viernes, 2 de agosto de 2019

FASCISMO MEDIOAMBIENTAL


FASCISMO MEDIOAMBIENTAL

La relación del capitalismo con la naturaleza se puede calificar como de fascismo medioambiental pues está basada en superioridad, dominio, abuso e indiferencia. El fascismo excluye de la categoría humana e incluso del derecho a la vida a todo aquello que no esté sometido a su hegemonía. El capitalismo convierte a las personas en mercancía y a la naturaleza en recursos, reduciendo lo humano a comerciable y lo natural a mero stock.

Las medidas que Bolsonaro está anunciando con respecto a la Amazonía, que se resumen en entregarla amordazada y maniatada al agronegocio y que ponen en peligro la gran reserva ecológica del planeta, son una auténtica aberración y dan cuenta de ese fascismo medioambiental del que hablamos. Y no solo medioambiental: varias decenas de millones de personas viven en las selvas amazónicas y una vez que se acabe con su medio natural, morirán, con la complicidad de los casi cincuenta millones de brasileños que le han votado y ante la indiferencia total de la comunidad internacional. Para esta concepción del mundo, lo que no es recurso es desecho y los indígenas son percibidos como un elemento más de la naturaleza (casi como no humanos), pero no un recurso. Si a ellos sumamos que son considerados como un “obstáculo para el progreso”, el futuro de estas comunidades está prácticamente sentenciado.
Aquí en España, me cuenta un amigo la noticia de que en Valencia cuatrocientas mil toneladas de naranjas han sido destruidas (porque su venta se había depreciado con respecto a la importación) con lo que ello supone de desastre ecológico, de extractivismo puro. Toda el agua y todos los recursos dedicados al cultivo de esa enorme cifra de cítricos, tirados a la basura, sin tener en cuenta que el agua no es patrimonio solo de los agricultores sino de todos los seres vivos. El actual sistema económico es insostenible e incompatible con la vida. 
La carrera enloquecida para acabar con el planeta es fascismo medioambiental y el sistema nos convierte en cómplices. Todos somos al mismo tiempo explotados y explotadores, todos somos, de algún modo, unos fascistas medioambientales involuntarios. He tirado a la basura un par de calcetines de mi hija pequeña porque tenían sendos agujeros en el dedo gordo, ¿Para qué molestarme en coserlos si cuesta dos euros el pack de cinco pares? Pero, ¿en qué me convierte esta decisión intrascendente, una de tantas que tomo a diario? Me convierte en una depredadora medioambiental. Todas y cada una de las decisiones que tomamos, cuentan.
¿Cuál es la diferencia entre la destrucción de la Amazonía, la destrucción de las naranjas y yo tirando los calcetines rotos a la basura?: el volumen del desastre. Esa es la única diferencia porque el principio es el mismo: extraer para destruir, como si la Tierra fuera eterna y los recursos ilimitados.
El capitalismo nos contamina y decide nuestros comportamientos. Pero no es una predestinación, podemos escribir nuestro futuro, somos libres, debemos decidir cómo es la sociedad que queremos. Lo que hacemos y dejamos de hacer cuenta porque siempre podemos hacer algo distinto. Por supuesto, todo pasa  por someter nuestras acciones a un mínimo de reflexividad, pero sabiendo de antemano que nada es sin esfuerzo. No hace falta ser un experto para comprender que el tipo de economía  extractivista en la que nos desenvolvemos y contra la cual no hay modo fácil de luchar, acabará con el mundo y que traerá durante ese proceso un enorme sufrimiento a masas ingentes de seres humanos. Si cada uno de los casi siete mil millones de habitantes de la Tierra tirara a la basura un par de calcetines agujereados, ni siquiera este planeta que parece inagotable lo resistiría, pero este sistema produce países exportadores de materias primas y trabajo humano low cost y países acaparadores de recursos y consumidores de trabajo casi esclavo.

Nos comportamos como si nuestro mundo fuera de usar y tirar, sin ser conscientes de que no tiene recambio. El capitalismo salvaje acabará con el planeta si no le ponemos freno, porque lo peor de este sistema no es que sea desigual e injusto: lo peor y más amenazante es que es irracional.



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