiguo Testamento ni es administrada por un patriarca bíblico (aunque muchas veces así lo parezca), por eso la gente opina ante determinadas sentencias que ofenden todo sentido de justicia y equidad. Una parte de la judicatura se queja de que se emitan juicios de valor sobre sus decisiones. Este titular salió en prensa hace unas semanas: "750 jueces firmaron un manifiesto hace pocas fechas en las que manifestaban sentirse presionados porque la sociedad y los políticos opinaban sobre las sentencias”. Pues claro que opinamos, cómo no vamos a opinar sobre una justicia con una balanza que, lejos de ser imparcial, tiene un juego de pesas trucado. Una cosa es respetar las decisiones judiciales, que de hecho se respetan, de lo contrario la gente se estaría amotinando, y otra muy distinta comulgar con ellas. Con estas expresiones de malestar no se pretende cambiar las decisiones judiciales, lo que se persigue es cambiar las leyes, pues sabemos que las leyes no se cambian sin presión social. Hay sentencias frente a las que no se puede una quedar callada. Esta es una de ellas.


(*) Os invito a leer el artículo completo: http://www.mujeresjuezas.es/2018/07/27/sobre-la-condena-penal-a-juana-rivas-esta-es-nuestra-opinion/