lunes, 1 de noviembre de 2021

EL PEOR PAÍS PARA NACER MUJER

 EL PEOR PAÍS PARA NACER MUJER

Las mujeres afganas no tienen presente. Para sus padres, hermanos, maridos, para los hombres con los que conviven, para sus conciudadanos, para sus gobernantes, ellas no son enteramente humanas, son solo parte del patrimonio como los muebles, como el fusil, como el ganado. Quizás menos que el ganado. La libertad de acción de las mujeres será la misma que la del rebaño de ovejas, solo que las mujeres siempre serán susceptibles de ser culpables de algo. Siempre merecerán la bofetada, la paliza, la mutilación, la lapidación. Cómo es posible tanto odio, nos preguntamos. Pero no por parte del enemigo sino por parte de los más cercanos, por parte de los hombres de su familia. ¿Cómo se establecerán los afectos? ¿Cómo amará la hija al padre, la hermana al hermano,  la esposa al esposo? ¿Qué clase de afecto, si se da, será ese? ¿Cómo será la vida de un ser humano cuyo único destino es la prisión doméstica y la obediencia? Al menos el ganado podrá ver los paisajes libremente y no a través de una espesa malla de vainica.

Las mujeres afganas no tienen futuro. Las que hayan aprendido a vivir sometidas tendrán una vida miserable. Las que no estén acostumbradas al sometimiento total o hayan conocido otra vida (periodistas, profesoras, profesionales de todo tipo) tendrán una vida miserable e infernal, si es posible llamar vida a esa existencia.

No es que no tengan futuro, es que el futuro que les espera es un martirio. Se quedarán embarazadas, parirán y sabrán que si nace una niña ella también tendrá una vida como la suya, sabrán que han traído al mundo a una criatura destinada solo al encierro y a la obediencia ciega, en el mejor de los casos. Y si tienen un hijo sabrán que han parido un carcelero, en el mejor de los casos también.

Gracias a las neuronas espejo somos capaces de sentir lo que siente otra persona y ahora nos ahogamos todas bajo un burka imaginario. Nos espantamos de este cuento de la criada en versión horror movie que tiene lugar a las puertas de occidente. Imaginamos que ya a estas alturas todo el mundo será capaz de reconocer el patrón: este modelo salvaje de comportamiento contra las mujeres es la versión más extrema del patriarcado. 

Las mujeres afganas ha sido moneda de cambio en las distintas guerras que se han desarrollado en ese territorio desde hace décadas, en las que EEUU las ha utilizado como coartada y el gobierno afgano como rehenes. El gobierno americano, necesitado de una fuente segura de combustible utilizó a las mujeres como excusa para llevar a cabo una intervención militar en la zona para, seguidamente, transaccionar con el wahabismo (una de las versiones más integrista del Islam) como si estas no existieran. Se trata de la alianza patriarcado y capital en toda su extensión.

Porque lo cierto es que a nadie le importan las mujeres: ni a los talibanes para quienes la brutal discriminación de ellas se convirtió en un elemento de resistencia a los gobiernos occidentales, ni a la administración estadounidense como demuestra esta retirada a uña de caballo tras dejar un país devastado, ni a occidente que hasta ahora no había permitido la entrada de refugiadas afganas.

A miles de kilómetros de distancia, en la lejana Texas se ha prohibido el aborto en todos los supuestos, una ley tan retrógrada que ni siquiera contempla excepciones en casos de violación o incesto, con una persecución de las mujeres que nos asombra y, de nuevo, nos espanta. Nos preguntamos qué tienen en común lugares tan lejanos entre sí y de culturas tan distintas. Lo que tienen en común es un sistema milenario que privilegia a los hombres y discrimina a las mujeres y que se llama patriarcado. Afganistán es la trágica evidencia de que mientras este sistema no caiga estaremos siempre a un paso de volver al pasado. 



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