lunes, 3 de agosto de 2015

TOCOMOCHO

TOCOMOCHO

            Cuando estábamos en la cresta de la ola, el sistema financiero, animaba a la población a endeudarse, el dinero crecía en los árboles, nunca se iba a acabar. Al que iba al banco a pedir cien mil euros para comprarse una casa le decían que por qué no ciento cincuenta mil y ya de paso la amueblaba y cambiaba de coche. El usuario se venía arriba y decía: ¡Venga! El que no tenía casa en la playa y coche de alta gama era un tontaco. Hasta ecuatoriana que cuidara de los niños o del abuelo teníamos. El mantra de no pasa ná, los créditos están baratos, caló bien. Cuando la crisis asomó la nariz, el mensaje empezó a cambiar: quién nos mandaba endeudarnos, habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. El mismo canal que nos había mandado el mensaje de esto es Jauja, empezó a enviarnos el de pagad, morosos. Repito: el mismo canal. Había que pagar la deuda del banco aunque no tuvieras para comer, esto lo dijo Dolores de Cospedal. Hay que pagar la deuda aunque ésta sea un puñetero fraude, porque si te quedas en paro y no puedes hacer frente a la hipoteca, el banco se queda tu casa (previamente sobrevalorada), el dinero que ya has pagado y además tienes una deuda de por vida que te deja al margen del sistema hasta tu muerte o la muerte del sistema, lo que antes llegue. Los bancos (endeudados a su vez con bancos alemanes) nos hicieron tragar esta mentira perversa con un cinismo cósmico, porque cuando ellos se quedaron sin cash, tuvo que venir el estado a salvarlos, inyectando a entidades privadas una cantidad indecente de dinero público, dinero tuyo y mío. Hemos dado para que el banco se salve, el dinero que no tenemos para pagar nuestra hipoteca y evitar que el banco se quede nuestra casa. Y encima, compungida y con sentimiento de culpa, una ciudadanía adocenada y bienmandá se dice a sí misma: es verdad, las deudas hay que pagarlas.
            Ahora que está la población psicológicamente débil, ahora que tiene el trabajo en precario y la casa en peligro, ahora que está paralizada de miedo como la liebre ante los faros de un coche, se mete un recorte salvaje al sistema público y se realiza una reforma laboral que nos lleva a un escenario sin precedentes de debilidad de la clase trabajadora. Pero no nos podemos quejar ¿Por qué? ¿Porque a otros les va peor? No , porque lo impide la Ley Mordaza.

            ¿Y nadie se da cuenta de esto? ¿nadie ve el fraude? ¿nadie ve el timo? (donde dice “nadie” poned “grueso de la población”) ¿nadie ve la mano del prestidigitador? Pues entonces ya estamos listos para el siguiente tocomocho.

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