miércoles, 2 de agosto de 2017

¿A DÓNDE VAMOS?

¿A DÓNDE VAMOS?

La pregunta tiene más años que el Sol, sé que no estoy siendo nada original, pero qué queréis que os diga, hoy me hago yo esa pregunta. Disculpad por el tono depresivo: será el calor.

Pienso estos días en esta sociedad nuestra en la que se plantea seriamente el debate de si es pertinente que se utilice a mujeres pobres como proveedoras de cuerpos donde depositar la semilla de occidente, mujeres pobres utilizadas como meras incubadoras con la coartada de la libertad personal, esa libertad de la que ellas mismas carecen por su situación de indefensión extrema. Cuando se habla de libertad en este contexto suena a broma macabra. Duele escuchar a personas de izquierdas (o zurdas, yo qué sé ya…) defender esta práctica que atenta contra el más elemental de los derechos humanos.

Pienso en esta sociedad nuestra a la que no parece importarle lo más mínimo la suerte de miles de personas migrantes que mueren en su intento de llegar a Occidente huyendo de guerras y hambrunas o, en el mejor de los casos, malviven en campos de refugiados en una espera sin fin. Y pienso, como ya he dicho en otras ocasiones, en qué nos convierte como sociedad, esa indiferencia (cuando no rechazo) frente a tanto dolor. Qué somos nosotros, los que contemplamos el sufrimiento sin inmutarnos.

Pienso en tantos jóvenes que, aunque tengan la suerte de trabajar lo hacen tan en precario que no pueden dejar la casa de los padres para independizarse. Y pienso en esos padres y abuelos que sostienen al grupo familiar. La cifra del paro ha bajado, sí, pero un noventa por ciento de los trabajos generados son temporales, lo cual, por definición, indica que carecen de la seguridad necesaria para iniciar un proyecto de vida. Y sin sonrojo ninguno se ha planteado el debate de si los jóvenes deben cobrar por su trabajo de becarios (trabajo que en ocasiones se alarga años) porque a eso se le llama “ganar experiencia”. Los derechos laborales están siendo literalmente machacados en este proceso acelerado de desregulación del mercado laboral, pero la precariedad (de la que empezamos a sospechar que no es el tránsito sino el destino) no es el mejor escenario para reflexionar en otro tipo de sociedad ya que se ha de atender primero a lo urgente, que es vivir. La precarización cumple una función doble: explotar  a los trabajadores y al mismo tiempo anular su capacidad de reacción.

Y bajando a temas concretos, pienso en la declaración de esta semana del presidente del gobierno por el caso Gürtel, la mayor trama de corrupción de la democracia. Aunque los testigos, por ley, deben sentarse frente al tribunal y en un escalón por debajo de éste, Rajoy se ha sentado al mismo nivel y a la derecha del tribunal, al igual que los justos se sientan a la diestra de Dios Padre. Sé, sabemos, que esta escenificación no es inocente, nada lo es, tampoco el presidente y menos cuando necesita de estos subterfugios. El presidente del tribunal se ha mostrado todo el tiempo tan complaciente con el testigo como agresivo con la acusación, dinamitando todo asomo de imparcialidad y haciendo bueno el dicho ese de que todos somos iguales ante la ley, pero unos más iguales que otros. Mientras tanto una ciudadanía anestesiada ronca una siesta de años. Cómo podemos tragar con tanto. Hacia dónde nos conduce tanta corrupción sostenida por tanta apatía.


Todo esto me hace plantearme seriamente el tipo de sociedad que estamos creando porque nada de lo anterior cae en vacío y el futuro nuestro lo estamos generando, por acción u omisión, cada día.

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