viernes, 7 de abril de 2023

¿QUÉ DERECHO?

¿QUÉ DERECHO? 

Las agencias que ofrecen el servicio de gestación mediante vientres de alquiler aluden al derecho a la procreación. Pero el deseo de procrear no es ni ha sido nunca un derecho. Y desde luego, el deseo de procrear de las personas occidentales con alto poder económico no puede convertirse en derecho por vía económica frente al derecho al propio cuerpo (esta vez sí, derecho) de las mujeres pobres. En el debate sobre vientres de alquiler comprobamos cómo el poder adquisitivo despoja a unas personas de un derecho genuino para dárselo de forma espuria a otras. El neoliberalismo pretende convertir en derecho todo aquello que el dinero pueda pagar y considera legítimo comprar y vender cuerpos de personas. ¿Qué cuerpos? Los de las mujeres, claro, que es la parte de la población más precarizada económicamente. Se pone el foco sobre la ansiedad de esas pobres parejas que no pueden gestar, sobre su sufrimiento al no poder formar una familia, se recuerda lo esperados y lo amados que serán esos bebés (como concluye el frívolo artículo de Rosa Montero en El Paísdel pasado 7 de mayo). Pero igual se podría haber puesto el foco sobre el sufrimiento de las personas que están esperando un riñón o una córnea o un hígado. Si seguimos esta lógica de compra-venta neta, estaremos de acuerdo en que estas personas verían acortado su padecimiento si se legalizara la libre venta de órganos y, al mismo tiempo, hombres y mujeres pobres podrían mejorar su situación económica vendiendo un ojo o un riñón o parte de su hígado ¿Por qué no? Si dinamitamos los límites de lo humano ¿por qué dejar aún esa barrera? Yo diría que es porque todavía existe un escrúpulo en generalizar la comercialización del cuerpo de los hombres. Pero el cuerpo de las mujeres, ése, siempre ha estado en almoneda, ese mercado ya existe merced a la prostitución; se trata sólo de darle otro uso, se trata sólo de ampliar el negocio abriendo una línea de venta específica, aprovechando un nicho de mercado en plena expansión.

"¿Y las madres? Son vientres de alquiler, no podemos llamarlo maternidad subrogada ya que precisamente esta práctica consiste en borrar a la madre del esquema"

Libertad.Según Karl Marx, “el reino de la libertad empieza donde acaba el reino de la necesidad”. En el mismo sentido Kant decía que aquel ser humano cuyo sustento depende de la voluntad arbitraria de otra persona o clase o género, no es libre. Así que estas mujeres que se prestan voluntariamente a gestar los hijos y las hijas de otras personas están muy lejos de ser libres. Y sin embargo, aquellos que defienden la gestación subrogada hacen de la libertad su bandera, poniendo al mismo nivel la libertad de quien lo tiene todo frente a la libertad de quien no tiene nada, como si fueran una sola y la misma libertad. En realidad lo que sucede es que los privilegiados ejercen su libertad contra las desposeídas. Ellas aceptan, sí, pero no todo lo que se acepta es aceptable, no basta que las partes se pongan de acuerdo: nada que atente contra la dignidad humana debería ser aceptado. El hecho de que se pague por una actividad la convierte en consensuada, pero no en socialmente válida.

Inversión. En los contratos de subrogación no se contempla siquiera el que, eventualmente, la mujer se pueda arrepentir y quiera quedarse, al cabo de los nueve meses, con el fruto de su vientre, gestado por ella, alimentado con su linfa y sus huesos, arriesgando su integridad mental y física. Esto es así porque prima claramente la parte crematística sobre la humana, porque el contrato no es equilibrado, porque quien tiene el cien por cien de los derechos en este contrato es la parte que suministra los fondos económicos mientras que la que aporta el material físico y psicológico, humano al fin, no tiene nada, ningún derecho fuera del pago estipulado. Se protege la posición del que compra y es necesario que el pagador sepa que no corre ningún riesgo y que tenga la completa seguridad de que su inversión no se verá defraudada en ningún caso.

¿Maternidad? Cuando alguna celebridad se ha presentado a los medios con su criatura o criaturas gestadas gracias a este método, nadie ha preguntado por la madre, a quién le importa. El pagador sí es visible, se relata su periplo: ha tenido que viajar lejísimos, ha tenido que aparcar por un corto tiempo su carrera, estaba emocionado o emocionada esperando que nacieran las criaturas, que todo saliera bien. Pero ¿qué hay de la madre? Nada. Nada. Ha sido poco más que un horno cocinando un bizcocho. Son vientres de alquiler, no podemos llamarlo maternidad subrogada ya que precisamente esta práctica consiste en borrar a la madre del esquema. No existe la madre porque no existe la persona. La mujer es “recortada” hasta quedar reducida a un mero órgano reproductor que generará el producto que el comprador espera. Sólo que ese producto es otra persona. El lenguaje no es inocente, se utiliza un eufemismo descarado para ocultar una realidad inhumana como lo es el uso de mujeres pobres como simples incubadoras. El hecho de que se pague por ello ni lo legitima ni lo dignifica.

Sentimientos. En la publicidad de la Surrofair, en los anuncios de las agencias, todo es cálido y amoroso, todo son sonrisas envueltas en luz tenue y colores suaves. Se excita la sensibilidad de las personas inclinadas a formar una familia. Se explotan los sentimientos. ¿Los sentimientos de quién? De los que pagan, por supuesto. Las mujeres que gestarán los hijos de esas parejas o personas individuales no tienen derecho a tener sentimientos. Lo pone su contrato. Nuestra sociedad empatiza mejor con los deseos de personas occidentales con dificultades para procrear que con el potencial trauma de mujeres del tercer mundo, cuya visión sobre el tema queda completamente en la sombra.

Se genera, pues, con esta práctica un mundo un poco más deshumanizado, donde los únicos sentimientos que cuenta son los de aquellos que pueden pagárselos.

Hay un video de una de estas clínicas en el que vemos a una mujer hindú dar a luz, le muestran al bebé brevemente antes de llevárselo para siempre, ella le acaricia la mejilla y llora. "¿Por qué lloras? –le preguntan– ¿No estás feliz?"


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