martes, 4 de febrero de 2014

TRINCHERA DE LIBROS

TRINCHERA DE LIBROS


Cuando yo tenía 8, 9,10,11,12 años la biblioteca de mi casa estaba compuesta por los siguientes volúmenes: la Santa Biblia (Áncora y Delfín)  y un atlas (Aguilar), que llevábamos a medias con unas vecinas, las del Goti. La Biblia era de ellas y el atlas nuestro y nos los íbamos prestando a tramos, no sin rencillas. Y peripecias de la literatura itinerante y de la nostalgia galopante, ambos ejemplares están ahora en mi poder. Hubo sus más y sus menos con la Biblia y el atlas con la Jose del Goti: dame el atlas, pues dame tú la Biblia, pos sí, pos no. Finalmente los libros se quedaron donde ellos sabían que eran más queridos. No había otra  cosa, así que me leí la Biblia. Sí, la Biblia. No entera, claro, que yo era rara pero dentro de un orden. Y también me leí el atlas aunque creáis que eso no es posible. Y hacía competiciones con mi hermano Pepe a ver quién se sabía más capitales de países y a ver quién conseguía adivinar a qué país pertenecía cada bandera. También tenía un Diccionario (Zamora). No me lo leí, es verdad, pero me lo empecé muchas veces. Como Rayuela. Me quedaba fascinada mirando y mirando una página doble de accidentes geográficos, en papel satinado y a todo color. A esta selección se le unió más tarde (¡¿por qué?!) El Exorcista de William Peter Blatty. Y también me lo leí. No me dio tanto miedo, le dio más a mi hermana (sospecho que vio la peli) que me obligaba a dormir con ella y a leer hasta que a ella le daba  sueño. Repito, hasta que a ELLA le daba sueño. Cosas de hermanas. A esto hay que unir los impagables libros de texto Senda de lectura de mis hermanos (Gloria Fuertes, El Piyayo, Sotileza, Cansera de Vicente Medina…). Y así fui haciéndome una trinchera, libro a libro, como una inadaptada, como la inadaptada que era, y en esa trinchera a la que luego, con más edad y criterio, fui añadiendo literatura de la buena, pasé largos años. He leído en La Galla Ciencia un texto de José Daniel Espejo que me ha hecho constatar que no soy la única. Me ha confortado. Los raros nos entendemos entre nosotros.

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