lunes, 31 de mayo de 2021

MADRID HA PEDIDO UN DESEO

 MADRID HA PEDIDO UN DESEO


Ser de derechas es muy fácil. Un político de derechas puede salir a decir (y así lo han hecho en numerosas ocasiones): yo he venido a la política a forrarme. Y sus correligionarios le aplaudirán. Muy bien, machote, yo también haría lo mismo. Fórrate mucho, que algo me tocará. Sin pensar que ese forramiento es a costa del bolsillo del propio correligionario, no sé de dónde se pensaran que sale la pasta... Si un político de izquierdas desliza siquiera algo remotamente parecido será lapidado en plaza pública. Y con razón, solo que, para que tengamos una vida política mínimamente sana, el de derechas merecería lapidamiento y no aplauso. Del discurso de izquierdas se desprende no solo un proyecto político sino también siempre una cierta moral, un ejemplo, un modelo. En el de derechas ya no y cada vez menos. Cada vez van más a cara descubierta, potenciando un neoliberalismo donde cabe todo, donde todos los deseos son susceptibles de ser satisfechos, caiga quien caiga. La satisfacción del deseo individual es la máxima prioridad. No la estabilidad, ni el futuro, ni la sostenibilidad del planeta, ni la salud de la ciudadanía, ni el bien común: el santo grial neoliberal es la satisfacción de los deseos individuales. Se ha abandonado en la derecha una moral encarnada en lo religioso, de la que ya solo queda una cáscara vacía sustanciada en Semana Santa, Navidad y bodas, para adoptar algo aún más perverso (por perverso que nos pareciera lo religioso): el todo vale, no hay freno, no hay moral. No existe el otro y no existe la sociedad (tal y como predicaba Thatcher, there isn’t such a thing as society), solo existe el votante y sus deseos, el comprador y sus deseos, el individuo y sus deseos. Una carrera hacia el abismo en un mundo finito.

¿Qué les ha dado Ayuso a sus votantes en Madrid, lo que precisaba el escenario en materia de salud?  Pues no, les ha dado justo lo que querían, lo que deseaban por encima de todo: bares abiertos para seguir trabajando (esto es clave) y para seguir consumiendo, para alimentar una fantasía de vuelta a la normalidad que con el agotamiento de un año largo de pandemia se ha convertido en el sueño de cada votante. ¿Era lo que convenía a la comunidad? Es evidente que no: índices de mortalidad por las nubes, tasas de contagio disparadas y  el ejemplo de otros presidentes autonómicos del PP haciendo en condiciones los deberes pandémicos. Pero ella no, ella ha hecho alarde de irresponsabilidad y le ha salido a cuenta. No ha habido evento, corrida de toros, concierto al que no se haya dado el visto bueno. Menos a las manis del 8 de marzo, porque como todo el mundo sabe, sólo el feminismo contagia. Ha sido capaz de reeditar Magaluf y Salou en Madrid. Los mismos franceses que no podían festejar en su país merced a la prudencia pandémica de sus autoridades sanitarias, se venían en manada a Madrid a ponerse hasta el cogote de visitar museos… del vino. Si yo les doy a mis hijos pizza todos días y les dejo el wifi abierto 24 horas, me votarán madre del año para siempre. Pero no es lo que les conviene. Es una medida cortoplacista e irresponsable, que unida al pulso sin precedentes que le ha echado al gobierno central la ha dejado a las puertas de la mayoría absoluta, bloqueando el crecimiento de Vox porque ella lo es todo, ultraderechista también. No le falta un perejil a la señora.  

Y yo no veo un votante idiota, veo un votante no politizado que vota como quien echa una moneda a un pozo y pide un deseo. Y el deseo es que se acabe la pandemia. Lo malo es que no existe evidencia científica de que los pozos devuelvan deseos y es bastante probable que su imprudencia y su irresponsabilidad, tanto del PP madrileño como de sus votantes, terminemos pagándola todos.


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